jueves, 28 de abril de 2016

Cuatro/Abril

Más que de lágrima fácil
soy de sentimiento frágil.
Dame cuatro más de éstos
y te diré para qué los quiero.

Más que de marzo a abril
soy de todos los besos que caben allí.
Dame cuatro, aunque sea de años
y te juro que los visto de daños.

Más que de un tronco a medio talar
soy de un recuerdo en espiral.
Dame cuatro más si tú te acuerdas
de cómo bailamos al cerrarse la puerta.

Más que del calor de mis huesos
soy del frío de tu cuerpo.
Dame cuatro, aunque sea de años,
probablemente no espere sentado.


lunes, 25 de abril de 2016

No es un día perfecto

      –Vamos, despierta ya –dije dándole un pequeño empujón. Ella se giró y me dejó ver su culo entre las sábanas.
     –Así es imposible soñar.
     –¿De qué te sirve soñar dormida si no estás despierta para ver cómo tus sueños se pueden hacer realidad?

     Se volvió a girar y me sonrió. Me hubiese gustado decir que hacía sol y que un bonito día se dejaba ver al otro lado de la ventana, pero no. Estaba nublado, había grandes posibilidades de que lloviese, y entonces me di cuenta de cómo puede afectar eso al estado de ánimo. Me miró desde la cama, sus ojos hacían juego con el cielo, el cielo con mi corazón. Me gustaría poder llevarle el desayuno a la cama, pero bastante que tengo una cama a donde poder traerla a ella. La besé sin importar el aliento. Olía a descanso. Intenté acariciar su cabello como si fuese un gesto romántico, pero se acababa de despertar, sólo conseguí que mis dedos se enredasen en los nudos de su pelo, y no me importó, era una manera más de atraparme.

     –Me gustas tanto y te sé querer tan poco...
     –Pues debe ser que yo te quiero mucho, porque no me gustas nada y aquí estoy –me dijo casi susurrando, buscando mi cuello. Mi cuello que se alejaba de ella. Me levanté.
     –Espero que para desayunar te apetezca cerveza. También tengo macarrones congelados.
     –Ve a la ducha, ahora voy yo y luego te invito a desayunar.
     –Mierda –sonreí–. Soy tan pobre de dinero que sólo tengo amor.

     Me quité los calzoncillos por el camino y me metí en la ducha. El agua salió helada al principio, cuando ya estaba caliente, y el agua también, la llamé. No venía. Grité más alto, pero el agua se llevó mi voz por el desagüe. Por fin apareció, llorando. No me dijo nada, se metió en la ducha y me abrazó. Las lágrimas se perdieron.

     –¿Qué pasa?
     –¿Has pensado lo raro que es el hecho de que la vida sea tan corta, y la muerte sea para siempre?
     –Como si nos cansásemos de vivir algún día.

     La besé y gran parte del agua que había en sus labios estaba salada.

     –Hank ha muerto.
     –Mierda.

     Follamos en la ducha en su honor. Salí y me senté desnudo delante de mi máquina de escribir, pero más que palabras me salían entrañas. Ella salió minutos después, no se vistió y se volvió a meter en la cama. Era 9 de marzo, desayuné cerveza con amargura. No escribí nada, así que me vestí y salí. Lo último que dije fue “no tardo”. Sonó un gemido que interpreté como un sí. Fui a caminar por la playa. Había conchas y botellas rotas. El mar estaba más en calma que el cielo. Estaba tan nublado y estaba tan triste que pensé que vivía en blanco y negro. Le vi sentado en la orilla, mojándose el culo.

     –Dicen que has muerto.
     –Y sin embargo, el que no siente nada eres tú. Yo estoy con el agua al culo, pero tú estás con el agua al cuello.

     Se puso de pie y se metió en el mar. Yo volví al piso. No hay que despedir a alguien que tenía tantas ganas de irse.

     –Hueles a salitre.
     –Yo también te quiero.

     Y follamos en su honor. Ella puso las olas y yo la espuma.

     O quizás no, y es que me había resbalado en la ducha y todo era producto del agua metiéndose por mi nariz y mi inconsciencia.            

   

domingo, 17 de abril de 2016

Después de que te vayas

Sabemos que ese día llegará,
el cisne tenía que morir.
La música de tus pies se parará,
llorará el arlequín.
Marzo se morirá,
no sabrá de qué color es abril.
Vasos y ceniceros se llenarán,
verás golondrinas partir.
Cupido no se correrá,
su madre estará febril.
Los ojos se cerrarán,
la boca no se querrá abrir.
Manos se descolgarán,
el suelo las verá venir.
Intentaremos no pensar,
sólo saldrá serrín.
La gente se preguntará
qué coño ha pasado aquí.
Lo que siempre pasa,
que eso del amar
son cuatro letras
y tienen fin.
La gente me rodeará
y mientras lloran, dirán,
aquí ha muerto un hombre solo,
como solo fue su vivir.
Aquí yace un corazón roto,
como roto fue su dormir.
Aquí descansa el cuerpo de un loco
como loco fue su soñar,
que creyó que el amor era para todos,
pero todos eran los demás.


martes, 5 de abril de 2016

Así se hacen los cuervos

     Llegaba tarde. No sabía dónde iba, pero llegaría tarde. Sacó su reloj de bolsillo y marcaba más de las 25:00. Era tan tarde que se había salido del tiempo. Volvió a guardar el reloj, dejando fuera la cadena. A simple vista parecía una cadena de plata, pero no era sino puro cristal, que le recordaba siempre la fragilidad del tiempo. En el otro bolsillo llevaba dos margaritas con pétalos infinitos por si nunca se decide a querer a nadie. Sacó una y apuró el paso mientras la deshojaba, pero no terminó de arrancar ni cinco pétalos cuando un graznido sonó encima de él, que no encima suya, no porque un adverbio no deba ir con un posesivo, sino porque el espacio no era suyo. El cuervo le adelantó y fue dejando un rastro de plumas negras.

     –Lo mismo es un fénix pardo –dijo.
     –¿Con quién hablas?

     Eso digo yo, si estaba solo. Siguió el rastro de plumas mientras las recogía. Eran más negras que sus ojos. Podía sembrar nubes grises con ellas, seguro. Así se hacían las nubes. No se había dado cuenta del paisaje que le rodeaba, pero estaba caminando junto a un playa. En lugar de arena, las olas iban a morir a un campo salado de orquídeas y violetas. El cuervo se había posado en una estatua de una diosa de la que ya se ha hablado antes. En su azul pudo ver todo lo que se ha callado. Cuando el cuervo le vio, echó a volar también a la vez que graznó otra vez. Y otra vez todo lleno de plumas negras. El cierzo que sopló le envolvió con ellas, no podía ver nada, así que echó a correr a ciegas hasta que se dio con un ciprés en la cara.

     –Ya he llegado.

     No se levantó, se quedó tumbado intentando mirar al cielo, pero sólo veía copas de árboles, repletas de vino unas, de ginebra otras, y las había también con ron. Vaya piratas los árboles. El chocar de sus ramas hacían del silencio algo tranquilizador y no supo si era lluvia o que se volcaba el contenido de las copas, pero algo en estado líquido cayó sobre él. Las plumas se le quedaban pegadas, tan pegadas que dolían. Se las intentaba quitar pero le arañaban la piel como un tren arañó el paisaje a lo lejos y le dio de fumar a la luna, que empezaba a salir. Gritaba. Consiguió quitarse unas cuantas. Estaba tan ensangrentado que pensó en morirse, ya nada más podía hacer...

     Las plumas con sangre empezaron a brillar cuando salió el sol, tan rápido que ya eran más de las 33:75, como si el tiempo se hubiese ido a la mierda con el tren, las olas y sólo le estuviese esperando la estatua. Las plumas se empezaron a deshacer y de ellas salieron cuervos pequeños. Dos de ellos volaron haciendo un corazón en el aire, ya que allí eran más libres que un sentimiento. Llegó lo que los separó, la vida. Uno de ellos se fue por la izquierda y otro por la derecha.

     Un ornitólogo muy orgulloso de su red con hilos rojos del destino paseaba también por esos parajes sin señas. Escuchó graznar un cuervo y lo atrapó con ella. Vio en los ojos negros del cuervo todo lo que se había callado. Lo enmarcó en un marco verde.

     –No le han salido las cosas a derechas.

     El otro cuervo cuervo siguió volando libre. El viento le despeinaba las plumas, incluso se las arrancaba. Vio abajo cómo un chico con unas margaritas las recogía.

     –Se ha levantado con el pie izquierdo.