viernes, 14 de noviembre de 2014

Desde que no estás [verso].

Desde que no estás, es constante la caída,
y para no ver el final
me voy cosiendo las heridas,
Que no dejan de sangrar
y dejar mi calma hundida.

Te fuiste y no dejaste nada que no doliera.
Te fuiste y me dejaste la vida en la puerta.
Te fuiste y todo fue una explosión.
Te fuiste y no supe decir adiós.

Y ahora quién va a limar las esquinas.
Y ahora pasarás de sueño a pesadillas.
Y ahora recuerdo tu mano en el gatillo.
Y ahora sólo odio haberte querido.

Y desde que no estás, no escucho latir,
aquí dentro hay un tronar
como en una tormenta de ese abril
que nos vio llegar
antes de que quisieras partir.

Te fuiste y nadie estaba preparado.
Te fuiste y estoy mejor solo que mal acompañado.
Te fuiste y me dejaste los ojos rojos.
Te fuiste y yo como un cerezo en otoño.

Y ahora quién me enseñará el mundo.
Y ahora este barco no tiene rumbo.
Y ahora llueve hasta en mi habitación.
Y ahora para qué quiero el corazón.

Y desde que no estás, no escucho reír,
Aquí sólo se permite llorar
con el fin de ser feliz
aunque se desborde el mar
que nunca crucé por ti.

Y desde que no estás, lo bonito es diferente,
Como ir a volar
con el sol de frente
que tiene que quemar
los momentos impacientes.

Te fuiste y no dejaste nada que no doliera,
Me secaste la primavera.
Te fuiste y te llevaste tu canción,
Te fuiste y fuiste la mejor inspiración,
Tal vez la equivocada,
La que no se merecía nada.
Te fuiste.

Y desde que no estás, hay letras en las cunetas,
Morado en el cielo
y en las flores violetas.
Hay más miedo al universo
y más amor para quien quiera.




     Mensaje!! Bueno, aquí viene otra despedida, temporal como todas. Pero no echo a volar para dejar la tierra atrás, sino para montar mi nido en otra parte. Sí, junto a otro amigo (Matías G. Rebolledo) he decidido seguir creando versos en otro blog del que próximamente tendréis información vía Twitter, así que estad atentos y que no os dejen ni un día sin poesía.

Este blog no se cerrará, estará abierto para que tú o yo podamos volver cuando queramos.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Desde que no estás [prosa].

     El cielo estaba de ese color, cuando no era de día, pero no era de noche. No era el naranja amanecer, sino más bien rosa o morado atardecer. Un largo camino se reía delante de mí. No sabía si el camino era solitario o lo era yo. Más bien lo segundo, porque allí estaban ellos. En las cunetas de ese lugar no había sólo un poeta muerto, con los mejores versos tallados en un olivo que nacía donde su cuerpo descansaba. No. Allí había miles de poetas muertos, amontonados en las cunetas, y cada uno con un árbol distinto. Había un ciprés, un almendro, un naranjo... y todos tallados. Pero entre tanto poeta muerto y tanto árbol vivo, estaba yo solo, decidido a caminar.

     No llevaba andando ni el canto de tres pájaros distintos cuando una figura se acercó a mí y rompió la soledad morada. O rosa. La anciana que daba forma definida a esa figura era... pues eso, realmente anciana. Vestía de negro, tal vez por un luto infinito a un joven amado que murió luchando por una bandera de bilis y sangre y que nunca contestó más cartas que las que llevaba ella en un bolso, negro también, colgando del brazo. En la mano izquierda llevaba un ramo de violetas. Me ofreció una, pero no la cogí. Sólo la miré y seguí andando. No la dejé muy atrás. Me estaba siguiendo, y a mí no me molestaba. Ella caminaba con las violetas extendidas hacia delante, como si ya hubiese pintado el cielo de atrás. Un enorme ruido nos paró en seco. Ante nosotros había caído una calabaza. Pese al gran golpe, no se había roto. La anciana y yo nos acercamos. ¿O se acercaba la calabaza? No se acercaba, sino que crecía, y crecía, haciendo la soledad más pequeña pero el rechazo más grande. Eché a correr. La anciana apenas podía huir de la sombra del zapallo, que era descomunal. Me hubiese gustado ayudarla, pero no la conocía de nada y prefería salvarme a mí. La cosa creció tanto que terminó de aplastar a la portadora de violetas. No se escuchó ningún grito ni queja.

     En mi continuo correr, no sé si de la calabaza o de la soledad, pisé algo y me escurrí. Desde el suelo lo vi. Vi todo. La creación, tu creación, el conocimiento, tu conocimiento, el amor, nuestro amor, imágenes del mundo, tus imágenes, el fin, nuestro fin. Todo pasaba ante mis ojos a una velocidad pasmosa. Todo eso que debía estar encerrado, ahora era libre y volaba ante mi como relámpagos de luz que duelen. Estaba claro, sin querer pisé un Aleph y había soltado al mundo en mi camino de la soledad, y ahora todos sabían todo, y yo sabía todo. Y aquí estaba todo, y estabas tú. Ahora tenía que huir del cosmos del zapallo y de todo el mundo, porque me gustaba mi soledad acogedora. La anciana no molestaba. Al ponerme de pie noté que tenía el brazo derecho roto. Gracias a “dios” o a quien fuere, era zurdo. Era y lo seguiré siendo.

     Sucedió que me cansé, pero seguí siendo hombre y solitario, igual que me cansé de ver dónde crecen los ríos sabiendo donde van a parar. Dejé que tus imágenes me alcanzasen y que todos los puntos del mundo finito e infinito lo vieran, porque así aprenderán que huir de un recuerdo es imposible, ni aunque te vayas a otro mundo. Y en un relámpago de imágenes te dije que desde que no estás, no termina de salir la luna, no termina de aparecer el sol, que el morado es un color muy triste, que no puedo escapar de la dulzura y que a veces me explota todo el mundo que tengo dentro. Te dije que desde que no estás, se me ha roto la literatura, pero que cuando esté en la cuneta de mi camino, quiera o no, tu nombre va a estar en mi árbol.  


jueves, 6 de noviembre de 2014

La consciencia del sentimiento.

     Porque sentí, y fui consciente de ello. Porque tenía ganas de expresarlo, y de entre todas las maneras que había, escogí esto de juntar palabras. Porque se me cagaba el cerebro y me vomitaba el corazón. Porque había que ensuciar algo. Porque no soy el mejor, pero si el que más me gusta. Porque una vez que empiezas no puedes parar, y aquí no me refiero a escribir, sino a sentir. Porque no sólo hay amor, también hay amistad, nostalgia, sudor y sangre. Porque cada persona que lo ha leído, ha contribuido a que siguiese escribiendo. Porque yo a veces no quiero o no puedo, pero porque vosotros sí, aquí estoy. Porque queda mucho que sentir y querer. Porque quedan muchas cosas que decir. Porque quedan muchas personas por leer y por inspirar. Porque por quien empezó todo sigue viva y eso me alegra. Porque por quienes continuó siguen vivas, y por algunas me alegro y por otra no. Porque espero que nunca se acabe, y puede depender de mí o de ti. Porque va a ser la primera vez que suba algo aquí que no es mío, sino de Bécquer.

Rima IV


No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.


Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!


Mientras la humana ciencia no descubra
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a do camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!


Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!


Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!




     ¡Qué agradable coincidencia que pueda ser la Rima IV la que aparezca aquí cuando esto cumple cuatro años!


domingo, 2 de noviembre de 2014

La sirena.

Su luna azul está triste de azúcar,
Sabe que no la tocará nunca.
No tiene piel, si tiene seda,
Y si se arruga sube la marea.

Si no está aquí, me pesa el aire,
Y en el agua de vidrio vivo no hay quien la pare.
Los peces se azoran si va subiendo,
Tienen miedo de ella en el infierno.

No tiene pies, es mi sirena,
Pero si la ves, debajo le pones tierra.
No puede andar, pero es mi guía,
Detrás de su cola siempre va la mía.

Su sol verde está alegre de sal,
Sabe que si quiere lo tocará.
No tiene pelo, se peina algas,
Y si se enmaraña se enreda mi ancla.

Si ella está, no vivo brisa,
Pero me bebo el eco de su risa.
Hace burbujas de corazones,
Y yo en mi pompa de ilusiones.

No tiene pies, es mi sirena,
Pero si la ves, debajo le pones tierra.
No puede andar, pero es mi guía,
Detrás de su cola siempre va la mía.

Su nube morada está enfadada y amarga,
Sabe que si llora, llueve pero ella ya está mojada.
No tiene pecho, sólo dos conchas,
Y si follamos sale el ruido de las olas.

Si ella se va, viene la mierda,
Y con ella las ganas de sus piernas..
Hay un tesoro, no son sus ojos,
Son barcos hundidos por su cante roto.

No tiene pies, es mi sirena,
Pero si la ves, debajo le pones tierra.
No puede andar, pero es mi guía,
Detrás de su cola siempre va la mía.

Sus estrellas rojas están indiferentes,
Saben que para ella no son suficientes.
No tiene cuello, tiene coral,
Y si lo beso es dulce hasta el mar.

Si ella vuelve, me da la espalda,
Me quedan sueños secos y la cama mojada.
Vive en un castillo hecho de arena,
Y si llorase no se notaría la diferencia.

No tiene pies, es mi sirena,
Pero si la ves, debajo le pones tierra.
No puede andar, pero es mi guía,
Detrás de su boca siempre va la mía.