Nuestro querido protagonista sale de su casa, despreocupado, pensando en el agradable paseo que se dispone a dar bajo el resplandor del sol. Los pajarillos cantan y salen de sus nidos para buscar gusanos que llevarse al pico. Las mariposas vuelan torpemente camuflándose con los colores de las flores, flores que son atacadas por las abejas en busca de miel. Un día primaveral como otro cualquiera.
Piensa que no hay nada que pueda estropearle el día, pero se equivoca. Yo, el autor, estoy aburridísimo, y pretendo pasar un rato divertido a su costa. El protagonista, en su pequeño mundo imaginario de mi mente, me mira, empezándose a preocupar. Para él soy como un dios, dueño de su destino.
- No me hagas nada malo, por favor- me implora-. Yo solo quería dar un paseo agradable, tal vez tomar un helado, comprar el periódico, sentarme en un banco…
Pobre de él, ya le estoy haciendo que se dé media vuelta para ir a por un paraguas, pues el cielo se está nublando, y me apetece convertir el tiempo en otoño. Todo ha perdido bastante color, y el suelo cruje bajo sus pies por las hojas secas caídas.
- Bueno, el otoño tampoco está mal, puedo comer castañas asadas. Que sepas, oh maldito creador, que no me voy a rendir en tu batalla contra el aburrimiento.
Le hago pasear, mientras camina se encuentra con un par de vecinos, van de negro y se dirigen a un entierro, en el bosque, en las afueras del pueblo. Si me aburro mucho, puedo hacer que se pase por allí, para darle un toque de emotivismo al relato.
En el fondo me da pena, así que voy a concederle las castañas que me ha pedido antes. De la nada, hago aparecer un puesto, con su anciana dependienta y todo.
- Déme un cucurucho de castañas, por favor.
- No tengo, solo me quedan plátanos caramelizados y albaricoques asados.
- Maldito cabrón- dice el protagonista, mirando al cielo, donde cree que debo de estar-. Bueno, pues déme un albaricoque de esos.
Al menos le he concedido algo que llevarse a la boca, y además calentito, porque hace un poco de frío.
Prosigue el protagonista su paseo cuando hago aparecer otra desdicha. La chica de sus sueños, o al menos la que lo será a partir de ahora. Solo tengo que hacer un par de cambios en su corazón y listo. Nuestro amigo le echa valor y la saluda, veamos cómo me divierto.
- Eh… hola
- Hola- contesta ella, sonrojándose.
- ¿Eres nueva en el pueblo?
- Pues claro, ¿no has oído que me acaban de crear?
- Sí, sí, perdón, no es culpa mía, en realidad quien te creó a ti es también el que me creó a mí, y no sé por qué está empeñado en hacerme putadas varias.
- No te metas con el creador, o lo pasarás mal ¡fatal!
- ¿Peor aún?- vuelve a mirar hacia arriba con desesperación-. Bueno, a lo que iba… ¿te apetecería que quedásemos algún día para tomar algo?
- ¡Claro que sí! Me llamo…- y no dijo nada más, porque la hice desaparecer en ese momento.
- ¡Maldito cabrón! Me estás arruinando el día… ¡si quieres hacer algo más, hazlo ya!- y justo en ese instante, hice llover mientras sonreía malévolamente.
Como no soy tan mal dios, le hice refugiarse en un viejo y destartalado bar. Le pidió al camarero una botella de absenta y un vaso de chupitos. Yo nunca he bebido absenta, pero me han contado que es puro fuego, así que a ver como termina nuestro protagonista.
Hora y cuarto después, sale del bar completamente distinto de cómo entró, despotricando contra el amor y amando al despecho, pues gracias a él, se ha metido para el pecho, líquido para no ver. Que rima me ha quedado y cómo va nuestro amigo. Apenas se tiene en pie.
- Yo solo quería pasear… y pum! Mira como he acabado. Me has jodido maldito escritor. Has creado en mí sentimientos, ilusiones, cosas de esas…y en unas cuantas líneas me lo has quitado todo. ¿Qué te he hecho yo?
Pobre, si supiese que no me ha hecho nada… solo le hago comprender el tipo de cosas que nos encontramos la gente real, todo eso son problemas cotidianos. La gente tiene que vivir sintiendo, por suerte, él no es real, y esto no le durará mucho. Por cierto, andando has llegado al entierro del bosque.
- Estamos aquí reunidos para decir adiós a los que se van- decía un cura con una parsimonia y un desánimo tremendo-.
En el entierro, alrededor del foso donde iría el ataúd, se encontraba la gente del pueblo, y para sorpresa de nuestro amigo, está su amada chica sin nombre y desaparecida. Los habitantes le miran con pena mientras el cura seguía con su discurso.
- Tenía muchas formas de huir, pero terminó loco por solo, que mejor que solo por loco- acabó el discurso del cura.
El protagonista intentó decir algo, pero no pudo, no le dejé, e inmediatamente, empezaron a enterrarle, y él, inmóvil, se quedó quieto bajo la tierra, sin ataúd, en un entierro furtivo. Y nuestro protagonista, muy idiota él, no se extrañó de nada. Este no es lugar para un entierro. ¿Soy, o no soy un puto genio?