jueves, 10 de noviembre de 2016

Las buenas costumbres

     La cena no me ha salido muy bien, pero es normal, la cocina nunca ha sido lo mío, pese a que veo varios programas. Puro entretenimiento. Jugueteo con las verduras, moviéndolas con el tenedor por todo el plato, lo que sea para hacer menos incómodo este silencio. Hay verde, hay morado, hay rojo, hay naranja. No levanto mucho la vista, pero puedo ver que tu plato está intacto. Otra vez. Se me ha quitado el hambre. Otra vez. Bebo lo que queda de agua y me levanto, recojo la mesa, tiro las sobras y friego yo los platos. Otra vez.

     Me voy solo al sofá. Está muy frío ahora que empieza el otoño. En la televisión no ponen nada interesante, al menos no para mí. Aún así sigo viéndola, esperando encontrar embobado algo que me entretenga. Le deben quedar pocas pilas al mando, así que aprieto los botones con fuerza, como si eso sirviese para todo: el mando, la vida... La casa, casi a oscuras, se ha vuelto azul por la luz que desprende el aparato. No vienes y la tele no me hace la suficiente compañía. Nadie se queja de que deje puesta una serie malísima, o de que haga demasiado zapping. Nadie se queja de que nunca dejo nada hasta el final. Yo me quejo de este silencio.

     No aguanto este tedio, apago el televisor y me voy a dormir, solo. Está muy fría la cama ahora que empieza el otoño, aunque esas sábanas blancas más bien hacen un invierno, un vacío infinito que no proyecta ninguna sombra y en el que siempre estoy cayendo. Dejo tu lado de la cama intacto, por si decidieras tumbarte. Sé que no va a suceder, sé que me va a costar soñar, pese al sueño que tengo y las ganas de soñarte aquí que se me desbordan por los ojos. La cama es pequeña, pero la distancia es tan grande. Cama para dos para uno. Luna y estrellas de Madrid para nosotros dos para uno. Amanecer para uno. Tu lado de la cama sigue frío. Me da pereza y pesadumbre levantarme, es todo tan gris que se le ha contagiado al cielo y mirar por la ventana es como mirarse a un espejo. Miro el teléfono, ningún mensaje, ninguna llamada y poca batería.

     Llorar en la ducha es tan inútil como soplar en un huracán. Simplemente por eso no lo hago. El agua está caliente ahora que empieza el otoño tan frío. Entre gota y gota pienso que ojalá vinieses a la ducha. O que no vinieses pero que al menos te quejases de cómo lo dejo todo. Ropa en el suelo, azulejos y espejo empañados, pelos en el desagüe. No sé, algo. No me molesto en limpiar el espejo porque no hay nada que ver. Si lo hiciese, se vería borroso, más real. Nada que ver. Voy a preparar el café. Mientras se enfrían las tazas voy a terminar de vestirme. Tu taza sigue intacta. Mejor, así tendré café para más tarde. Huele tan bien como se ve tu piel. El humo sale de las tazas como un fantasma silencioso, como un recuerdo. Te bebo y pienso que soy gilipollas. Pienso que tengo que perder la costumbre de hacer cena para dos, la costumbre de esperar hacer cosas contigo, tengo que perder la costumbre de hacerte el café.

     Tal vez lo mejor para todos sería que me acostumbrase a ver que hace unos años que te fuiste.