domingo, 29 de septiembre de 2013

Necesariamente/Pelo de fuego.



Se nos fue la mano
con esto del amor descontrolado.
Y ahora tú te quieres sola
y yo estoy buscando otras.
Ninguna se parece necesariamente a ti,
tal vez por eso ninguna me haga feliz.

Ya no me quemo
con el fuego que prendió tu pelo.
Y ahora ya veo tardes naranjas
o el mismo color del sol al alba.
Ninguno me recuerda necesariamente a ti,
tal vez por eso ya ningún día es gris.

Ya casi no lloro,
con esta lluvia cada gota es oro.
Y ahora sé que no mereces la pena,
y que todas mis palabras me envenenan.
Ninguna es necesariamente para ti,
tal vez sólo las que duelen, esas sí.

Se cayó una estrella
sólo para ir a buscarla y que me quisieras.
Y ahora ya te valen los mecheros,
y yo seguía perdido por el cielo.
Ninguna luz era necesariamente para ti,
tal vez el brillo de mis ojos te haga sufrir.

Ya hay muchas hojas,
en el parque es otoño como en mis rosas.
Y ahora tú sigues oliendo a verano,
quiero borrar todos los recuerdos en vano.
Ninguno es necesariamente sobre ti,
tal vez si salen pavos y tus ojos añil.

Se nos fueron los días
con esto de querernos con alevosía.
Y ahora sé cuanto vale el tiempo,
ahora son segundos lo que eran besos.
Ninguno era necesariamente para ti,
tal vez te los daba porque el amor es así.
  
Se rayó nuestra canción
por eso de escucharla con el corazón.
Y ahora tú escuchas otras voces
que te dicen que no me toques ni me roces.
Ninguna caricia existiría necesariamente sin ti,
tal vez sin tu piel debajo no pueden vivir.

Ya no existe el verde,
sólo el blanco y negro de no tenerte.
Y ahora tú vistes de mil colores,
yo digo giralunas tu dices girasoles.
Ninguna flor era necesariamente para ti,
tal vez tú eras la rosa blanca más bonita en mi jardín.

Ya casi no escribo,
sólo una puta mierda que te dedico.
Y ahora tú haces ojos ciegos,
no te preguntas por el entierro de mis dedos.
Ningún poema es necesariamente sobre ti,
tal vez sólo los que escribo desde que no estás aquí.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Besos de ginebra.

     -Pues no ha estado mal después de todo -me dijo al salir.
     -No...
     -¡Qué callado estás! ¿Te pasa algo?
     -No, no. Bueno, no sé... ¿Te acompaño a casa?
     -¿No tomamos algo?
     -No tengo muchas ganas, la verdad, estoy cansado y mañana empezamos a grabar, y tendré que estar descansado y... bueno, te veré dentro de poco, espero que nos entrevistes cuando saquemos el disco nuevo -le contesté muy seguido.
     -Respira, respira -y se echó a reír. 
    
     Fuimos hacia su piso, hablando por el camino de tonterías, como política y deportes. Mientras caminábamos me agarró del brazo. ¿Daríamos la impresión de pareja feliz? No sé si eso me confortaba. Ella tampoco ayudaba, esos gestos no tenían significado alguno, no sé como se comportan las amigas y los amigos. ¿Eso era normal? ¿Era normal que le oliese tan bien el pelo? Lo que no era normal era lo agilipollado que había estado esos días y que no me hubiese dado cuenta de tal cosa hasta ese momento. No era muy tarde, pero si de noche, y la única luna que teníamos eran farolas cada 5 metros. Entonces al ser tantas, serían estrellas, ¿no? ¿En qué estaría pensando ella mientras yo pensaba en esto? Ni lo sabía ni me importaba. Llegamos a su puerta y no supe qué hacer, así que la besé. ¡Dulce es poco! Era la mejor canción que se había compuesto. Húmedo, seco, frío, caliente. Correspondido Cuando nos separamos me miró sonriendo.

     -¿Quieres subir a casa? -me preguntó a medio camino entre la ilusión y el nerviosismo.
     -Eh... bueno, vale...

     Subí a su casa. Era un piso pequeño. Más que un piso era un estudio, perfecto para una chica como ella. Tenía imitaciones de Warhol y discos de vinilo por todas partes. Me hizo señas para que me sentase en su sofá. No era tan cómodo como el de Mateo, pero estaba muy bien. Ella estaba en la cocina, que era parte del salón. Muy moderno todo. Olía muy bien,  y la luz era tenue. Me dijo que podía poner música, así que ojeé sus discos. Puse un recopilatorio de los Beatles, que no disgustan a nadie. Se acercó y trajo las bebidas. Gin-tonic. Me gustaba, últimamente lo tomaba más que el ron, madurez suponía. ¿Qué esperaba ahora? ¿Más besos? ¿Hablar de lo que ha pasado? Por ahora bebíamos y escuchábamos a John y compañía. Me cogió de la mano y me besó. Fue breve pero podría haber muerto en él.

     -¿Por qué? -preguntó cuando terminó de besarme, sonriendo.
     -Porque mañana vuelve la rutina, y sólo de pensarlo ya te echaba de menos. Estos días contigo han sido... -pensé, habían sido increíbles, pero no quería usar esa palabra- diferentes. Y bueno, supongo que empecé a tener sentimientos afectivos hacia ti, y quería salir de dudas y... me gustas, de verdad.
     -Así que las estrellas del rock también tienen sentimientos, ¿eh?


     Podría haberle dicho que sí, y que normalmente la causa de esos sentimientos eran chicas como ella, pero no dije nada, simplemente, la besé. Olía tan bien, sabía tan bien, me tocaba tan bien. Me quité la chaqueta, que no sabía ni por qué la llevaba aún. El gin-tonic era tan amargo en la copa y tan dulce en ella que prefería bebérmelo de su boca en vez de desde la copa. A pesar de como era, podía llegar a sentir amor por personas, quería a mis amigos, a mi familia, a mi guitarra desaparecida, y puede que algún día llegase a querer a Selene. Lo que sentía cuando besaba a esta chica sólo era comparable al mejor beso que había tenido, al de Nube. Eran tan distintas, pero las dos preciosas. Aquello no eran sólo besos, sino que cuando nos besábamos, nos agarrábamos fuerte. Como si acabásemos de descubrir la gloria en los labios de otro y no queríamos separarnos de ella.


sábado, 21 de septiembre de 2013

Sudan los peces.


Las musas sólo son musas cuando te dejan tirado,
es algo que he aprendido a lo largo de los años.
Como dos niños escribimos en la acera con tiza
todo lo que nos quisimos y ahora tú vas y lo pisas.

Si el niño que llevo dentro tiene frío en tu pecho,
sube un rato a calentarse en el infierno de tus besos.
Ahora que ya soy mayor, tengo más sentimientos,
tengo tristes las pupilas, tengo sangre entre los dedos.

Créeme que creo que me quisiste a veces,
sólo las mismas veces que sudan los peces.
Cada vez que un cuchillo corta el aire
al llegar a la piel, era tiempo de pensarte.

Si a la luna le molesta perder un segundo conmigo,
le pido de vuelta este año tirado que para eso era mío.
Siento si no puedo escuchar tu risa, no sé si es por la edad
o es por mis quejidos de no poder volverte a mirar.

Ya no sé si es que estoy enfermo o sigo enamorado.
Ya no sé leer, no sé si el libro se ha acabado.
Y tú en perpetuo estado alegre de llantos ausentes,
para mí duele más que navajas en los dientes.

Créeme que creo que me quisiste a veces,
sólo las mismas veces que sudan los peces.
Tal vez duró más una mosca con vida
que las horas juntas que me querías.

Lleva tu nombre cada una de las espinas de mi corona.
Estás en cada gota de sangre y de sudor que llegan a mi boca.
No sé si sabes que sigo sin saber rendirme, amor,
no sé si sabes como curarme el corazón.

Créeme que creo que me quisiste a veces,
sólo las mismas veces que sudan los peces.
No sé cuanto duran tus momentos,
para mí fue más de un año entero.

Nuestro amor es un soldado caído en la batalla.
Mírate las manos, las tienes llenas de metralla.
Y yo sigo siendo el culpable de querer
como sólo se quieren los que siempre lo van a hacer.

martes, 17 de septiembre de 2013

Lo que no vimos.

     Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y entonces un día no precisamente especial cogí mi máquina de escribir, me senté y escribí nuestra historia, una historia sobre una época, una historia sobre un lugar, una historia sobre la gente, pero por encima de todo, una historia sobre el amor, un amor que vivirá para siempre. 

     Pero escribir no ayudaría tanto como ir a buscarla, esperar pacientemente a que saliese de su casa, y sigilosamente, acercarme. Golpearla en la cabeza y llevármela a la cabeza hueca de un elefante. Puede que os preguntéis por qué hago esto... ¡Siempre con esa ridícula obsesión por el amor!

     Pero ya despierta, y tiene miedo. Me pide que la suelte, inocente.

     -No puede ser, gorrioncito, y tú lo sabes -dije yo-. Así, llorando... tienes los ojos más dulces que he visto jamás.

     Pero no los volveré a ver, porque ya no me quieres. Ya no soy nada para ti. Podemos ser amantes, pensé, pero no. Hay pasión, pero poco más hay en una pareja de amantes. No sé qué hacer con ella, salvo tenerla ahí atada, observándola, hablando con las voces de mi cabeza.

     "¿Sabes por qué haces eso? ¡Porque ella no te ama!" A veces soy tan cruel conmigo mismo... Pero el espectáculo debe continuar. Ella, pese a no estar amordazada, no grita. No se siente segura, pero no grita. Lloriquea, suda, pero me mira.

     -Quiero desvanecerme dentro de tu beso -y la besé. Ella siguió el beso, como si aún me quisiera. O tal vez pretendía arrancarme la lengua. No sé. Pero de repente el mundo parecía un lugar perfecto.

     Nunca supe que pudiera sentir eso, como si nunca hubiera visto el cielo. Salvo en sus ojos. La quería tanto que la odiaba por haberme abandonado. La pegaría, en serio, pero soy un caballero, y a mi zorra la trato bien. Lo de zorra es... porque hay que calificarla de algún modo, y como duele... pues eso.

     -¡No puedo sin tu dulce amor! Oh cielo, no me dejes así -sollocé. Pero nada, no decía nada. Mi cabeza ya me ha dicho antes por qué. Pero los sentimientos son así. Pese a su largo silencio, continué-. Pase lo que pase, te querré hasta el día en que me muera.

     Esto estaba hecho. Ahora sí que se tenía que asustar. Cogí los bidones de gasolina, pero ninguna mentira, por ingeniosa que fuera, podía salvar a mi Satine particular. Según iba rociando la sala, mi cabeza seguía repitiendo "¡Ella no te ama!". Lo sabía.

     Encendí una cerilla.

     -No te debo nada, y no eres nada para mí. Gracias por curarme de mi ridícula obsesión por el amor -susurré en su oído.

     Entonces cuando fui a soltar la cerilla para iluminar nuestro final... ¿Por qué llora mi corazón? Sentimientos contra los que no puedo luchar. Es algo curioso este sentimiento dentro de mí... Pero lo entendía. Lo más grande que te puede pasar es que ames y seas correspondido. Y lo fui. Era lo que necesitaba para no soltar la cerilla. Es más, la desaté, se volvió a enamorar de mí, y acabamos juntos.

     De repente el mundo parece un lugar perfecto.

     Mentira. Escribí que nos quemábamos los dos.

     Todo lo que necesitamos es amor, y las colinas... las colinas están vivas con el sonido de la música.




viernes, 13 de septiembre de 2013

Gracias.

Gracias por haber llegado hasta aquí
Por haberos quedado hasta el final
Por solear cada día que fue gris
Por hacerme reír cuando iba a llorar
Gracias

Gracias por haber hecho un nudo
Cuando ella cortó el hilo
Cuando se me caía un mundo
Supe que pude contar contigo
Gracias

Gracias por aguantar mis lamentos
Por abrazarme y no olvidarme
Cuando ya me daba por muerto
No me dejasteis enterrarme
Gracias

Gracias a vuestras palabras
A vuestras horas perdidas
Conmigo de madrugada
Con la sonrisa dormida
Gracias

Gracias por hacerme ver que
Hay vida más allá de su pelo
Por no dejar que volviese
A trastear con sus secretos
Gracias

Gracias por enseñarme a estar mal
Por saber que no se acaba aquí
Cuando ya no queda nada más
Sé que os tengo para mí
Gracias

Gracias por la ayuda desinteresada
Por lo que es nuestra amistad
Cuando una lágrima era derramada
Vosotros endulzabais la sal
Gracias

Gracias por estar aquí a mi lado
Cuando ella se cansó de mí
Pronto esto habrá acabado
Por vosotros seré feliz
Gracias.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Nido Real de Gavilanes.

     Las antorchas proyectaban sus sombras en una de las paredes, en un callejón junto al Alcázar. Él corría un gran peligro allí. Los cristianos ya habían sitiado la ciudad, pero ella, su Isabel, bien valía la pena el riesgo. En aquella penumbra, el color tostado de su piel, de su mano, agarrando la pálida mano de su amada, se sentía seguro. Nada podía hacerle daño si estaba junto ella. O sí. Ella era hija de un gran capitán, él no entendía ese tipo de jerarquías, pero sabía que era alguien importante. Lo que si entendía es que la hija de ese capitán había clavado sus ojos azules en sus ojos castaños. Lo único que pudo ver, pues él estaba escondido tras una pila de tablones, cubierto con unas mantas, mientras los cristianos hacían una ronda. No sabía lo que le podía pasar si le cogían, pero nada bueno.

     −Tienes que irte, si te cogen te matarán.
     −No iré a ninguna parte sin ti. Ya me salvaste la vida una vez. Si me alejo, ¿quién me mirará con un cielo en los ojos? ¿qué piel blanca como la leche besaré? Huye conmigo.
     −No puedo, sabes que no puedo. Es una relación prohibida, lo dice mi Dios, lo dice el tuyo. ¿Qué suena?

     Se escucharon pasos. Alguien venía. Si los encontraban, sería el fin de los dos, sobre todo el de Abenámar. La mayoría de los moros ya habían huido. La ciudad se resistió todo lo que pudo, pero el avance cristiano consiguió derrocarlos, no sin dejar muertos de por medio. Se fomentó la conversión. ¿Valía la pena cambiar de Dios por amor? ¿Por qué no se convertía ella? Pensaba siempre el moro.

     Se despidieron con un beso apasionado al tiempo que unos cuantos hombres doblaban una esquina. Fue tarde, le vieron. Ellá gritó al tiempo que la agarraban. En cuanto le viesen la cara, la llevarían ante su padre, pedro a él… él corrió y corrió. Ella le perdió de vista, así como a los que iban tras él. Tal vez fuese una idiotez rezar a Dios para que sale a otra persona con un Dios diferente, pero aún así, cuando la dejaron en sus aposentos, lo hizo. Durmió entre lágrimas y sábanas blancas, mientras la luna plateada era besada por la oscura noche, tal y como habían hecho los dos enamorados momentos antes.

     La despertó su padre, el capitán Fernández.

     −Le tenemos, hija, no temas que ese moro te vuelva a ultrajar jamás. ¿Te hizo daño?
     −¿Qué vais a hacerle? ¡Padre, piedad! ¡Es un buen hombre!
     −¿Un buen hombre? Morirá como el cerdo que es, esta tarde le daremos muerte.

     No dijo nada más. Ella lloró como nunca había llorado. Era su primer amor, su único amor, y había sido tan breve y tan eterno… Ojalá pudiese decirle unas últimas palabras. Salió al balcón de su habitación y vio como hombres de su padre llevaban a su joven amor, Abenámar, y a otros moros al centro de una plaza. Tenía buena visión desde su palacete, pues allí todas las casas eran bajas. Su padre se paraba delante de cada moro y decía algo. Acto seguido los ejecutaba. Isabel pensó que les preguntaría si quieren convertirse al cristianismo, la auténtica y verdadera religión. Y debía serlo, porque sino el Dios de Abenámar le salvaría la vida como lo haría la cristiana.

     −¡Tú, moro! ¿Aceptas la fe cristiana como única y verdadera y condenas a tu Dios a la muerte en el infierno donde pagará por sus pecados?

     Antes de que pudiese decir no, una espada ya le estaba atravesando el cuello, y no pudo gritar. Sin embargo, sí que se escuchó el grito de una joven que se arrojaba desde un balcón para llevarla al cielo o al infierno donde los dioses quisieran juntarla con su amor.

martes, 3 de septiembre de 2013

Falta vida.

Salí sin vida de lo nuestro
Dispuesto a enterrarme
En un agujero
Te encontré allí sentada
Dispuesta a matarme
Con una mirada

En mis mejillas guardé tus besitos
Pa’ hacerme una almohada
Y dormir tranquilito
Ahora bailo solo en mis sueños
No estás en la cama
Duermo en el infierno

Dicen que doy pena pero
Me faltan la vida y te quieros
Dicen…

Qué fue de ti, qué fue de ti
Preguntaron mis amigos
Qué fue de mí, qué fue de mí
Sé que ya no estás conmigo
Y de repente algo explotó
Y salió esta triste canción
Que bailo sin ganas
Suena hasta mañana
Apago la respiración

Pensando en los buenos momentos
Me fui a la luna
Con mis pensamientos
Pasajero de mil manos
No es tuya ninguna
Me quedo colgado

En mi pecho guardé tus abrazos
Adiós corazón
A ti te arranco
Para qué quiero estar vivo
Si no está tu amor
Prefiero no haber nacido

Dicen que doy pena pero
Me faltan la vida y tus besos
Dicen…
  
Qué fue de ti, qué fue de ti
Preguntaron mis amigos
Qué fue de mí, qué fue de mí
Sé que ya no estás conmigo
Y de repente algo explotó
Y salió esta triste canción
Que bailo sin ganas
Suena hasta mañana
Apago la respiración

Enciendo una cerilla para que me alumbre
Sin ti tengo miedo
Lo oscuro me cubre
Tengo celos de tu ropa
Se pega en tu cuerpo
No te deja sola

Quién fuese tu nombre
Quién fuese el viento
Quién fuese la noche
Salir de tu boca
Hacer que te despeino
Y volverte loca

Dicen que doy pena pero
Me falta la vida y me muero
Dicen…

Qué fue de ti, qué fue de ti
Preguntaron mis amigos
Qué fue de mí, qué fue de mí
Sé que ya no estás conmigo
Y de repente algo explotó
Y salió esta triste canción
Que bailo sin ganas
Suena hasta mañana
Apago la respiración.

Sé que esto lo lee gente, pero, lo lees tú?