-Es muy fácil, llamas y te lo envían a casa o a donde tú quieras y para lo que tú quieras, total discreción -decía su amiga ajustándose las gafas-. Toma, te dejo el número, vas a disfrutar, ya verás.
-No sé... bueno, ya veré -tendió la mano y cogió el papelito.
Y llamó, dispuesta a no pasar una noche de sábado sola, sin más compañía que una cena precocinada y un grupo de tertulianos diciéndose de todo en la TV. Ya estaba bien de esas noches tristes, llamó, y esa misma noche tendría un jovencito elegante en su puerta, y tomó además una decisión, esa noche mandaba ella.
Gabi se estaba terminando de maquillar cuando sonó el portero automático. Se puso un poco nerviosa, mientras su acompañante subía en el ascensor, podría retocarse un poco el pintalabios. No iba muy maquillada, esa noche la puta no era ella. Fue a abrir, cuando preguntó que quién era (aunque era absurdo, ya lo sabía), se escuchó un tímido: Su cita de esta noche.
El chico se miraba en el espejo del ascensor. Si la universidad no fuese tan cara no tendría que caer tan bajo. Sabía que había otros métodos de conseguir dinero, pero no tan rápido como hacer que una mujer entrada en años se sintiese querida y deseada. Sergio se atusó el tupé y se colocó el traje. En la profundidad de sus ojos marrones terminaba de morir la inocencia que le quedaba. Tiró el chicle de menta a una esquina del ascensor, salió y llego a la puerta, respiró hondo.
-Buenas noches -dijo él. Cuando la vio, supo que iba a ser, posiblemente, la peor noche en todo el tiempo que llevaba en la agencia.
-Adelante, pasa -invitó Gabi, con la voz temblorosa-, ¿quieres tomar algo? Tengo vino.
-Pues vino, mismamente -Gabi le hizo un gesto para que se sentase en un enorme sofá blanco, la mesa de delante estaba llena de papeles-.
-Perdona, estaba corrigiendo unos exámenes.
Al principio todo transcurrió sin más, Sergio miraba el salón con curiosidad, pero era una casa muy simple, con unos cuantos muebles blancos y negros, una televisión de pantalla plana de no más de 32 pulgadas y unos cuantos cuadros de algo que él no podía explicar, sencillo y moderno a la vez. La iluminación era tenue y el vino entraba muy bien, aunque él no era experto, podría haber sido vino de cartón y no se hubiese dado cuenta. Se quitó la americana.
-¿Quieres empezar ya? -preguntó Gabi presurosa al ver el gesto de su cita.
-No, no, tranquila, sólo es el cal... -pero no pudo contestar del todo porque aquella mujer le besó. No era costumbre que las clientas besasen, y más le sorprendió que fuese aquella clienta. Pero el deber era el deber, así que hizo su trabajo.
Del salón a la habitación se hizo un camino de ropa. Sobre todo la de él. Primero la corbata, la camisa, los calcetines, y ya en la puerta los pantalones. Se quedó sólo con los bóxer negros. Gabi le empujó contra la cama y sonrió de verdad por primera vez en toda la noche. Por primera vez en mucho tiempo. Ella se deshizo de su blusa y de su falda y se quedó en ropa interior. Llevaba un conjunto de color morado. Sergio se acordó del pelo de su exnovia. No era momento de pensar en eso ahora, en ese trabajo había que dejar los sentimientos de lado. Todo de lado y encima aquella mujer. Se quitó el sujetador y dejó caer dos pechos de tamaño considerable sobre su cara. Empezaba el trabajo.
Gabi no cabía en sí de la excitación, fue besándole el torso hasta llegar a los calzoncillos del chico. Los bajó y presentó su boca a la polla de Sergio. Él se temía que tendría que hacer lo mismo. Así que cambiaron de postura. Al menos está limpia, pensó el joven, intentando limpiar aquella situación en su mente. El subió con su boca hasta los pechos de Gabi y arrimó su miembro latente al rincón cálido de su clienta.
-No hace falta que uses condón -dijo ella entre gemidos.
-Debo hacerlo, normas de seguridad -contestó él mientras se ponía uno que había rescatado del pantalón, tirado en la puerta.
Gabi, a su edad, no se imaginaba las infinitas posibilidades de placer que podía otorgar un cuerpo. Para ella, ponerse a cuatro patas era de puta y de golfa, o así se lo hacía saber a sus amigas, sin embargo, ese fue uno de los mejores orgasmos de su vida. Del dormitorio pasaron a la ducha, donde lo único que no se empañó del todo fue ese trozo de mampara en el que el cuerpo de Gabi quedó empotrado mientras Sergio, pensando en el dinero, follaba como si no hubiese mañana, con el agua cayendo encima de ellos, limpiando lo más bajo de sus instintos. Mientras se secaban, él pensó que no tenía una espalda fea aquella mujer, pero entonces se giraba y volvió a sentir el enmudecimiento que tuvo nada más verla. No era fea tampoco, pensaba.
Se vistió mientras ella fue a buscar el dinero. Quería irse de allí ya. Apareció ella con un batín y 350 euros en la mano. Le acompañó a la puerta.
-Siento si no era lo que esperabas -le dijo mientras le acariciaba la cara a su joven y particular efebo -. Confío en la total discreción.
-La habrá. Buenas noches.
Gabi cerró la puerta y se miró en el espejo del recibidor. Unas puertas metálicas se cerraron detrás de Sergio y se miró en el espejo del ascensor. Ella estaba radiante. Él sólo quería irse a dormir y que todo hubiese sido una pesadilla, sintió lo que nunca había sentido con otra clienta. El lunes va a ser un día complicado en clase, pensaron los dos.