Hacía más frío que en la mayoría de los corazones de
personas que conozco. Pero no era excusa. Me lo había propuesto. Así
que me puse el chándal y unas zapatillas viejas y salí a trotar. El
cielo estaba nublado, lo que haría que la gente se quedase en casa y
tuviese el carril bici para mí solo. Para mí solo y para los miedos
que me persiguen. Empecé con energía, pero estaba GORDO. Cada
zancada era una tortura, la grasa se revolvía en mi interior con tal
de no separarse de mí. Una gota de sudor caliente se enfriaba
mientras colgaba de mi nariz. Apenas veía el final del recorrido,
pero es que tampoco quería verlo. Ese era mi plan, correr. Correr y
dejar atrás los miedos y la grasa.
Para el segundo día me llevé un iPod. Llovía, así que
sobre el chándal me puse una sudadera con capucha. November Rain
en mis oídos y la lluvia de enero en mi cara. Otra vez estaba solo
con mis pensamientos. En cada cuesta dejaba tabletas de turrón y
suculentas y grasientas comidas que han acabado con más de uno
durante la Navidad. Lo mejor, con este frío, era llegar a casa y
darse una ducha caliente. Así si los miedos me alcanzaban, se podían
ir por el desagüe.
Hacía más calor que en mi corazón si ella al menos me
mirase, pero no. nunca se fijaría en mí, soy un puto GORDO. Llevo
sólo unos días haciendo ejercicio, no esperaba que se me notase en
el físico, aunque sí en el ánimo. Pero estaba igual de gris que el
invierno. Me gustaba comer, pero sin duda, ella era mi dulce
preferido. Ella, que seguramente no sabe ni como me llamo. Hasta
ahora. Me acerqué. Iba impoluto con mis mejores ropas: unos vaqueros
ajustados, aunque en realidad todos me quedaban así, no me cabían
ni dos dedos por la cintura; y una camisa grande, con más cuadros
que un museo.
–Hola...
–Hola –se sorprendió.
–Yo... –y le dije quién era.
–Encantada –también me dijo su nombre.
–¿Te apetecería ir un día al cine o a dar una vuelta?
–odié cada centímetro grasiento y mórbido de mi cuerpo por ser
tan cutre.
–¡Ah! Bueno... es que apenas nos conocemos, ¿sabes? Lo
siento.
Vi cómo se alejaba. Se juntó con sus amigas y me miraron.
Algunas se rieron, y las que no, se creyeron mejores personas por no
hacerlo en mi cara. Esa tarde salí a correr. Corrí mucho. Pero no
podía escapar de mí, de lo que era. Me duché, y también en la
estrecha y angosta ducha seguía siendo yo. Salí, desnudo, y en el
espejo estaba yo. Con mi enorme tripa, y la grasa del brazo colgando.
Daba absoluto asco. No cené y me acosté. En la cama (que
extrañamente soportaba todo mi peso), seguía siendo yo, y me di
cuenta de que no todos los monstruos se esconden debajo de ella, sino
que comparten almohada contigo. Lloré, como si eso me fuese hacer
más guapo o delgado. Eso no.
Pero sí lo hará levantarme, ir al baño, subir la tapa del
retrete y meterme dos dedos en la boca, hasta la campanilla. Eso sí
me hará más delgado, puede que más guapo. Así si pude sacar todos
los miedos de mi cuerpo.
Se entorpece entre las piedras
buscando una luna llena,
y se para en los matorrales
buscando trozos de corales.
Va persiguiendo un imposible
que es no serme irresistible.
Quién sabe lo que hay en su mente
si no hay risa más inocente.
Me quedo mudo cuando me pregunta
sobre dos palabras que se juntan,
y cómo puedo explicarle
que ella es el motivo por el que lo hacen.
Dice que ella que no sabe de poesía
pero ¿acaso sabe el sol qué es el día?
Dice que tampoco sabe de poetas
pero ¿hablan las ventanas con las puertas?
Dice que no está hecha para sentimientos,
que me lea y sepa que no miento.
Dice que tampoco quiere querer,
que me bese y empiece a aprender.
Dice que sus oídos no buscan palabras
pero no puedo dejármelas en la garganta.
Dice que tampoco le saque los colores
pero ¿qué es la primavera sin las flores?
Entré en la comisaría con el ojo
morado y sangre cayendo por mi cara, manchando mi ropa. Unos cuantos
policías se levantaron para ayudarme. Me sentaron y me preguntaron
qué me había pasado. ¿Qué me había pasado? Aún estaba
asimilando el hecho de que una persona a la que has entregado tu vida
te paga así. Ojalá el alma doliese menos que los golpes.
–Quiero denunciar a mi pareja –dije al policía que sentó
delante de mí.
–¿Esto se lo ha hecho su pareja? –se sorprendió.
–Sí, pasa a menudo.
–Está bien, ¿qué pasó? Cuénteme.
–No confía en mí. Hoy he llegado tarde del trabajo y
quería saber por qué, quería leer mis mensajes, me quería quitar
el móvil. Pero eso no es nada nuevo. Entonces me empezó a gritar.
Reconozco que yo también levanté la voz. Me degradó. Me dijo que
como no valía ni como ser humano, que era una cosa inútil y que
estaba conmigo por pena, que nadie podría quererme, ni siquiera mi
familia ni mis amigos, que ojalá me muriese –empecé a llorar.
–Tenga, tenga –y me alcanzó una caja de pañuelos. Vi
que otros policías se habían acercado a escuchar la historia–.
¿Y cómo hemos llegado a los golpes?
–En plena discusión me empujó contra la pared. Yo le
devolví el empujón y cayó al suelo. Me di la vuelta e hice ademán
de irme, pero me tiró un cenicero. Me dio en la espalda. Yo levanté
la mano, pero me vi incapaz de asestar un golpe, supongo que en el
fondo, en mi fondo, hay amor aún. Luego mi pareja cogió una lampará
y me tiró en la cabeza, de ahí la brecha. Yo tenía ya la cara
llena de sangre, y escuchaba sus insultos, me llamaba gilipollas,
imbécil, se cagaba en mi puta madre, me lanzaba golpes y puñetazos,
uno de ellos me dio en el ojo. Me entró un ataque de furia y le
devolví el puñetazo. Hubo tirones de pelo, arañazos, destrozamos una habitación entera, algunos vecinos ya estaban saliendo de sus casas. Le di con un espejo en la cabeza. No sé lo que pasó después con mi pareja, yo
salí corriendo y vine hacia aquí.
–Supongo que querrá poner la denuncia, ¿no?
Dudé. Denunciar al amor de mi vida no era mi idea de
felicidad, pero tampoco lo son los insultos, los golpes, las
vejaciones... ¿Quién me garantizaría que todo iría a mejor
después de la denuncia? Si no me han sabido querer bien ahora,
¿podrán hacerlo en el futuro? Volví a llorar. Tenía que salir de
allí, denunciar sería lo mejor.
–Sí, quiero denunciar.
–Perfecto –cogió unos papeles–. Necesito sus datos,
¿Nombre y apellidos?
–Jesús Palma Ortiz.
–¿Los de su pareja?
–Eva Rivera López.
A veces estás tan lejos
que puedo verte donde
se juntan la ciudad y el cielo.
Pero entonces te acercas,
llegas y me rompes,
no soy más que tierra.
Y todavía no sé
cuándo dueles más
(pampampam).
No quiero saber
si te va bien o mal
(pampampam).
A veces estás tan alto
que puedo verte caer
mientras me guardo las manos.
A veces estás tan hundida
como las huellas de ayer
y el alma de quien las seguía.
Y todavía no sé
si puedes doler más
(pampampam).
Ven que quiero saber
si te va bien o mal
(pampampam).
Vamos a despertar
a ver si ya no estás
y deja de sonar
esta canción
(pampampam).
Si estás leyendo esto en un blog, lo siento, no tuve el
ánimo suficiente como para escribirlo en un papel en el que
seguramente se hubiese corrido la tinta pero que quedaría más
personal. El mundo se ha vuelto loco, y nosotros con él. La gente se
está matando y nosotros también. No quería que esto ocurriese así,
mi intención no era para nada esta. Conocer a alguien y no saber
cómo puede acabar, supongo que eso es lo que nos hace humanos.
¿Sabes lo que define también a la humanidad? los sentimientos. Uno
empieza sintiendo una cosa, se la transmite al otro, y al final todo
es un cúmulo de sentimientos que se traducen en horas desnudos en
una cama o vestidos en la calle, parados junto a un semáforo en
rojo, besándonos, parando sólo para ver en qué banco de qué
parque nos vamos a sentar a seguir compartiendo saliva. Así se
empieza, y lo siguiente que te preguntas es que hasta cuándo va a
durar esto.
Somos lo suficientemente maduros como para saber que el amor
no es lo nuestro y que esto no va a terminar bien. Eso no quiere
decir que no sea bonito y que no estemos aprovechando el tiempo, lo
estamos aprovechando perdiéndolo de una manera útil. No es que nos
estemos matando, es que cuando te vas, me doy cuenta de que ya estoy
muerto, y siento si te estoy matando. Me gustaría poder darte una
historia bonita, con un final feliz, pero sabemos que eso nunca va a
pasar, ni contigo ni con nadie, y ojalá me equivoque. Tengo el
pequeño defecto de haber tenido una historia que normalmente trato
de obviar pero que no puedo. No fue una historia bonita, supongo,
pero lo que si que es seguro es que no tuvo un final feliz. Y vaya,
si nunca he tenido un final feliz... ¿cómo voy a poder dar uno a
una persona? Si no sé cómo es que las cosas acaben bien, ¿cómo
voy a terminar bien con alguien? A veces nos dejamos llevar y tenemos
que esperar a que el tiempo lo arregle todo, u otras personas. Tal
vez seamos los indicados para enseñarnos el uno al otro lo que es un
final feliz, tal vez tengamos que aprender solos, juntos, separados.
También puede ser que los finales felices no existan para
nosotros. La verdad, no lo voy buscando. Tú tampoco. Y si lo
quisieras, es probable que no sea el escritor que ponga la palabra
“fin” a tu búsqueda. Puede que sea pesimista, pero alguien me
enseñó que nada del corazón es eterno. Lo siento.
Queríamos cambiar el mundo
pero no pudimos. Yo no lo intenté,
tú sólo me besaste, y en un segundo
vimos que lo hiciste amanecer.
Dejaste de darme de beber
al no besarme. ¿Y la saliva?
Te la llevaste y me sequé,
al acercarte me diste la vida.
Después de aquella pequeña muerte,
todo había mejorado.
Sólo necesité tenerte a mi lado.
Esa explosión de bocas y suerte
trajo todo el morado
y lenguas con sentimientos inocentes.
Tuve que morir para hacerlo mejor,
y lo haría otra vez por ti,
así que sigue soltando besos de amor
y hagamos de nosotros un mundo feliz.
Rompamos las flechas y las cadenas
que ya no hay quien nos mate,
queramos menos con la cabeza
y más con lo que late.
Después de aquella pequeña muerte,
teníamos todo el tiempo,
nos fallaron los miedos.
Esa explosión de bocas y suerte
enredó nuestros cabellos
y nuestros cuerpos siguieron la corriente.
Que todo sea tan bueno,
que no estemos muertos,
que sea sólo un sueño,
y cuando despertemos
vuélveme a besar/matar.
Era la noche perfecta. Todos liberamos
el monstruo que llevamos dentro la noche de Halloween, y yo no iba a
ser menos. Pobres estúpidos desperdiciando sangre falsa en cuchillos
de plástico. Pobres asesinos desperdiciando sangre real en un
cuchillo de verdad. Pobre de ella si me la encuentro...
American Psycho se ha convertido en un libro/película
muy popular, de modo que ahora puedes ir en traje con un impermeable
transparente encima y decir que vas de Patrick Bateman. Me puse un
traje negro con rayas, camisa azul claro y una corbata roja. Estaba
hecho. El impermeable costó encontrarlo, pero encontré uno en una
tienda de caza en el centro de la ciudad. Seleccioné el cuchillo más
afilado que había en mi cocina. Si el aire sangrase, lo haría cada
vez que agitase el cuchillo. Salí a divertirme. El Independance Club
parecía buen lugar, o al menos era el único que soportaría, porque
la música era de lo más decente, pop-rock indie y sangre.
Fui pronto para no tener que esperar mucha cola, pero se ve
que no fui el único que pensó así. Me situé entre un grupo de
calaveras mexicanas muy originales y otro de personajes Disney
versión zombie, más originales aún. Tenía ganas de sacar el
cuchillo a pasear mientras los focos me deslumbraban y la música me
poseía. Ya dentro, fui a por la consumición y un chupito de
“sangre” que regalaban. Ron en mano la divisé, la vi como si
nunca hubiese dejado de verla y la recordé como si nunca la hubiese
olvidado. Iba disfrazada de Axl Rose zombie, o lo mismo de Axl Rose
en vida, tal y como está ahora no sé si habría mucha diferencia,
tal vez los kilos. Había pasado el tiempo y ambos estábamos muy
cambiados, y entre el tumulto las luces y el alcohol tal vez no me
reconociese, pero lo hizo, me miró y su boca dibujó una O. Como si
fuese un imán, el cuchillo voló a mi mano. Nadie se percató. Ella
simplemente desapareció en medio de la pista central mientras sonaba
Long Before Rock 'n' Roll de Mando Diao. La quería a ella.
Como un radar, como una brújula, la punta del cuchillo apuntaba
hacia la masa que bailaba, saltaba y de repente sangraba. Sí,
sangraba. Mi mano, poseída, iba asestando puñaladas a todo aquel
que se encontraba, pero no parecían darse cuenta. El cuchillo
entraba en sus cuerpos como un hilo entra en el ojo de una aguja, con
paciencia y correctamente. Las luces moradas y verdes destellaban
sobre el cabello pelirrojo de mi víctima predilecta. A mi alrededor
ya muchas calaveras mexicanas se estaban desangrando, la gente se
daba cuenta de que algo no iba bien. Muñecos de Saw, Eduardos
Manostijeras, y hasta una Dora la Exploradora, tenían cara de
asustados. Esto era Halloween. Mi impermeable estaba lleno de gotas
de sangre, y la gente entre la que pasaba, acababan llenos de ella,
pegajosos. Algunos se apartaban, otros se enfrentaban al cuchillo.
Entonces la tuve delante de mí. La agarré del cuello y no me miró
con miedo, sino con deseo. Alcé el cuchillo y ella lamió la sangre
que goteaba de él. La solté y como un loco me puse a acuchillar a
todos los que nos rodeaban. La sangre salía a chorros, nos bañaba.
El Dj paró la música y Julian Casablancas se quedó a medias del
Under Cover of Darkness, los
que podían, huían mientras gritaban, pero me daba igual. Me subí a
una tarima, cubierto de sangre, ella se subió conmigo, y nos
besamos, nos comimos. Entre sus labios y los míos había una
película pegajosa de sangre oxidada. Levanté su kilt, bajé mis
pantalones, y juntamos nuestras partes aún secas, limpias, color
carne, sin sangre de por medio. Se escuchaban sirenas fuera de la
discoteca, pero nosotros estábamos follando cubiertos de sangre, no
era la nuestra, pero esta también agitaba nuestros corazones.
Llegando al gran momento, me
separé de ella y la degollé con un rápido movimiento. Echó su
cabeza hacia atrás y dejé que ahora fuese su sangre la que me
bañase mientras su cuerpo inerte quedaba cubierto de esperma. Se cayó de la tarima encima de otros cuerpos apuñalados.
Me desnudé y me embadurné todo de sangre, y me tiré sobre ella,
esperando ahogarme en su cuerpo.
Creímos ganar persiguiendo nubes
pero sólo corríamos bajo su sombra.
No volveríamos a ver las luces
y ahí murieron todas las rosas.
A veces perder es la mejor victoria
y eso aprendió mi corazón contigo.
Si desde entonces se me mueren las horas,
contaré el tiempo en besos y olvidos.
Creí llorar en aquella orilla,
pero sólo era el mar salpicando.
No volveré a verte en la vida
y ahí abrimos todos los regalos.
A veces perder es la mejor victoria
y eso aprendió mi corazón contigo.
Si desde entonces se me mueren las horas,
que nadie me despierte con susurros al oído.
Me duele el ojo izquierdo. Seguramente sea por las lentillas, pero no sería un buen escritor si dejase que se quedase ahí la cosa. Hay que desarrollar, aunque tampoco lo haré mucho, porque la pantalla del ordenador me está destrozando. Podría decir que me duele por todo lo que ve, por todo el mal que hay en el mundo y esas cosas, pero no me apetece contar miserias universales que no nos llevan a ninguna parte. No se puede cambiar el mundo escribiendo sobre lo que va mal. Seguramente me duele por lo que no ve, duele porque echa de menos muchas cosas, y llora. Es muy raro tener la mitad derecha de la cara seca y la mitad izquierda empapada. Sucede cada media hora o así, me empieza a arder el ojo, parpadeo, y ahí están las lágrimas, y en cada una de ellas, reflejadas, están las cosas que mi ojo no ve. No ve alegría, no ve felicidad, no ve bien el mundo porque mi ojo izquierdo no duerme, ni sueña. Si pudiese me sacaría el ojo izquierdo con una cucharilla de café, pero seguramente eso dolería más. Si pudiese me lo sacaría, me lo arrancaría, y lo lanzaría lejos, y mi ojo izquierdo, rodando por el mundo, vería las cosas que echa de menos, vería gente feliz, alegre, por una parte puede que te viese, pero por otra no te vería, y prefiero verte, así que me lo dejo puesto, aunque duela. Pero estaría bien que mi ojo izquierdo rodase por el mundo y se curase viendo lo que quiere ver. Esto es el resto de mi cuerpo contra mi ojo, y evidentemente ganan el corazón y el cerebro (me sobra el resto del cuerpo).
Si tengo sed, sólo tengo que esperar a llorar un poco y probar el mar de mis ojos. A veces siento que me duele todo el cuerpo por culpa de mi ojo izquierdo, que se extiende el dolor y me duele mi ser, y eso no me lo puedo arrancar, pero tú lo puedes curar.
En tus ojos están todos los colores del mar,
pero en los míos sólo se ve la ceniza
que quedó después de luchar
en nuestra guerra enfermiza.
Y ahora dos cuerpos llenos de sangre
se preguntan quién fue el culpable,
quién disparó primero, no sé si mis manos,
no sé si tu pelo, pero nos destrozamos.
En mi cama están todas las estatuas en recuerdo
de las promesas que nos hicimos
pero que tras la guerra han muerto
y su réquiem es todo lo que no nos dijimos.
Y ahora dos cuerpos llenos de sangre
se preguntan quién fue el culpable,
quién disparó primero, no sé si mis labios,
no sé si tus besos, pero no aguantamos.
Y ahora dos cuerpos llenos de heridas
se preguntan dónde se fue la vida.
Sólo sé que desde que no te tocan
mis manos hacen de los cordones una soga,
porque nuestra guerra dejó secuelas,
los dos tenemos cicatrices
pero ninguno se las venda.
Hank vivía al final de la calle. No
era una gran calle, ni una calle bonita. Tampoco era muy segura a
partir de ciertas horas de la noche, pero era la calle en la que él
vivía. En su portal me encontré a un yonki durmiendo, pero fue
fácil de saltar. Subí al tercer piso fijándome en las paredes del
rellano, no sé si era por la luz o por el color, pero parecían
enmohecidas, y seguramente lo estuviesen. Tuve suerte de que todas
las bombillas funcionasen. Su puerta estaba bastante desconchada,
como su corazón. Como nuestro corazón. No tuve que llamar, la
puerta estaba medio entornada. Allí estaba Hank, viejo, con una
camisa medio desabrochada y con manchas de vómito, en calzoncillos,
mostrando unas fuertes piernas. Llevaba calcetines que
sorprendentemente iban a juego, por lo que supuse que se los había
puesto antes de beber. Debía llevar un par de semanas sin afeitarse,
y sin ducharse incluso. Pero así era Hank. Cuando entré levantó la
cabeza de entre sus papeles, me miró, señaló a la cocina y siguió
escribiendo. Fui a la cocina y cogí dos vasos y una botella de vino.
Yo no entendía de vino, pero sabía que si él lo tenía allí, no
era malo, aunque seguramente tampoco era bueno. Puse dos vasos y me
senté a su lado.
–¿Qué escribes, Hanky?
–Lo de siempre, zorras y carreras de caballos. ¿Quieres
que vayamos a apostar?
–Vivo apostando, Hank, vivo apostando.
–¿Y ganas alguna vez?
–Depende, ¿a qué le llamas ganar?
–A no tener ese sentimiento de tristeza. Puedes ganar si tu
caballo gana, pero también puedes ganar si, aunque tu caballo
pierda, eres feliz en las carreras, pasas el rato... ganas en
felicidad, si es que eso existe.
–Entonces vivo perdiendo, Hanky –bebí, él bebió y
siguió escribiendo–. Tengo buen ojo para los caballos perdedores.
–Bueno, al menos te fijas en los caballos. Peor sería no
jugártela y quedarte en casa esperando morir, sin saber si puedes
ganar o perder. Aunque en cierto modo, eso es una derrota. Es LA
derrota. ¿Te han derrotado alguna vez?
–Cada vez que he apostado. Nunca he perdido, me he ganado
la derrota.
No dijo nada, sino que se levantó y se fue a su cuarto. Eché
un ojo a lo que estaba escribiendo:
“Entró en mi casa como si nada. Yo estaba medio desnudo,
pero no nos incomodaba. Le mandé a la cocina a por un poco de ese
vino barato que entra mejor que muchas mujeres más caras. Me
preguntó por lo que escribía. Odiaba que me llamase Hanky, pero
diablos, le tenía algo de cariño a ese chico. Empezamos a hablar de
carreras de caballos, pero la gente no es gilipollas. El juego es la
metáfora más acertada para hablar del amor, y su caballo estaba
cojo y viejo, pero podría ser peor, podría estar muerto. Cada vez
que abría la boca veía como su alma se le escapaba un poco,
desgarrándose la voz, el eco pronunciaba el nombre de una chica. Me
levanté cansado de tristezas y fui a vestirme”
Hank salió de la habitación.
–¿Nos vamos a las carreras? –me preguntó.
–Prefiero un poco de juego.
A cualquier cosa le llamabas libertad,
primero estar a mi lado,
luego a no verme nunca más,
pero siempre me veo implicado.
No pasa nada, cualquiera se puede equivocar,
como hice yo contigo, o tú conmigo,
pero vaya error más dulce que nos fue a enseñar
que cuando algo sale mal, puede ser más bonito.
Perdón, no te había visto,
no sabía que me leías.
Apenas existo,
apenas te quería.
A cualquier cosa le llamábamos arrasar,
quemar todos los garitos,
follar para acabar,
pero siempre mandaban los gritos.
No pasa nada, cualquiera sabe que la diversión se acaba,
como me dejo llevar después de ser río.
Matarnos cada vez que se nos antojaba,
morirnos fue lo que nos quedó más bonito.
Perdón, no te había visto,
no sabía que me leías.
Apenas te escribo,
apenas todos los días.
Entonces la sombra entra, no sé por dónde, pero ahí llega. No le da asco pisar por todo ese lugar pantanoso, pero a mí me duele. Observa todo, no sabe si está nublado o hace sol, pero pronto habrá tormenta. Cuando detecta que me miras, antes de que yo pueda reaccionar, él ya empieza a actuar. Lo coge y lo araña, haciendo que la sangre salga débilmente. No contento con eso le propina puñetazos y patadas, haciendo entonces que la sangre salga a chorros y bombee toda la felicidad que dentro pudiese albergar. Le arranca de todas las venas y las arterias, lo mordisquea, lo arrastra. Cuando apenas se mueve, salta encima, le grita, le insulta, le destroza. Y todo porque te odia. Entonces la sombra arranca pedazos de la piel de mi ajado corazón y en todos escribe tu nombre. Así me matas por dentro cada vez que me miras.
II
Entonces la luz entra, no sé por dónde, pero ahí llega. Está encantada de pisar esa marisma, y me hace sentir genial. Observa todo, no sabe si está nublado o hace sol, pero pronto saldrá el arco iris. Cuando detecta que me miras, antes de que yo pueda reaccionar, ella ya empieza a actuar. Lo coge y le hace cosquillas, haciendo que ría débilmente. Por si eso fuese poco, le da abrazos y besos, haciendo que sonría hasta que la sangre le sonroje y bombee toda la felicidad que dentro pudiese albergar. Cose ese sentimiento a todo mi cuerpo, lo besa, lo abraza. Cuando está excitado, sube encima, gime, grita, le hace el amor. Y todo porque te quiere. Entonces la luz ilumina todo mi alegre corazón y talla en él tu nombre. Así me matas por dentro cada vez que me miras.
Que alguien calle a la voz popular,
no sabe de amor, no sabe de amar.
No se ve capaz de caminar
ni de remontar un río,
¿qué mundo podría soportar?
Sus hombros no son míos,
en los míos te puedes quedar,
en todo su griterío
te puedes quemar.
Y adiós a tu piel blanca
en la que me gusta deslizar
los labios, la lengua,
pero que por dios no sea
la lengua popular,
que no sabe de amor, no sabe de amar.
No se ve capaz de soplar
hasta apagarte un sol,
besan por besar
sin saber cómo es una unión
entre almas enamoradas,
manos encadenadas.
Que alguien mate a la voz popular,
sólo sabe gritar para aparentar
que te quiere bien,
pero no sabe que cien
montañas subiría
y bajaría
y volvería a subir
sólo por verte sonreír.
¿A fin de qué?
¿Sólo por un beso?
Te los compro al peso
y los guardo en una bolsa
que nunca ha de encontrar
la voz popular.
Temporada incultural,
¿y la sangre
que nos iba a pintar?
Siempre
se pierde.
Siempre
nunca sabe
que no hay nada más bonito
que dos cuerpos unidos
pintados,
yo me pido el morado
y tú el color de mis sueños,
que es el que sé colorear
con mis dedos.
Pero para un trabajo fino,
aquí está el soñador profesional,
no cojas un número al azar
y no tengas la mala suerte
de soportar hasta la muerte
a la voz popular.
Que podemos ser únicos
en nuestra especie:
una pareja que se quiere
hasta después de septiembre.
–Eso es escribir. Deshacerse en un medio en el que ya estás
deshecho. Esparcir tu cuerpo sobre tu otro cuerpo de papel, ¿sabes?
Y el que lo quiera entender, pues que lo entienda, pero que no toque
más los cojones –sorbí un poco la espuma de la cerveza–.
–Pero, ¿para quién? –y se subió sus horrendas y
modernas gafas de pasta.
–Pues eso digo yo, joder. ¿Sabes de estos escritores que
escriben para niñas? Escriben de un modo que puedan llegar a mucha
gente, que muchas chicas se sientan identificadas y así conecten a
través de la sensibilidad. Bien, pues yo no, es más, lo odio.
Cuando yo escribo, sólo escribo con dos personas en mente, y una de
ellas soy yo. La otra persona es la que me hace sentir lo que
escribo. Cada cosa tiene su persona, cada palabra tiene su nombre. Es
cierto que muchas personas se pueden sentir identificados, porque
muchos han estado enamorados, y muchos han estado jodidos, y muchos
han estado más salidos que el pico de una mesa, y si has conectado
conmigo, pues mejor, me alegro, es un acto precioso, e incluso puede
que hayas acertado y algo de lo que hayas leído vaya por ti,
entonces eso ya es la polla... en teleférico.
–¿Entonces es todo sentimiento sincero hacia varias
personas?
–Bueno, en parte sí, verás –y volví a beber, aún
seguía fresca–. Muchas veces lo que escribo es lo que me gustaría
decirle a esa persona, desgraciadamente en su mayoría son todo
chicas, pero también he escrito para mis amigos o mi familia. Puedo
escribir que estoy enamorado de una chica y que me gustaría estar
con ella, pues mira, eso es un poco inventado, porque nunca he estado
con esa chica y no sé lo que se sentiría, pero si que es verdad que
me gustaría estar con ella. Así que lo que escribo es un poco de
realismo-ficción.
–¿Eso existe?
–Pues no tengo ni idea. Si existe, eso es lo que hago, y si
no existe, he inventado lo que hago.
–Juntando todo lo que has escrito en ambos blogs o cosas
que no han sido publicadas, tienes más de doscientos relatos y
poemas, o canciones, o cosas en verso... ¿me estás diciendo que
cada una de ellas tiene dueño?
–Sí, el dueño soy yo, la inspiración son bastantes
personas. Muchas se repiten, algunas hasta me hacen explotar de
sentimientos, y notar eso es una experiencia increíble. Imagina que
al ver a esa persona... no es que te lata el corazón, es que ha
explotado y se está saliendo por los poros de tu piel. Es como estar
empalmado, pero de amor... y eso cuando es bonito. Cuando escribes
odiando a una persona te sientes Satanás, y el infierno es el papel,
y a ese infierno hay que ponerle paredes de tinta y palabras, porque
si no los demonios se escapan, y esos te destrozan el corazón más
que el amor. Así que cuidado con eso de enamorarte.
–Contigo es el que más éxito ha tenido, ¿cuántas
veces te han preguntado por quién va? –noté cómo se echaba hacia
adelante para escuchar mejor, para crear una esfera de cotilleo, al
fin y al cabo a todos les mueve lo mismo.
–Esa entrada tiene más de doscientas cincuenta visitas,
imagino que todo el que lo haya leído se lo ha preguntado, y estoy
seguro que la persona en la que pensaba lo ha leído también. Es un
poco exagerado, porque el sentimiento no es para tanto, simplemente
se me vino a la cabeza y escribí, es como te decía antes, bastante
inventado, me inventé una bonita historia de amor, nada más. En
este caso sí es fácil que más de una persona se sienta
identificado, porque imaginarse una vida entera junto a una persona
que te gusta es muy universal, deberíamos practicar más la
imaginación.
–¿No es tu favorita?
–Ni de lejos. Es buena, o eso creo. No soy tonto y sé
utilizarla a mi favor, es el primer relato de una recopilación que
he hecho. Lo que no entiendo es el poco éxito de su contraparte, Sin
ti, que cierra esa misma recopilación. Si tuviese que elegir
algo... en verso me quedaría con Sudan los peces o Me
salgo, y en prosa... Sin ti me parece más bonita que
Contigo porque es más real. Tristemente lo triste es lo más
común. Por fin un final feliz también es de mis favoritas. Y
Plátanos y albaricoques me hace gracia, pero es otro rollo
distinto.
–¿Algo más que decir?
–¿Con quién estoy hablando?
Yo elegí nuestra canción,
También puse yo más el corazón.
Yo elegí nuestro momento,
Fue cuando dimos nuestros besos al viento.
Me pediste tiempo
Y yo ya te había dado una vida.
Me pediste espacio
Y te di el universo en una cajita.
Si me faltaras,
Y me estás faltando,
No habría trozo de mi cara
Que no esté destrozado,
No habría esquina en mi casa
En la que no haya llorado,
No habría parte de mi cama
En la que no te haya tocado.
Tú elegiste decir adiós,
Yo pensando que un silencio era salvación.
Tú elegiste aquel lugar
Y el verano no pasó por allí jamás.
Te pedí que volvieses,
Un error de mi cabeza, cosas que pasan a veces.
Te pedí sólo una tarde más,
Más errores que mi corazón tuvo que pagar.
Si me faltaras
Y me estás faltando,
Se pasa mal una semana,
Se agradece todo el año.
Se tienen las cosas claras,
La solución nunca es el daño,
A veces sobran las palabras
Y sólo faltaba encontrarnos
Para saber cuánto te odiaba,
Para habernos matado.
Que nuestras únicas miradas
Se las come un escenario.
Que las heridas que me dejabas
Con la luz ya se han curado.
No debería vivir haciendo que mi felicidad dependa de los
demás.
No debería vivir haciendo que mi felicidad dependa de ti.
No debería vivir.
Arrugué el papel en el que escribí eso y se quedó de una
forma muy extraña. De esa forma supuse que tenía el corazón, como
un papel arrugado que sangra, que se ha olvidado de bombear porque se
está olvidando de vivir. ¿Y ahora qué? ¿Buscar una plancha para
ese papel? ¿Alguien querría dejarlo liso? Me puse música. Me he
prohibido escuchar canciones felices, no vaya a ser que alguna hable
de ti, prefiero las tristes que hablan de los dos, porque no te echo
de menos, sino que nos echo de menos, a los dos. ¿Puede haber otros
que te merezcan más que yo? Pues sí, mi manera de quererte era
especial para mí, pero no supe lo poco especial que era para ti
hasta que no estabas, y el único amor que me quedaba era tu olor en
mi cama, tus pelos en la ducha que nunca pude limpiar, tus fotos que
no pude quemar. ¿Quién puede entender el desamor? Es algo
incompresible, es como intentar entender a las flores. Podría decir
que fuera estaba lloviendo para que fuese todo más deprimente, pero
no, el verano estaba atacando con sus soldados de sol y sus balas de
girasoles. Tal vez pasear por el campo me ayudaría, para eso sirven
los viajes, para desconectar. Lo que el destino no sabe es que tus
recuerdos cogieron el billete de autobús justo detrás de mí, y
hasta te incomodaba que me tumbase, pero la vida es así. A veces
estás enamorado y va todo bien, a veces no estás enamorado y va
muchísimo mejor, pero a veces has estado enamorado y te comes las
mierdas que no se están comiendo los otros dos tipos de personas.
Pero no quiero hacer agrupaciones de personas, el único grupo que
querría hacer sería el de tus piernas con las mías en un incesante
frotar envueltas en unas sábanas de esas que pican, pero que en ese
momento da igual, porque el verdadero aguijón está más arriba.
Ahora está más arriba aún. Y duele, duele mucho, tanto como el
momento de después de un beso, en el que te vas separando
lentamente, como el del último beso sin saber que fue el último.
Dolor en potencia, del que dolerá mientras que ahora es un suave
cosquilleo de melocotón o algo así. Las metáforas y comparaciones
no se me suelen dar bien, pero para están los genios de la música,
si Nacho Vegas dice que te quiere un mundo entero con su belleza y su
fealdad, pues yo te quiero igual. Si Andrés Calamaro dice que te
quiere, pero que te llevaste la flor y le dejaste el florero, pues yo
te quiero igual, no sé si despierto o con los ojos abiertos. Robe me
cae mal, pero si dice que si te vas se queda en esa calle sin salida,
me quedo con él a hacerle compañía.
Si las calles, las montañas, las playas y todos los paisajes
pudiesen hablar, nos contarían las historias más tristes del mundo.
Los puentes no tendrían vigas suficientes para contar los suicidios
que en ellos se cometen. Yo creo que si alguien se suicida así y por
amor, es para sentir ese vértigo del primer beso. Cuando nos besamos
por primera vez, fue como si tus labios me hubiesen empujado desde la
cima del Everest. Y cuando me dejaste de besar, cuando te fuiste,
cuando no me besabas más, fue cuando me di contra el suelo, pero
deja que te diga, que el tiempo que estuvimos juntos fue la mejor
caída del mundo. Por eso el odio de mis huesos rotos. Así odia el
niño al globo que se le explota o se le vuela, así odio yo a los
cantantes cuando su disco se acaba, así odio a las películas de
superhéroes porque se terminan. Así odio tu autoridad y me rebelo
contra la orden del desamor establecida por ti. Porque esto era cosa
de dos y yo no tuve nada que ver, por eso siempre uno lo pasa mal y
el otro pasa de largo. Pero en la carrera de la superación voy
ganando, porque tú has olvidado, y yo tengo la medalla de oro en
recordar, la de plata en rencor y la de bronce en echar de menos. Me
supe girar y darle una patada en la espinilla a los buenos momentos,
esos que no vengan, que para recordarte bien ya están los sueños y
lo hacen sin querer.
Aliso el papel y sigo escribiendo.
No debería vivir teniendo estas cosas en mente.
No debería vivir teniéndote en mente.
Debería vivir.
Vivo.
Y me sorprendió la luna, que estaba preciosa esa noche, y
mandó el cuerpo de nubes con sus curas de giralunas. Esta guerra
está terminada y ganada.
Vivir para siempre puede doler,
Pero qué puedo hacer
Si no he aprendido a despegar,
Si mis pies y la tierra son un par,
Si tu cuerpo y el mío son
La única canción
Que quiero escuchar.
Vivir para siempre es un placer,
Y lo voy a hacer,
¿De qué me serviría volar?
Sin tu aliento en el cielo no puedo respirar.
Si tus besos y los míos son
La mejor canción
Que puedo cantar.
Vivir para siempre sólo por joder,
Pero qué le voy a hacer
Si entre las nubes no puedo flotar
Si me sueltan tus manos me puedo matar.
Si tus ojos y los míos son
Esa tonta canción
Que no puedo dejar de tararear.
Vivir para siempre contigo
Pero qué le voy a hacer
Si me vuelve loco tu ombligo
Y lo que está más abajo
Para enterrarme a pedazos,
Si desnudos tú y yo somos
La canción que cantan los envidiosos
Cuando se sienten solos.
Vaya robo, el metro cada día más
caro, pero bueno, tenía que volver a casa de alguna manera. Al menos
había aire acondicionado. Me monté en Valdebernardo, iba casi
vacío, así que no tuve problema para encontrar asiento. Se me iba a
hacer el viaje eterno, menos mal que David Duchovny, además de
actor, acababa de sacar un disco. Pasamos Pavones, bien. Se suben
algunas personas, pero no muchas. En Artilleros más de lo mismo,
supongo que la mayoría irán hacia Sáinz de Baranda o Avenida de
América para hacer algún trasbordo, como yo. Intentaba no pensar en
nada y disfrutar de la música. No había ninguna chica guapa a la
que mirar. En Vinateros se subió un hombre que me llamó la
atención, su cara me sonaba muchísimo. Se sentó justo enfrente de
mí. Parecía nervioso. Llevaba un polo rojo de manga larga (¡en
verano!) bastante hortera y unos pantalones cortos vaqueros más
ridículos aún. Además, iba en chanclas. Supuse que tendría prisa
y por eso estaba tan inquieto. No dejaba de mirar los carteles de los
recorridos del metro. Extrañamente, también me miraba a mí. Me
ponía nervioso. Con sus gafas no debía ver muy bien, pues se
levantó para ver mejor el panel que estaba a mi lado, se quedó un
rato de pie y cuando fue a sentarse, le habían usurpado su sitio.
Mala suerte. Se sentó a mi derecha. No era gordo, pero sí grande, y
la cara, juraría que había visto esa cara en algún sitio. Me
sentía un poco acosado, no dejaba de mirarme. Llegamos a Avenida de
América y me bajé. ¡Sorpresa! Él también.
El trasbordo era bastante largo, así que esperaba darle
esquinazo, pero no. Me seguía, era un hecho. Aceleré el paso, pero
ahí venía, apartando a la gente. ¿Me seguía o es que de verdad
tenía prisa? Cuando llegué al andén de la línea 7 le perdí de
vista. El metro tardaría 9 minutos en llegar, no sé qué pasaba en
verano, pero circulaban menos trenes, gracias, Metro de Madrid.
Caminé hacia el fondo del andén, donde estaría mi salida. Me giré
y allí estaba. Pasé de él, pero se estaba acercando. Quedaban 7
minutos para el tren. Llegó a mi lado y titubeó, yo seguía con los
cascos puestos, deseando que no me hablase.
–¿Chema? –mierda, me habló.
–Eh... sí.
–Escúchame con atención, no dejes que...
No terminó la frase. Un tipo le empujó contra la pared. Iba
con un traje negro, la verdad es que daba bastante miedo y yo, como
una persona normal que soy, lo tenía.
–¿Qué te ha dicho?
–Nada, de verdad, justo cuando iba a hablarme ha aparecido
usted y... –lo raro es que pudiese hablar, porque me estaba meando,
estaba asustado y sólo quería salir corriendo. Sólo sé que lo
dije muy rápido. El de rojo se recuperó un poco y me miró, esos
ojos marrones oscuro, casi negro, me sonaban de algo, como si los
hubiese estado mirando durante mucho tiempo.
–¡No le creas! ¡Hazme caso a mí! Ella no es la adecuada,
tienes que terminar con...
El tipo de negro le volvió a pegar, pero el acosador del
metro me seguía gritando.
–Si no quieres acabar solo y desgraciado, tienes que querer
a otra persona que no sea ella. Por tu culpa no tengo nada, ¡por su
culpa! ¡Tienes que seguir adelante! La chica ideal para nosotros
es...
¡Me cagué en la puta allí mismo! El tipo de negro empujó
al de rojo a las vías justo cuando llegaba el metro. Ese tipo me
había matado. Era una especie de Agente Smith de Matrix, pero real,
o eso creía. También podía ser una broma, pero mi sangre no
engañaba, estaba cubierto de ella.
–¡Escucha chaval! Sigue con tu vida como si nada de esto
hubiese ocurrido, a fin de cuentas nadie se ha dado cuenta –y era
cierto, nadie en el andén estaba mirando, como si fuésemos
invisibles, no se habían enterado de nada–. Si no quieres que te
pase esto ya sabes cómo tienes que actuar, no te hagas caso. Además,
no creerás que ninguna sea la adecuada.
Me subí al metro, alucinando. Mi sangre había desaparecido.
Miraba a la gente, pero ellos estaban tranquilos con sus vidas
tranquilas.
“¡Din, don, din! Próxima estación, Paco de Lucía”.
Mierda, me había dormido hasta el final del trayecto. Ya lo dijo
Oscar Wilde, “El futuro no envía heraldos”.
Maldito galán de pitillera,
Al que tienes amarrado,
Llenándolo todo de frases de poetas,
De esos enamorados.
Locos que escriben en portales,
Sus historias de aquí te pillo, aquí te mato.
Que cantan todos los carnavales
De amores sucios y agarrados.
Escritores sucios de pacotilla
Que buscan liberar la bragueta,
Como donjuanes de Zorrilla
O el estudiante de Espronceda.
Que viven de flor en revolcón
Viajando en minifaldas,
Llamando a Cupido cabrón
Por no darle a la más guapa.
Maldito conquistador de pacotilla
El que tienes a tus pies,
Hablando todo el rato de cosas bonitas
Como si lo hiciese bien.
Locos que escriben en folios sueltos
Sus relatos de amores muy juveniles
Que gozan como si fuesen muertos
Todas las lluvias de los abriles.
Juntaletras todos de mierda
Que buscan tocarte el culo,
Agarrarte alguna teta
Recitándote a Catulo.
Que viven de artes liberales
Viajando en unas bragas.
Que se enredan en unos matorrales
Debajo de tu cama.
[2]
Mi casa, quiero que seas mi casa,
Asomarme a tus ojos,
Y ver si todo se me pasa.
Tu cuerpo, quiero que sea mi cuerpo,
Asomarme a tu boca,
Y quemarme con tu fuego.
Tus brazos, quiero que sean mis brazos,
Abrazarte infinito
Y que quede para rato.
Tu pecho, quiero que sea mi pecho,
Escuchar tu latir
Y que al dormir, sea relajado y lento.
Tu culo, quiero que sea mi culo,
Pero tu culo no, tu culo es miel
Como dice la canción de Extremoduro.
Mi problema era que me podían gustar todas, pero ninguna me gustaba de verdad. El problema era que me gustaba la idea de que me gustasen y poder escribirlas algo bonito, aunque luego ni supiesen que las he escrito algo. El problema es que por las noches me aburro mucho, y hace calor. Y ojalá hiciese frío para ponerme una chaqueta y salir a pasear solo un rato, con la luna. Sí, la luna, es muy típico, aparece en muchos relatos, poemas, canciones, y no sólo míos. Pero pensadlo bien, ¿acaso la luna no es la única chica que sale contigo o conmigo todas las noches? Además es blanquita, como a mí me gustan. Y más que ojos tiene cráteres profundos, y más que cuerpo tiene luz. Ahora dime, ¿qué tienes tú? ¿Boca? vale, los besos están bien; ¿ojos?, vale, una mirada puede derretir; ¿nariz? yo también, y huele a coco; ¿manos? mierda, ahí también ganas; ¿tetas? ¿culo? ¿coño? ¿Y para qué sirve? Es todo tan sucio y tan soez que me gusta. A la mierda la luna, me quedo con las chicas, me quedo con la chica. Eso sí, la felicidad nos la buscamos cada uno por nuestra cuenta, que ya sabemos cómo pueden acabar estas cosas, eh Hank.
Ni cervezas ni hostias, que no hay. ¿Una horchata?
¿Para quién va escrito cada cosa del blog? Eso sólo lo sabemos dos personas, yo, y la persona a quien he escrito algo. Contigo o Sin ti.
A veces me caigo
Porque dejo palabras por el suelo.
El otro día pisé "acantilado"
Y el final estaba tan lejos
Que durante la caída
Pude ver pasar mi vida.
Es muy triste que todos mis logros
Sean tus ojos,
Me da mucha pena
Que mis metas
Sean tus piernas,
Dan ganas de llorar
Pensar
Que las puedes cerrar,
Es incluso pervertido
El que yo lo encuentre divertido.
Pensaba en ti
Y en tu cuerpo
Al acercarme al suelo,
Y en todas las guarradas,
En mi boca contra tu espalda,
Se me llenaron las manos
Con lo que estaba agarrando.
Tal vez si hubiese pisado
La palabra "infinito"
Hubiese estado más tiempo pensando
En nuestros cuerpos juntitos.
En que nunca ha de llegar
Esa realidad
Que me separa del aire,
De ti y de mis males,
De mi mundo perfecto,
La piel de mis huesos,
La sangre de las venas,
Tu nombre en mis arterias
Como una enfermedad inversa
Que no me atraviesa el corazón,
Sino que lo besa con razón,
Para verle latir,
Sin ganas de vivir
Salvo si me salvas,
Sólo si me sacas
Una sonrisa de papel
Con tijeras y al revés.
Chiquita mañosa de pocos caprichos
Sólo tienes uno malo
Que es estar conmigo
Aunque te haga daño
Porque tengo el amor dormido.
Está un poco loco, es masoca,
Porque tengo pesadillas
Pero ahí sigue, a veces ronca
Y se asustan los sueños,
Por eso no los tengo,
Por eso no te tengo
Y porque aunque pueda poder
Es que no quiero.
Joder.
Era viernes y llovía tan intensamente que pensé que ibas a aparecer para besarme, pero no era otoño y lo único marrón que había en el suelo eran las mierdas de los perros. Era una típica tormenta de verano, como siempre que escribo. Había salido a pasear un poco, a ver si andando por mi barrio acababa en el tuyo, o mejor, te acababa conociendo. Me fui a resguardar en unos soportales, como la gente normal. Como yo. El cielo estaba muy gris y la lluvia era fresca. El olor a húmedo me gustaba. Y nada, ahí estaba yo, esperando y pensando, como siempre que escribo también, pensando en decir algo pero sin decirlo. Miré a la gente, estaban más grises que el cielo. Me deprimían tanto que preferí mojarme, a fin de cuentas soy un tipo de esos a los que les encanta la lluvia, o eso decimos para parecer interesantes. No me acuerdo de lo que llevaba puesto, pero tampoco era importante, sólo sé que empezó a pesar mucho, demasiado, todo de repente, mientras una luz fuerte me dejó algo cegado. La tela mojada empujaba mi cuerpo, ya algo frío, contra el suelo, mojado también. Me estaba cayendo, lo supe en cuanto cambié el gris del cielo por el gris de la acera.
Y me morí, pero no sé de qué.
El caso es que aparecí en una especie de sala de espera, con otras personas que supuse que también habían muerto. Una mujer tenía la cabeza llena de sangre y un cuchillo de cocina clavado en un costado. Otro hombre tenía la cara llena de cristales pequeños... En fin, todo un espectáculo. Sentía vergüenza porque mi cuerpo no estaba cubierto de sangre como el de los demás, allí era como el de la "muerte limpia", si además supieran que tampoco me dolió... Me senté a esperar mi turno, porque supuse que eso era lo que había que hacer. El tiempo no pasaba, porque estaba muerto, así que no sabía con certeza si estaba esperando o si todo estaba pasando. Era complicado. Me llamaron por un megáfono. Entré a una sala, era la única puerta que había y todos a los que habían llamado anteriormente habían entrado por ahí.
Sólo había una mesa con una carpeta encima. En ella ponía "Proyecto Ángel". Muy bonito todo. Le eché un ojo, y ¡vaya! lo que me esperaba era realmente decepcionante, ponía algo así como que tenía que ser ángel de la guarda de... ella. ¿En serio? ¿No había personas en el mundo? ¿pasaba algo si me negaba? En esa información no ponía nada. Tampoco ponía si iba a cobrar. Cerré la carpeta. No sabía muy bien qué hacer. Esa situación sería mejor si fuese ella la que estuviese muerta. Algo tiró de mis pies y caí. Caí mucho. Me di contra un suelo y no me dolió, porque... ¡joder! ¡Estaba muerto! Pero reconocería ese suelo a veinte mil leguas. Y ese olor, y ese pelo, y esa respiración mientras duerme... Me sentía un poco acosador, pero al fin y al cabo ese era mi trabajo.
Se despertó, y cual fue mi sorpresa al ver que se quedó un rato sentada en la cama, llorando, como si estuviese triste por algo... ¿Debería seguirla también a la ducha? Se podía caer y tendría que salvarla, además... no voy a ver nada que no haya visto o comido antes, y ella no iba a verme a mí. También lloró en la ducha, haciendo que todo lo erótico de la escena se fuese por el desagüe. No sabía que los ángeles pudiésemos tener ese tipo de sentimientos, pero sí, los teníamos, y con total libertad. Ojalá mis brazos fuesen su toalla.
Ese verano pareció haber muchas tormentas. Ella se protegía muy bien y no me necesitaba para nada. Me aburría mucho, pero descubrí que si me separaba de ella me dolía el pecho, lo que es realmente paradójico, porque no era la primera vez que me dolía después de que se separara ella de mí. Mi muerte pareció afectarla sólo durante unos días, después siguió con su vida normal. O eso creía. Sonreía y no brillaban sus ojos, suspiraba y el alma me dejaba congelado. Me encantaba verla mal. Muy mal. Pero mi misión era salvarla no sólo de peligros físicos que pudiesen acabar con su vida. Por las noches me tumbaba junto a ella, aunque no me gustaba mucho dormir con gente, pero era por su alma, que es lo que realmente tenía que proteger. Esas noches parecía que su alma se saliese de ella y pudiese verme. Entonces los dos nos poníamos en el alféizar de su ventana, charlando. Ojalá ella fuese igual de encantadora que su alma. Tuvimos una idea. Me iba a doler a mí más que a ella, pero lo mismo merecía la pena.
Salió de fiesta, era casualmente el día de mi cumpleaños, aunque no me notaba más viejo. Bebió mucho. Mi trabajo iba a ser duro esa noche. Mejor. Ya he escrito mucho sobre Madrid de noche, y ya veis que ni muerto dejo de escribir, así que me saltaré lo bonito de las farolas y lo feo de los borrachos meando por las esquinas e iré al grano. Iba hacia Cibeles para coger un búho que la llevase a casa. Se paró en un paso de cebra. Me coloqué detrás de ella y atravesé su espalda con mis manos, estaba suave y fría. No llovía, así que no iba a ser tan dramático. Se acercaba un autobús bastante rápido, así que empujé su alma, con tanta suerte que su cuerpo fue detrás de ella. Murió en el acto. Me dolió tanto el pecho que me morí yo también. Otra vez. Para siempre.
[...]
Abrí los ojos. La lluvia me golpeaba en la cara.
-Chico, ¿estás bien? ¡Casi te matas! -me dijo un hombre, acercándome una Coca-cola-. Ten, un poco de azúcar, para el susto y eso.
-Gracias -dije recobrando el aliento.
-Te vimos salir del soportal y justo te cayó un rayo al lado. No te dio de milagro. Debes tener un ángel de la guarda o algo así...
Soy del Jose Mari y de la Estrella,
Dicen que de España
Pero llevo a Grecia en mis venas.
Soy todas las palabras
Que hace la Nube sobre la Selva
Y ahora la que Brillaba.
Soy de mis tres hermanas,
Soy de todos mis amigos,
Soy todos sus nombres
Que no caben aquí escritos.
Soy Ídolo, soy admirador,
Soy poeta y soy dolor.
Soy de muchos escenarios,
Carne de cañón para los focos,
Soy más de una voz en el teatro.
Soy sangre en el Egeo
Y viento en Epidauro,
Sólo soy donde me llevan tus manos.
Soy de la playa de Sagunto,
Soy de su castillo y de sus calles.
Soy un poco en Italia,
Estoy hecho de retales.
Soy lo que me gustaría decirte
Pero que no me sale.
Soy alumno de todas las carreras,
Soy una pena que mata,
Sólo soy estas letras,
Soy una rota mirada,
Que si no fuese por los cristales
No sería nada.
Soy todo el daño que llevo encima
Y soy todas sus curas.
También soy todas mis sonrisas,
Soy quien me las provoca.
Si soy yo a veces soy la soledad,
Y si fuese un río, no miraría hacia atrás.
Soy sólo un corazón
Con todos sus errores.
Soy sólo un acierto
De todos mis corazones.
Soy un puño cerrado que se alza al viento
Hay quien lucha por fuera, yo por dentro.
Soy todos los libros que he leído,
Soy Bukowski, soy Holden,
Harry Potter y soy Bilbo.
Soy toda mi música, soy un héroe,
Estoy cansado al ser de tantos sitios,
Soy un oasis, pero nunca seré olvido.
Soy películas, soy fotografías,
Lo que me rodea,
Y quien sea persona amiga.
Soy un rayo de luz, soy oscuridad,
Soy el humo de un cigarro
En tu poesía a medio acabar.
Soy algunas botellas y tercios,
A veces en tu almohada,
A veces soy tu techo.
Soy Chema entre otras cosas,
No soy un mal beso,
Puede que un alma odiosa.
Soy un enredo en tu pelo,
Una frase graciosa.
Sin duda soy lo que quiero
Y no quiero
Ser otra persona.
Siempre que pienso en Malasaña me imagino garitos oscuros, con rock & roll de fondo y con sólo dos bebidas permitidas, la cerveza y el gin-tonic, para tomarte un ron con limón te vas a una discoteca. Aquí la cuestión es ser decadentista, hipster, moderno, trágico o todo a la vez. Cuando sales del metro de Tribunal y ves el ambiente ya sabes si va a ser una buena noche o no, y esta lo iba a ser. Me reuní con tres murcianos de pro, de los que a mi parecer tienen más gracia natural que un andaluz. Aún no olía a meado y se dejaron guiar por mí. Primera parada, unos tercios en La Vía Láctea. Después vino la gran decepción,y sólo acababa de empezar... el Little Angie estaba cerrado, pero cerrado de desaparecido. Había otro lugar moderno al que no me quise ni acercar, no fuese a ser que me apareciesen volando mis gafas de pasta bien guardadas en casa, o se me arreglase la barba... quita, quita, mejor lejos.
Fuimos a La Vaca Austera a por un cubo de Ambar, lugar de procedencia, Bunburylandia, amarga, todo lo contrario que la noche. Ya he dicho que Malasaña suele ser un lugar oscuro, pero la sonrisa de mi acompañante femenina podría iluminar Tribunal y parte de Gran Vía. El sitio no estaba mal, pero creo que por la compañía, porque la música y el ambiente del local... me hacían beber rápido para irme de allí. Salimos a esquivar orientales y su cerveza a un euro. Andrea se empeñó en entrar al Rey Lagarto, todo lo que hay allí son malos recuerdos para mí, desde el olor y su olor hasta la música y su música, pero quién dice que no a una chica que dice "achoooo" y que lleva a su novio, muy fuerte por cierto, y a su amigo como fieles escuderos. Entramos, bajo al baño, piso un charco de meados, meo, subo, melenas se enredan en mi cara como recuerdos sudados. Nos vamos, la noche es joven y Madrid Me Mata nos convence mucho. Marvin Gaye, Rosendo, Ariel Rot, Alaska... y lo más importante, chupitos gratis. Ese bar-museo tiene mi futura visita asegurada. De momento esa noche acabó más pronto de lo que uno quisiera. Bajamos hasta Gran Vía, donde mis amigos murcianos bajarían Montera hasta Sol para ir a su hostal, y yo bajaría hasta Cibeles para ir a mi autobús. No iba a dormir en él, pero es lo que me llevaría a casa. Me despedí de ellos, esperando volver a verles como espera un niño la Navidad, aunque ojalá no pase un año sin ver a Andrea porque es una de esas personas con las que puedes hablar mucho de muchas cosas, pero que sabe que la base de todo es el sentimiento, y tengo los mejores para una amiga como ella.
El cielo de Madrid estaba más naranja de lo habitual mientras bajaba la calle. No tenía sueño, los coches, las luces, pasaban a mi lado, las rosas de las chicas con falda también. Paco me cogió del hombro y me dijo:
-¡Qué fresquitas van esas por Barcelona! ¿no?
Y efectivamente, lo iban. Acabábamos de actuar, la última Hécuba, homenaje al maestro que nos ha enseñado lo mejor de la vida, el que nos ha dado Grecia y ha metido por nuestros oídos un espíritu heleno. Cena en el McDonalds y la idea de tomar algo. Bajamos Mario, Abraham, Paco, Manu, Pablo y yo por Las Ramblas para ir a buscar a nuestras acompañantes femeninas. en su casa había un calor de la hostia, pegajoso, como follar sudando en verano pero sin la parte placentera. No aguantamos mucho y bajamos a la calle. Me sabía la boca a Yacaré con naranja. Sí, era ron, pero no estaba en Malasaña, aunque tampoco en una discoteca. Abraham intentó colar un rollo de papel del culo por el balcón de las chicas, y esto no era literatura, pero me hizo una gracia de cojones, en serio.
Las chicas tardaban mucho, tanto que me di cuenta de que el cielo de Barcelona no era tan naranja. Las chicas seguían tardando y pensé que hace un rato escaso una prostituta, que seguro que era un maromo, me había dicho algo de su raja, también me hizo gracia. Ya estábamos todos, y lo que hicimos Paco, Abraham, Mario y yo fue "pillar un teki" como dice Paco y volver a nuestro hostal, porque Barcelona un lunes a la 1:30 está muerto. En Las Ramblas solo hay pakistaníes con cervezas, como en Madrid los chinos. Así que cogimos nuestro sudor y nos fuimos sin despedirnos ni nada, a lo cabrón. Pero más cabronada fue llegar al hostal en Sants y ver que la puerta estaba cerrada, y nosotros sin llave. Nos veíamos durmiendo en La Barceloneta, pero no, la llamada insistente a los telefonillos a las 2:00 da resultado, más que el intento de Abraham de abrir la puerta a hostias. Yo tengo la literatura, él tiene el boxeo, somos prácticamente iguales. Una meada y a dormir en un cuarto con tres literas, siete personas en una habitación, tres ventiladores y ninguno apuntaba a mi cama. ¿Podría haber algo peor? Sí, ir a ducharte por la mañana, no tener chanclas y arriesgarte a pillar hongos como poco en unas duchas comunitarias para todo el hostal. ¿Podría haber algo peor? Sí, ducharte, llenar el suelo de agua, salir desnudo, ponerte una toalla y salir semidesnudo al pasillo. ¿Algo peor? Sí, encontrarte a tu ex saliendo de la habitación.
-Eh...
-Eh...
¿Algo peor? Volver a Madrid, 40 grados, se derriten hasta los edificios. Que tu ex se deje la maleta y que el único que pueda contactar con ella seas tú.
Las Ramblas no han estado mal, La Barceloneta está sucia de cojones y el calor pegajoso era insoportable, así que me quedo con mi Malasaña, que hay menos desencuentros.
Dijimos que sería para siempre,
le pusimos nombre y apellidos.
Pero hay cosas que no se entienden,
como un corazón con dos cuchillos.
Dije que te querría para siempre,
pero también se secan los ríos.
Purgué las farolas para no verte,
prefiero encontrar mi amor propio perdido.
Dijiste que me querrías para siempre,
pero a mí tampoco me gusta mirar a los ojos.
También creo que aquí sobra gente
y faltan más jardines con el borde roto,
desbordados de personas a las que
han dejado plantados.
Hasta con una pistola podría hacer más el bien
que con un violín, aunque me manche más las manos.
Todos mis pecados me hacen ser más humano,
pero los tuyos me hicieron menos persona,
y aunque dije que te querría para siempre
supe romper el tiempo al tiempo que pasaban las horas.
Quién de los dos falló,
supongo que yo.
Guié hacia el odio
todo tu amor.
Se estaba volviendo negro,
así que fue lo mejor,
que para llenarme de tinta
exprimo un corazón.
El sonido de una ausencia que acojona,
el eco en las paredes,
el agua en la cara,
la tormenta, aquí.
Y a quien esté a mi lado:
gracias por venir.
Y me las di de escritor, vaya que si me las di. Primero me puse a repartir poesías en la puerta de La Casa del Libro en Gran Vía, seguro que me habéis visto alguna vez. Ahí estaba yo, con unos pantalones rotos y una camisa hecha una mierda, a juego con lo que cubre. También estaba ella, la típica pijilla moderna que entra a mirar libros para comprarse el que esté de moda y hacerse la interesante. Daba igual, estaba buena.
-En lo que entras y sales, te escribo un verso por cada pestaña -le dije guiñándole un ojo y sujetándole la puerta.
-¿Acaso has contado cuántas tengo?
-Una por cada suspiro que he dado al faltarme el aire cuando has parpadeado.
Cuando salió le regalé un poema infinito. Le gustó, supongo, porque quince minutos después estábamos hablando de mierdas en un Starbucks. Pagaba ella, por supuesto. Me contó que vivía por la zona de Huertas, yo le dije que tenía ganas de vivir, y vaya, no mucho después ya me estaba sobando la polla en el ascensor. No sé si pedí el café con caramelo o eran sus besos, pero me sabía a gloria. No hacía mucho calor, pero sus sábanas moradas estaban mejor en el suelo y nuestros cuerpos carnosos mejor en su colchón. Eso sí fue un buen poema, lo estuve escribiendo hasta que el lápiz no dio mucho más de sí. El sacapuntas ya estaba lleno así que tuve que hacer recitación oral. Fue todo muy limpio y muy guarro, pero esos eran los mejores. Cuando terminé me dejó ducharme en su casa, porque a mí se me había olvidado dónde vivía o si mi madre se seguía preocupando por mí. Le robé unas gafas de sol que hacían juego con mi sombra y me fui.
En mitad de la calle y con el sol que daba una farola, me puse a leer las frases que había en el suelo. Latino se acababa de suicidar en un balcón mientras unas golondrinas oscuras le picaban los ojos, no tuve misericordia de él y lo inmortalicé en una conversación con una chica que pasaba. Era un poco bohemia, pelo mal recogido y una rasta por ahí, libre como el amor que respiramos, aunque creo que era maría. Sus pantalones bombachos ocultaban un buen culo, o eso quise pensar. La tía iba tan colocada que me siguió el rollo. Me habló de su carrera, que no me acuerdo de cuál era, comentó algo sobre política, pero me dio bastante igual, me recomendó algunos autores que ni siquiera apunté, no tenía dinero para leer, y eso si que era injusticia, y no esas cosas de las que ella me hablaba.
-Yo vivo del cuento.
-¿Eres estafador o algo de eso? -me preguntó mientras salíamos de un chino con una litrona en la mano.
-No, de las letras. Escribo cuentos para que las niñas mayores se vayan a la cama.
-¿Y eso da dinero?
-Da amor.
Y vaya si lo daba. A las 4 de la madrugada me estaba dando el lote con una hippie más limpia de lo que esperaba. Quiso ir más lejos pero vivía con sus padres, y realmente su casa si que estaba lejos. A mí me daba igual hacerlo o no, pero cuando te las das de escritor tienes que saber borrar los versos que no riman y las enumeraciones muy largas. Le dije que no tenía casa porque era demasiado libre, y demasiado pobre. No importó, si algo tiene Madrid son políticos y callejones. Entre dos coches empezó la faena, pasaba la boca de la litrona a... bueno, ya sabéis. No me gustaba que fumase, porque le tenía que sujetar yo el cigarro con aliño y el humo me tapaba las estrellas. Luego pensé que aquí no había estrellas, así que me concentré en tocarle las tetas. Fui bajando hasta la zona húmeda, pero ninguno teníamos bañador. Ahí se quedó la cosa. No sé si nos despedimos. Yo tiré para Cibeles y ella... pues no sé, a luchar por una causa justa. Espero que se acuerde de los libros.
Estaba amaneciendo y había perdido la tarde anterior y la noche deshaciéndome en dos chicas. Nunca tengo tiempo para mí, pero bueno, así no la cago. La última vez que pensé mucho la jodí, y no joder en el sentido de las dos últimas veces que he jodido. Me senté en el Paseo del Prado y me rasqué los sobacos, era el mejor placer mañanero que pude tener. No tenía el cuerpo para muchas erecciones. O sí. Una morena pasó haciendo eses y con los tacones en la mano. Iba de negro a juego con mi personalidad.
-¿Dónde vas, morena? ¿No ves que te han cerrado las farolas y te han apagado los bares?
Intentó hablar, pero se potó encima y se tiró a mi lado. No me molestaba el olor a pota, ya me había acostumbrado, yo también lloraba mucho de vez en cuando. Cogí su bolso, entre compresas y maquillaje vi la cartera. Miré su dirección en el DNI. Vivía en Serrano, si la llevaba a cuestas lo mismo desayunaba algo dulce, y además me invitaría a café con tostadas.
Dárselas de escritor es agotador, pero menos sexo da no tener imaginación.
De tantas palabras que me sé, Ninguna es la adecuada para decirte adiós, No sé si es que me queda por aprender O es que el rencor no sabe gritar a viva voz.
Si te escribiese para que te fueses
Una canción, sería una mierda,
Poniendo con letras las veces
Que te querría ver muerta.
Porque no te quiero a mi lado,
Y que se me vuelen los brazos
Para ir a buscar
Un cuerpo sin cadenas
Que se llame libertad.
Cansados, así tengo los besos,
Así que déjalos entre sueños.
Que tengo los labios con sangre
Que sabe mejor que tu boca incesante.
No hay un número tan grande,
Ni ciencias explicables
Para este sentimiento
Que cava fosas,
Y es que te odio
Por encima de todas las cosas,
Así que vete alejando
Por el camino solitario,
Que te quiero escribir: Amor espacial, Sentimiento irracional, Y para que te vayas Un camino de aristas claras.
Ella nunca había hecho eso, ni se lo había planteado, pero
llegó su amiga Menchu, la moderna, y se lo dijo, que por probar no
pasaba nada, que era algo natural y que todo el mundo tiene sus
necesidades. Y claro, Menchu en eso era una experta. Ella, Gabi, no
tanto. Desde que su marido la dejó por una chica más joven, no ha
estado con nadie, y no creía necesitarlo, hasta que Menchu le metió
la idea en la cabeza.
-Es muy fácil, llamas y te lo envían a casa o a donde tú
quieras y para lo que tú quieras, total discreción -decía su amiga
ajustándose las gafas-. Toma, te dejo el número, vas a disfrutar,
ya verás.
-No sé... bueno, ya veré -tendió la mano y cogió el
papelito.
Y llamó, dispuesta a no pasar una noche de sábado sola, sin
más compañía que una cena precocinada y un grupo de tertulianos
diciéndose de todo en la TV. Ya estaba bien de esas noches tristes,
llamó, y esa misma noche tendría un jovencito elegante en su
puerta, y tomó además una decisión, esa noche mandaba ella.
Gabi se estaba terminando de maquillar cuando sonó el
portero automático. Se puso un poco nerviosa, mientras su
acompañante subía en el ascensor, podría retocarse un poco el
pintalabios. No iba muy maquillada, esa noche la puta no era ella.
Fue a abrir, cuando preguntó que quién era (aunque era absurdo, ya
lo sabía), se escuchó un tímido: Su cita de esta noche.
El chico se miraba en el espejo del ascensor. Si la
universidad no fuese tan cara no tendría que caer tan bajo. Sabía
que había otros métodos de conseguir dinero, pero no tan rápido
como hacer que una mujer entrada en años se sintiese querida y
deseada. Sergio se atusó el tupé y se colocó el traje. En la
profundidad de sus ojos marrones terminaba de morir la inocencia que
le quedaba. Tiró el chicle de menta a una esquina del ascensor,
salió y llego a la puerta, respiró hondo.
-Buenas noches -dijo él. Cuando la vio, supo que iba a ser,
posiblemente, la peor noche en todo el tiempo que llevaba en la
agencia.
-Adelante, pasa -invitó Gabi, con la voz temblorosa-,
¿quieres tomar algo? Tengo vino.
-Pues vino, mismamente -Gabi le hizo un gesto para que se
sentase en un enorme sofá blanco, la mesa de delante estaba llena de
papeles-.
-Perdona, estaba corrigiendo unos exámenes.
Al principio todo transcurrió sin más, Sergio miraba el
salón con curiosidad, pero era una casa muy simple, con unos cuantos
muebles blancos y negros, una televisión de pantalla plana de no más
de 32 pulgadas y unos cuantos cuadros de algo que él no podía
explicar, sencillo y moderno a la vez. La iluminación era tenue y el
vino entraba muy bien, aunque él no era experto, podría haber sido
vino de cartón y no se hubiese dado cuenta. Se quitó la americana.
-¿Quieres empezar ya? -preguntó Gabi presurosa al ver el
gesto de su cita.
-No, no, tranquila, sólo es el cal... -pero no pudo
contestar del todo porque aquella mujer le besó. No era costumbre
que las clientas besasen, y más le sorprendió que fuese aquella
clienta. Pero el deber era el deber, así que hizo su trabajo.
Del salón a la habitación se hizo un camino de ropa. Sobre
todo la de él. Primero la corbata, la camisa, los calcetines, y ya
en la puerta los pantalones. Se quedó sólo con los bóxer negros.
Gabi le empujó contra la cama y sonrió de verdad por primera vez en
toda la noche. Por primera vez en mucho tiempo. Ella se deshizo de su
blusa y de su falda y se quedó en ropa interior. Llevaba un conjunto
de color morado. Sergio se acordó del pelo de su exnovia. No era
momento de pensar en eso ahora, en ese trabajo había que dejar los
sentimientos de lado. Todo de lado y encima aquella mujer. Se quitó
el sujetador y dejó caer dos pechos de tamaño considerable sobre su
cara. Empezaba el trabajo.
Gabi no cabía en sí de la excitación, fue besándole el
torso hasta llegar a los calzoncillos del chico. Los bajó y presentó
su boca a la polla de Sergio. Él se temía que tendría que hacer
lo mismo. Así que cambiaron de postura. Al menos está limpia, pensó
el joven, intentando limpiar aquella situación en su mente. El subió
con su boca hasta los pechos de Gabi y arrimó su miembro latente al
rincón cálido de su clienta.
-No hace falta que uses condón -dijo ella entre gemidos.
-Debo hacerlo, normas de seguridad -contestó él mientras se
ponía uno que había rescatado del pantalón, tirado en la puerta.
Gabi, a su edad, no se imaginaba las infinitas posibilidades
de placer que podía otorgar un cuerpo. Para ella, ponerse a cuatro
patas era de puta y de golfa, o así se lo hacía saber a sus amigas,
sin embargo, ese fue uno de los mejores orgasmos de su vida. Del
dormitorio pasaron a la ducha, donde lo único que no se empañó del
todo fue ese trozo de mampara en el que el cuerpo de Gabi quedó
empotrado mientras Sergio, pensando en el dinero, follaba como si no
hubiese mañana, con el agua cayendo encima de ellos, limpiando lo
más bajo de sus instintos. Mientras se secaban, él pensó que no
tenía una espalda fea aquella mujer, pero entonces se giraba y
volvió a sentir el enmudecimiento que tuvo nada más verla. No era
fea tampoco, pensaba.
Se vistió mientras ella fue a buscar el dinero. Quería irse
de allí ya. Apareció ella con un batín y 350 euros en la mano. Le
acompañó a la puerta.
-Siento si no era lo que esperabas -le dijo mientras le
acariciaba la cara a su joven y particular efebo -. Confío en la
total discreción.
-La habrá. Buenas noches.
Gabi cerró la puerta y se miró en el espejo del recibidor.
Unas puertas metálicas se cerraron detrás de Sergio y se miró en
el espejo del ascensor. Ella estaba radiante. Él sólo quería irse
a dormir y que todo hubiese sido una pesadilla, sintió lo que nunca
había sentido con otra clienta. El lunes va a ser un día complicado
en clase, pensaron los dos.
No llego ni al suelo,
Pero tengo el tamaño perfecto
Para entrar a vivir
Dentro de ti.
Porque el miedo
Me ha hecho tan pequeño
Que me podría colgar
Del nudo de la garganta
Que no me deja hablar
Y decirte que soy así,
Tan pequeño, minúsculo,
Porque me perdí
En el lado oscuro
De tu cuerpo desnudo
Y me asomé
Por tus pupilas
Y me asombré
De lo fea que es la vida
Cuando no te veo delante,
Sino que veo mi semblante
Desde tus ojos rojos,
Como si fuese un espejo roto
Haciendo versiones de mí,
Versiones pequeñitas,
Cada una en una cajita,
Una para cada día.
Porque mi tamaño perfecto
Es el que me permite,
Por ser tan pequeño,
Nunca despedirme
Y colarme en tus sueños
Escalando por el pelo,
Entrando por tus orejas,
Y matando los desvelos,
Ver que conmigo sueñas,
Y juegas,
Y te tocas.
Entonces ya no soy pequeño,
Pero querría serlo
Para vivir en tu boca
Mientras tu mano piensa
En lo que tienes entre las piernas.
Pero ya no soy pequeño,
¡Diablos! Era guapa la chica, o al menos a mí me lo
parecía. Joven y bonita. Yo también era joven, pero no tanto como
ella. También eran jóvenes los momentos que empezamos a pasar
juntos, pero como siempre pasa en las historias de este tipo, esos
momentos envejecen, e incluso mueren. Así es la vida, se puede
definir perfectamente como momentos. Momentos en la calle, momentos
en un parque, momentos en un bar, momentos en la cama, momentos en la
ducha. Viendo esa lista también podríamos decir besos en lugar de
momentos, pero no, no podemos permitírnoslo. Fue, es y será una
norma básica de esto. Nada de amor, porque no es conveniente.
Llegados a este punto, enamorarse sería echarlo todo a perder,
joder. Malditos sentimientos queriéndose entrometer en todo... pues
con nosotros no podrán, ya te lo digo yo.
-Nunca me había fijado, pero tienes el blanco de los ojos
demasiado blanco. O tal vez es que eres muy moreno y tienes los ojos
muy oscuros, y por eso resalta más. Es increíble.
-Tal vez es que sólo unos ojos claros me han visto bien
-dije yo-, o tal vez es el reflejo de la aurora boreal.
-También tienes unas manos muy suaves.
-No habrás tocado muchas manos entonces.
-Bufff, no, y espero no hacerlo.
-Mejor, mejor.
No podíamos permitírnoslo. De vez en cuando nuestras manos
se tanteaban, pero nunca se agarraban. El roce hace el cariño, así
que nos rozábamos lo justo y necesario. Si nos sobrepasábamos,
echábamos la culpa a la oscuridad. Cada vez nos veíamos menos a la
luz del día, y yo no sé cómo se lo tomaba ella, pero a mí me daba
igual, lo importante era verse de vez en cuando. Verse sin ropa, no
verse con la luz apagada y sentirse, hacerlo sin querer(se).
Después la acompañaba un poco a su casa. Se podría
interpretar como un gesto de caballería. No nos confundamos, que no
la quisiera no significa que no me gustase, y no quería que le
pasase nada a altas horas de la madrugada. Es curioso, porque a mí
me podrían atracar igual que a ella, pero bueno, el gesto está ahí.
Gestos bonitos que crean momentos que esperamos que no nos hagan
enamorarnos, porque joder, es imposible. Más allá de dos cuerpos
desnudos somos bastante diferentes. Yo quería Bunbury, ella Fito. Y
no, no puede ser. Aún así, había besos de despedida, después de
los de bienvenida.
-Adiós, ten cuidado el resto del camino.
-Lo tendré, y seguro que llegaré antes que tú a casa.
Y era verdad. Claro, con esas largas piernas hasta el suelo
caminaba con más brío que yo. Además, yo era un caminante lento
ensimismado. Me cruzaba con un par de cucarachas, algún gato y poco
más. Ningún coche cruzaba el barrio a esas horas, y era una mierda,
porque entre tanto silencio sólo se escuchaba una voz atronadora en
mi cabeza.
-¿Qué haces? No te lo permitas, eh -me decía.
-Claro que no, joder. Está todo hablado. Pero sí que me
preocupo por ella, porque es más joven, más inocente, y no sé si
ella sabrá no permitírselo. Parece madura, pero...
-Ten cuidado.
-Lo que tengo es miedo, no quisiera hacer daño a nadie.
-Tener miedo es buena señal.
-¿De qué?
-De que es verdad que tú no te lo permites. Sea como sea, no
le hagas daño.
¿Para qué cojones escribo un diálogo con una voz en mi
cabeza? Justo me llegó un whatsapp cuando mi llave se estaba
follando a la cerradura de mi casa. Ella ya había llegado. Me
tranquilicé. Bebí agua, meé, me quité la ropa y me acosté.
¡Diablos! La cama aún olía a ella, igual que sus manos olerían a
mí. Me levanté y cogí un rotulador negro, permanente, me abrí el
pecho, saqué el corazón y puse “STOP”. Hice una foto antes de
colocármelo y se la mandé. Al cabo de tres minutos ella me contestó
con otra foto, en ella salían su corazón y su cerebro, y en ambos
estaba dibujada una señal de prohibición sobre un corazón.
Perfecto.
A qué viene esa sonrisa,
No ves que fuera está lloviendo.
Barritan los grifos de la ducha
Porque ya no ven tu cuerpo.
Se quejan los azulejos del baño,
Cansados de aguantar el espejo
Que ya no muestra tu cara,
Sólo vaho de este invierno.
Este invierno sin prisa
Volviéndose un infierno.
Rugidos del metal de la estufa
Porque ya no calienta tus huesos.
Lloran los hilos de este trapo
Cansados del polvo de un recuerdo
En el que mojan tus babas
Por no inundar el suelo.
Este suelo no se pisa,
No ves que hay un muerto.
Graznidos de una almohada difunta
Porque se ha desangrado de sueños.
Gime el fondo de este plato
Cansado de estar vacío de sustento
Que alimentaba toda mi cara
Con saliva de tus besos.
Estos besos que no se repitan,
No ves que ahora estás lejos.
Ladran dos bocas que no están juntas
Porque no hablan de sentimientos.
Se lamenta la caja de mis ratos olvidados
Cansada de hacer sitio a los “te quiero”
Que me decías con una mirada
Antes de decirme “hasta luego”.