domingo, 24 de mayo de 2015

Como dos desconocidos.

     Ella nunca había hecho eso, ni se lo había planteado, pero llegó su amiga Menchu, la moderna, y se lo dijo, que por probar no pasaba nada, que era algo natural y que todo el mundo tiene sus necesidades. Y claro, Menchu en eso era una experta. Ella, Gabi, no tanto. Desde que su marido la dejó por una chica más joven, no ha estado con nadie, y no creía necesitarlo, hasta que Menchu le metió la idea en la cabeza.

     -Es muy fácil, llamas y te lo envían a casa o a donde tú quieras y para lo que tú quieras, total discreción -decía su amiga ajustándose las gafas-. Toma, te dejo el número, vas a disfrutar, ya verás.
     -No sé... bueno, ya veré -tendió la mano y cogió el papelito.

     Y llamó, dispuesta a no pasar una noche de sábado sola, sin más compañía que una cena precocinada y un grupo de tertulianos diciéndose de todo en la TV. Ya estaba bien de esas noches tristes, llamó, y esa misma noche tendría un jovencito elegante en su puerta, y tomó además una decisión, esa noche mandaba ella.

     Gabi se estaba terminando de maquillar cuando sonó el portero automático. Se puso un poco nerviosa, mientras su acompañante subía en el ascensor, podría retocarse un poco el pintalabios. No iba muy maquillada, esa noche la puta no era ella. Fue a abrir, cuando preguntó que quién era (aunque era absurdo, ya lo sabía), se escuchó un tímido: Su cita de esta noche.

     El chico se miraba en el espejo del ascensor. Si la universidad no fuese tan cara no tendría que caer tan bajo. Sabía que había otros métodos de conseguir dinero, pero no tan rápido como hacer que una mujer entrada en años se sintiese querida y deseada. Sergio se atusó el tupé y se colocó el traje. En la profundidad de sus ojos marrones terminaba de morir la inocencia que le quedaba. Tiró el chicle de menta a una esquina del ascensor, salió y llego a la puerta, respiró hondo.

     -Buenas noches -dijo él. Cuando la vio, supo que iba a ser, posiblemente, la peor noche en todo el tiempo que llevaba en la agencia.
     -Adelante, pasa -invitó Gabi, con la voz temblorosa-, ¿quieres tomar algo? Tengo vino.
     -Pues vino, mismamente -Gabi le hizo un gesto para que se sentase en un enorme sofá blanco, la mesa de delante estaba llena de papeles-.
     -Perdona, estaba corrigiendo unos exámenes.

     Al principio todo transcurrió sin más, Sergio miraba el salón con curiosidad, pero era una casa muy simple, con unos cuantos muebles blancos y negros, una televisión de pantalla plana de no más de 32 pulgadas y unos cuantos cuadros de algo que él no podía explicar, sencillo y moderno a la vez. La iluminación era tenue y el vino entraba muy bien, aunque él no era experto, podría haber sido vino de cartón y no se hubiese dado cuenta. Se quitó la americana.

     -¿Quieres empezar ya? -preguntó Gabi presurosa al ver el gesto de su cita.
     -No, no, tranquila, sólo es el cal... -pero no pudo contestar del todo porque aquella mujer le besó. No era costumbre que las clientas besasen, y más le sorprendió que fuese aquella clienta. Pero el deber era el deber, así que hizo su trabajo.

     Del salón a la habitación se hizo un camino de ropa. Sobre todo la de él. Primero la corbata, la camisa, los calcetines, y ya en la puerta los pantalones. Se quedó sólo con los bóxer negros. Gabi le empujó contra la cama y sonrió de verdad por primera vez en toda la noche. Por primera vez en mucho tiempo. Ella se deshizo de su blusa y de su falda y se quedó en ropa interior. Llevaba un conjunto de color morado. Sergio se acordó del pelo de su exnovia. No era momento de pensar en eso ahora, en ese trabajo había que dejar los sentimientos de lado. Todo de lado y encima aquella mujer. Se quitó el sujetador y dejó caer dos pechos de tamaño considerable sobre su cara. Empezaba el trabajo.

     Gabi no cabía en sí de la excitación, fue besándole el torso hasta llegar a los calzoncillos del chico. Los bajó y presentó su boca a la polla de Sergio. Él se temía que tendría que hacer lo mismo. Así que cambiaron de postura. Al menos está limpia, pensó el joven, intentando limpiar aquella situación en su mente. El subió con su boca hasta los pechos de Gabi y arrimó su miembro latente al rincón cálido de su clienta.

     -No hace falta que uses condón -dijo ella entre gemidos.
     -Debo hacerlo, normas de seguridad -contestó él mientras se ponía uno que había rescatado del pantalón, tirado en la puerta.

     Gabi, a su edad, no se imaginaba las infinitas posibilidades de placer que podía otorgar un cuerpo. Para ella, ponerse a cuatro patas era de puta y de golfa, o así se lo hacía saber a sus amigas, sin embargo, ese fue uno de los mejores orgasmos de su vida. Del dormitorio pasaron a la ducha, donde lo único que no se empañó del todo fue ese trozo de mampara en el que el cuerpo de Gabi quedó empotrado mientras Sergio, pensando en el dinero, follaba como si no hubiese mañana, con el agua cayendo encima de ellos, limpiando lo más bajo de sus instintos. Mientras se secaban, él pensó que no tenía una espalda fea aquella mujer, pero entonces se giraba y volvió a sentir el enmudecimiento que tuvo nada más verla. No era fea tampoco, pensaba.

     Se vistió mientras ella fue a buscar el dinero. Quería irse de allí ya. Apareció ella con un batín y 350 euros en la mano. Le acompañó a la puerta.

     -Siento si no era lo que esperabas -le dijo mientras le acariciaba la cara a su joven y particular efebo -. Confío en la total discreción.
     -La habrá. Buenas noches.

     Gabi cerró la puerta y se miró en el espejo del recibidor. Unas puertas metálicas se cerraron detrás de Sergio y se miró en el espejo del ascensor. Ella estaba radiante. Él sólo quería irse a dormir y que todo hubiese sido una pesadilla, sintió lo que nunca había sentido con otra clienta. El lunes va a ser un día complicado en clase, pensaron los dos.


martes, 12 de mayo de 2015

Pequeño

No llego ni al suelo,
Pero tengo el tamaño perfecto
Para entrar a vivir
Dentro de ti.
Porque el miedo
Me ha hecho tan pequeño
Que me podría colgar
Del nudo de la garganta
Que no me deja hablar
Y decirte que soy así,
Tan pequeño, minúsculo,
Porque me perdí
En el lado oscuro
De tu cuerpo desnudo
Y me asomé
Por tus pupilas
Y me asombré
De lo fea que es la vida
Cuando no te veo delante,
Sino que veo mi semblante
Desde tus ojos rojos,
Como si fuese un espejo roto
Haciendo versiones de mí,
Versiones pequeñitas,
Cada una en una cajita,
Una para cada día.
Porque mi tamaño perfecto
Es el que me permite,
Por ser tan pequeño,
Nunca despedirme
Y colarme en tus sueños
Escalando por el pelo,
Entrando por tus orejas,
Y matando los desvelos,
Ver que conmigo sueñas,
Y juegas,
Y te tocas.
Entonces ya no soy pequeño,
Pero querría serlo
Para vivir en tu boca
Mientras tu mano piensa
En lo que tienes entre las piernas.
Pero ya no soy pequeño,

Lo siento.


domingo, 3 de mayo de 2015

404

     ¡Diablos! Era guapa la chica, o al menos a mí me lo parecía. Joven y bonita. Yo también era joven, pero no tanto como ella. También eran jóvenes los momentos que empezamos a pasar juntos, pero como siempre pasa en las historias de este tipo, esos momentos envejecen, e incluso mueren. Así es la vida, se puede definir perfectamente como momentos. Momentos en la calle, momentos en un parque, momentos en un bar, momentos en la cama, momentos en la ducha. Viendo esa lista también podríamos decir besos en lugar de momentos, pero no, no podemos permitírnoslo. Fue, es y será una norma básica de esto. Nada de amor, porque no es conveniente. Llegados a este punto, enamorarse sería echarlo todo a perder, joder. Malditos sentimientos queriéndose entrometer en todo... pues con nosotros no podrán, ya te lo digo yo.

     -Nunca me había fijado, pero tienes el blanco de los ojos demasiado blanco. O tal vez es que eres muy moreno y tienes los ojos muy oscuros, y por eso resalta más. Es increíble.
     -Tal vez es que sólo unos ojos claros me han visto bien -dije yo-, o tal vez es el reflejo de la aurora boreal.
     -También tienes unas manos muy suaves.
     -No habrás tocado muchas manos entonces.
     -Bufff, no, y espero no hacerlo.
     -Mejor, mejor.

     No podíamos permitírnoslo. De vez en cuando nuestras manos se tanteaban, pero nunca se agarraban. El roce hace el cariño, así que nos rozábamos lo justo y necesario. Si nos sobrepasábamos, echábamos la culpa a la oscuridad. Cada vez nos veíamos menos a la luz del día, y yo no sé cómo se lo tomaba ella, pero a mí me daba igual, lo importante era verse de vez en cuando. Verse sin ropa, no verse con la luz apagada y sentirse, hacerlo sin querer(se).

     Después la acompañaba un poco a su casa. Se podría interpretar como un gesto de caballería. No nos confundamos, que no la quisiera no significa que no me gustase, y no quería que le pasase nada a altas horas de la madrugada. Es curioso, porque a mí me podrían atracar igual que a ella, pero bueno, el gesto está ahí. Gestos bonitos que crean momentos que esperamos que no nos hagan enamorarnos, porque joder, es imposible. Más allá de dos cuerpos desnudos somos bastante diferentes. Yo quería Bunbury, ella Fito. Y no, no puede ser. Aún así, había besos de despedida, después de los de bienvenida.

     -Adiós, ten cuidado el resto del camino.
     -Lo tendré, y seguro que llegaré antes que tú a casa.

     Y era verdad. Claro, con esas largas piernas hasta el suelo caminaba con más brío que yo. Además, yo era un caminante lento ensimismado. Me cruzaba con un par de cucarachas, algún gato y poco más. Ningún coche cruzaba el barrio a esas horas, y era una mierda, porque entre tanto silencio sólo se escuchaba una voz atronadora en mi cabeza.

     -¿Qué haces? No te lo permitas, eh -me decía.
     -Claro que no, joder. Está todo hablado. Pero sí que me preocupo por ella, porque es más joven, más inocente, y no sé si ella sabrá no permitírselo. Parece madura, pero...
     -Ten cuidado.
     -Lo que tengo es miedo, no quisiera hacer daño a nadie.
     -Tener miedo es buena señal.
     -¿De qué?
     -De que es verdad que tú no te lo permites. Sea como sea, no le hagas daño.

     ¿Para qué cojones escribo un diálogo con una voz en mi cabeza? Justo me llegó un whatsapp cuando mi llave se estaba follando a la cerradura de mi casa. Ella ya había llegado. Me tranquilicé. Bebí agua, meé, me quité la ropa y me acosté. ¡Diablos! La cama aún olía a ella, igual que sus manos olerían a mí. Me levanté y cogí un rotulador negro, permanente, me abrí el pecho, saqué el corazón y puse “STOP”. Hice una foto antes de colocármelo y se la mandé. Al cabo de tres minutos ella me contestó con otra foto, en ella salían su corazón y su cerebro, y en ambos estaba dibujada una señal de prohibición sobre un corazón. Perfecto.