He vuelto a confundir estar solo con ser libre. Estoy sentado en la cama, no a los pies, sino en un lado, mirando por la ventana y ni siquiera sé si parpadeo mucho. Hay luces de neón pero no termina de ser de noche. Pudiera ser que fuera hubiese ruido, pero las ventanas no dejan pasar ni un pitido de algún coche, como siempre en todas las ciudades. Y no puedo decir lo mismo del interior, y no sé si del interior de mi cabeza, que no para tampoco, o del interior del hotel, que hay golpes y correteos, y es normal, porque en cada habitación vive, duerme, se disfruta e incluso muere una forma de amor. Hay quien va a un hotel de luna de miel, hay quien va con un amante, hay quien va a romper, o bueno, esto no lo sé, pero sé que en cada habitación puede haber uno, dos, tres o más corazones rotos o enteros, y aquí está el mío que no sabe ni cómo está, salvo iluminado, solo o libre. Y oigo ruidos en el pasillo.
Sé que estás en la puerta y te muerdes el labio. ¿Llamas? ¿Entras? Si lo haces... ¿es para hacernos compañía o para estar solos juntos? Piensas en si levantas el puño y diriges los nudillos hacia la puerta. Suspiro y me levanto y te abro y sonreímos. Podemos tomar algo del minibar, total, qué más da, hay vicios caros y baratos y se van a juntar todos. O podemos salir de la habitación, bajar al bar, salir del bar, salir de la ciudad e incluso del país. Y puede que nos siguiéramos sintiendo así. Te llevas el vaso a la boca, tampoco parpadeas mucho y nos miramos y tu cabeza tampoco para y puede que esta habitación se parezca entonces a las otras. O no. Menos fea ahora que estás, como todo desde que estás, es la lucha, es el combate que llevan a cabo los ojos que miran todo desde la belleza contra lo feo del mundo y de la vida.
Y la huida es hacia adentro, dejando salir primero un suspiro para hacer sitio a besos, caricias, sueños y desgracias que nos pueda traer esto. Salen después lágrimas y no está mal llorar, una de las tres mejores cosas que hay en el mundo. Además te limpia los ojos para seguir mirando bien, bonito, desde la belleza, blanca, bucólica, algo brumosa como las sábanas que nos están envolviendo desde hace rato. Y las sábanas de los hoteles no suelen ser suaves pero se han contagiado de tu piel y tu susurro, sedoso y sutil, como las manos y el cuello. Y te ríes, pero es una sonrisa lejana porque en tu mirada no estoy yo, solo hay neones y alrededor de ellos está tan oscuro como oscuro está todo dentro y todo fuera.
Entonces decides no levantar el puño, los nudillos aprietan la nada como la nada habrían apretado. Abres la mano y dejas salir la nada, libre o sola, que de esa perpleja incertidumbre trata esto, de esas vacilaciones, del titubeo del destino que ni él mismo se atreve a hacer y en el que no creemos. Suspiras y te vas, yo giro levemente la cabeza, pero será solo alguien más por el pasillo del hotel yendo a una habitación, con su corazón y a ver qué pasa. Yo también suspiro y tú te alejas y caminamos a la vez en dos planos (físicos y emocionales) distintos, y tú abres la puerta del hotel y yo la del minibar, y tú te muerdes los labios y yo beso un vaso. Y me vuelvo a sentar y a pensar si soy libre o si estoy solo.