sábado, 30 de mayo de 2020

Hecatónquiro


Hola. Acabo de terminar de escribir un segundo poemario, tenéis toda la información en la entrada anterior. No sé qué será de él, ahora que lo he terminado no me gusta y lo tengo guardado para lo que pueda ocurrir, habrá que dejarlo reposar a ver si creo que merece la pena o me pongo con movidas nuevas. Esto que subo ahora eran unos versos de descarte que si bien pegaban con el tono del escrito y las referencias, no terminó de encontrar su hueco (y eso que lo pasé fatal hasta llegar a un mínimo de páginas). Aún así lo he terminado hoy en un rato y pues eso, aquí está, dadle amor, o no, ya da igual.


Como un espejo roto, yo contengo multitudes,
la fuerza de mil aludes, el ingenio de los escollos.
La vida de los abrazos es la muerte de la distancia,
la permanencia y la estancia solo estaban de paso.

Andanadas de requiebros no visten bien al porvenir
que no está hecho para mí, que vivo mejor dentro.
Sé que ningún poema puede explicar bien el amor,
como no lo hace el corazón que solamente sueña.

Que a todas las caras se las lleve el olvido
y reír mañana por lo que nunca ha dolido.
Que todas las voces griten siempre lo mismo,
harta pena entre roces, arto espinoso vivir conmigo.

La saliva de tu boca en mis labios es una aguja,
son solo la espuma tras morirse las olas.
Ante lo que vendrá sin la seguridad de tu aliento,
iré siempre contra el viento, nunca pensé en ganar.

Como un rayo de luna contienes la belleza,
el misterio de la niebla, nocturnidad de lechuzas.
Sé que solo una flor no puede explicar la primavera
igual que Grecia es mucho más que ruinas para dos.

Que a todas las caras se las lleve el olvido
y este caos mañana nunca habrá dolido.
Que todas las voces griten siempre lo mismo,
harto de brazos feroces y buscando más abrigo.






martes, 12 de mayo de 2020

La sal de mis planetas

     Como astronauta vives mil aventuras, de verdad, pero nada peor como cuando caí por el agujero negro que dejaste, por ese vacío tan espeso que sabe a cuando parpadeas y no vuelves a abrirme los ojos nunca, ingrávido, flotando por esta galaxia eterna parasiempre, que en realidad es ahora mismo desde hace mucho tiempo, y se mezclan colores y asteroides y parece que estoy en un cuadro de Pollock como me dijeron unos ojos que más que bonitos son bonitos en su forma de mirar. Y yo quería terminar de caer, y tú no me dejabas y en este espacioso espacio me encontré con el hogar de mil dioses que no eran más que tus manos acunando a Kamadeva, porque en ti cabe todo y yo más bien soy nada; que si aterrizo plantaré mi casa austera hecha de pechos vacíos en el exilio de esta tierra de Nod que es ahora la vida e intentaré que tenga buenas vistas, como ese sitio tan prostituido donde van a romper las olas hechas de palabras que se convierten en espuma de mensajes que no te he enviado nunca pero que son palabras para nadie, peligrosas porque se las lleva el aire, y aquí están, cayendo conmigo. Como en el centro de tu ombligo no hay ningún sitio y ahora tengo la nunca ansiada paz y el menos querido frío, ahora que soy enemigo, soldado de invierno, porque esto me hiere más que un infierno y si lo llego a saber, me digo a mí mismo, no sé si del pasado o del futuro porque el tiempo es solo un istmo fino que ha unido un rato dos destinos que para gran mentira y mentiroso, yo y el amor, Dios. Mientras la yaceja hecha de estrellas cree que me acuna y ojalá me meza como en tu melena que resguarda de aguaceros fugaces mi sayal hecho de telas y otros retales espaciales y la magia de la escafandra que es solo un trozo una lágrima que se nos cayó a los dos en esos dos segundos de emoción porque fuera de este vacío sí se pudo escuchar una canción, aquí solo suena el eco del silencio que retruena en mis adentros como pasos en una catedral, que no te das cuenta del marchar a otros planetas sin salvavidas, porque hay besos que tristemente solo son viajes de ida, que vuelan con sus alas al sol, que en estas lunas hay sal para dos. En la geografía de la tristeza los mapas tiene ríos de venas y los veo desde aquí arriba en mundos de ambrosía, en calles estrechas por donde no caben los gigantes, Jötunheim les espera y es que son tan grades que no veo el suelo, pero huelo sus tristezas y cómo caen, y cómo vuelas y como vienes me dejas; y este llanto blanco lo aprendí que quien vio partir un barco sin cambiar las velas porque las olas del espacio tienen gritos por cresta y por ti he creado mitos que ahora las surfean; he construido pueblecitos donde los caballos galopan entre matorrales cuyo fruto son estrellas fugaces y en las raíces están las frases de canciones de Zahara, de echar de menos y de arañazos de gatos que maúllan como en celo; que te miran por ser un cielo, bailando en cualquier astrogarito donde no suena el rock del cocodrilo y me sigo preguntando dónde demonios están Holden y Hank, que saben lo que es perderse en este vacío como si te hubiesen también conocido. Como astronauta la caza es supervivencia, y a veces una nave, a veces un cometa y en su estela veo como atraviesas lo que te escribo solo para no hablar más conmigo, como en el andén mágico de esos libros que tanto me han dado y que en sus letras has visto que sigo siendo un niño perdido en este espacioso espacio que, como buena alharaca, no es tan grande como todo lo que en tu boca habría planeado pero que se ha extinguido, cual incendio en la isla que una vez vio cómo nos habíamos querido, ya, demasiado tarde puede parecer mucho tiempo, pero pasen o no los sentimientos, el fulgor seguirá brillando por momentos, por momentos, por momentos.


miércoles, 6 de mayo de 2020

Agogé

     Eran apenas dos "pelusos" bailando. El resto de pelotones vitoreaba a su alrededor mientras ellos recorrían un círculo invisible, dedicándose miradas y sonrisas. Pese a que le sudaban las manos, la lanza, embotada para evitar daños innecesarios, no se le escurría gracias a la ira de tela enrollada en ella. Sus ojos claros resplandecían bajo el influjo de Helios, pero no tanto como la sonrisa confiada de su oponente. En cierta manera, esa expresión torcida mientras enseñaba los dientes níveos sobre una tez bastante morena le resultaba atractiva. En cierta manera.

     –¿No has llegado muy lejos, ilota? –dijo mientras intentaba alcanzarle con la lanza, provocando un silbido en el aire, ya que su rival la esquivó con agilidad.
     –Mothakés, si no te importa. Yo que tú cerraría la boca, el poder de tu familia es inútil aquí... –y le dio con un costado de la punta de la lanza en la mejilla izquierda.
     –Al menos yo tengo familia, esclavo... –y escupió sangre.
     –Aquí solo tendrás esto –sentenció el oponente mientras se agarraba los testículos.
     –¡Basta! ¡Los dos! –gritó su irén.

     Tiró la lanza y se lanzó al cuello del ilota. Tenía un cuerpo fibroso, era más fuerte y ágil que él, y el sudor no ayudaba a mantenerse agarrado, pero el factor sorpresa le ayudó. Aún así, su oponente, que le sacaba diez centímetros se deshizo de él con facilidad. Le tiró al suelo y le dolió más el orgullo de que un esclavo haya conseguido derribar a un Euripóntida que el golpe en sí. La gravilla le arañó la espalda y las piernas. Seguramente tendría polvo dentro del taparrabos. El resto de pelotones jaleaba a su rival, que le tendió la mano para ayudarle a levantarse.

     –Un hombre que pierde la calma, pierde dos veces –le dijo.

     Él no contestó y simplemente le dedicó una mirada que indicaba que ya se tomaría la revancha.

     […]

     Si no fuese una estatua, Artemisa habría bajado la mirada ante semejante vergüenza. No le habían “educado” para eso. Se preguntó si había merecido la pena el pan duro por todo lo que iba a soportar en esos momentos. “Robar está mal, que te pillen, aún peor”, pensó mientras dos compañeros le sujetaban, desnudo, frente al altar de la diosa.

     –Vaya, vaya... el “reyecito” no sabe comer si no se lo dan todo en la mano o se lo sirve un esclavo –y le dio el primer latigazo con una fusta de cuero marrón, algo gastada ya-
     –Sí, es que tu padre estaba ocupado limpiando la mierda de mis caballos –y apretó los dientes y se tragó el dolor y el orgullo. Cerró tan fuerte los puños que se hizo sangre en sus propias palmas.

     El de Mesenia se fijó en los hombros y en la ancha espalda del Euripóntida, alba con un trueno de sangre en medio. La tormenta solo acababa de llegar.

     [...]

     Esa noche había dormido mal, las cañas de su jergón estaban destrozadas. Los primeros rayos del sol se reflejaban ya en el Eurotas cuando él estaba ya cerca del lecho del río buscando nuevo material para su lecho. La naturaleza se estaba despertando en todos los sentidos. Olía a humedad, pero una humedad limpia, no a la humedad que le embozaba en los barracones debido al sudor y otros efluvios acumulados en el ambiente. Inspiró aire y crujió una rama. No le dio tiempo a girarse cuando ya le habían agarrado por detrás.

     –Siempre vigilado, recuerda. –le dijo una voz que conocía bien desde hace años.
     –Y siempre en guardia –y le dio un codazo en las costillas a su asaltante, que le soltó y resbaló sobre el barrizal que se acumulaba en la orilla del río. –Mira, ahora estás más limpio.
     –Y más guapo –replicó con su sonrisa torcida y sus dientes blancos.

     Le tendió la mano y le ayudó a levantarse. Flexionó el bíceps e hizo fuerza con los pectorales, gesto que no pasó desapercibido por el ilota.

     –¿Has estado entrenando, basilisco?
     –Compruébalo, esclavo.

     El ilota se lanzó sobre él y le mordió el lóbulo de la oreja derecha. Se separaron y los ojos zarcos de uno se cruzaron con los azabaches del otro. El eros se apoderó de ambos, otra vez, como casi todas las mañanas desde que ambos despertaron. Solo el Eurotas era testigo de la relación carnal mientras el Taigeto miraba a lo lejos.

     –¿Qué dirán los grandiosos Euripóntidas si ven a uno de los suyos yacer con un simple “esclavo”? –sonrió el ilota mientras le apartaba los bucles rubios a su amante, pegados en la frente por el sudor y la humedad.
     –Nada comparado con lo que te harán los tuyos, salvajes, por traicionar la causa de tu revolución –y mordió el labio de su oponente.
     –Llegado el momento, te mataría, lo sabes.
     –No, eres un hombre libre. Morirás a mi lado, como un guerrero, como mi hermano. Esta noche será la prueba.

     La prueba era cazar un grupo rebelde de ilotas que se habían sublevado en una plantación de trigo cercana. No suponían un peligro en grupos pequeños, pero en un gran número podrían causar grandes problemas en Laconia. La prueba de esa noche supondrá volver a someterles y acallar los posibles fuegos de una rebelión. Era un ritual, la Krypteia.

     […]

     Le sabía la boca a sangre. Estaba siendo más duro de lo que creía. “Estos ilotas saben defenderse” pensó mientras escupía. Entre el tumulto de la refriega buscaba su hermano, pero no lo veía. Solo esperaba que siguiese siendo uno más de ellos. Un siervo le sorprendió saliendo de entre la espesura de la noche, pero no le costó esquivarlo y aprovechar la finta para derribarle de una patada en la espinilla. Apenas se cruzaron sus miradas, la punta de la lanza del espartano atravesó la garganta, provocando que borbotones de sangre brotasen de la boca del ilota. Apenas sacó la lanza sintió un golpe en la sien. Perdió el equilibrio y cayó al suelo, no se desmayó pero su percepción era peor que si hubiese tomado tres jarrillas de vino sin diluir, como hacían en los barracones. Pero en la noche, solo dos cosas podrían relucir tanto: Selene, oculta para no ver las desgracias y su sonrisa.

     –¿Qué haces?
     –Te dije que lo haría.
     –¡Pero eres un hombre libre! –gritó mareado, intentando ponerse en pie.
     –Y como tal, elijo a los míos. Lo siento, hermano.

     Esa última palabra, la forma de decirla, le dolió más que la punta de la lanza atravesando su vientre. Pero al mothakés también le sabía a sangre ahora la boca. Porque también le dolió a él el último beso.