domingo, 22 de septiembre de 2019

Yo quería


Yo quería que fueses mi novia cuando sea mayor,
que fueses mi constante si algo iba mal,
como un terremoto o un volcán en erupción.
Yo quería morir en las trincheras de tu corazón
cada vez que me declarabas la guerra mundial
porque este juego de uno no estaba hecho para dos.

Yo quería quedarme dormido
en las arrugas de tu frente,
de ese ceño fruncido.
Yo quería escapar contigo,
tú me hiciste más valiente
en este mundo podrido.

Yo quería terminar de ver el mundo
y besarte en mil lugares,
derribar todos los muros.
Yo quería tachar mapas juntos,
explorar todos tus lunares
y morderte siempre el culo.

Yo quería con mis manos
hacerte una casa con ruedas
donde tocarnos todo el rato.
Yo quería que el tiempo no pasase en vano
y hacerte ver que si te quedas,
quedan historias para susurrarnos.

Yo quería columpiarme en tu pelo,
marearme dando volteretas en tu boca,
no distinguir tus ojos del cielo.
Yo quería acurrucarme contigo en invierno,
hacer manitas y volverte loca,
elegir una serie y no verla por ponernos tiernos.

Yo quería ver países que nos quedan,
que te apoyases en mí en los aviones,
que me lleves a comer por Inglaterra.
Yo quería terminar de descubrir Grecia,
que el Egeo nos acaricie los talones,
y al terminar la Tierra, seguir con más planetas.

Yo quería respirar de tu cuello
y descansar sobre tus hombros
porque era tu cuerpo mi templo.
Yo quería un bosque y escondernos
porque contigo me sobran todos,
contigo solo me pasa el tiempo (y lento).

Yo quería hacer sombras en tu piel
con la luz de las auroras boreales
que nacían en mi cuarto cuando me venías a ver.
Yo quería jugar a qué prenda era la primera en caer
y en la geografía de tu cuerpo construir hogares
donde vivir aunque fuese un rato, pero vivir bien.

Yo quería que siguieses en la cama
o que me esperases en la ducha
y plantar vainillas en tu espalda.
Yo quería que siguieses aquí mañana,
si hace falta que no salga, secuestro a la luna,
atranco todas las puertas y cierro las ventanas.

Yo quería todo lo que no quieres,
seguir cosiendo ombligos,
pero a ti te esperan los trenes.
Yo quería hacer que no me dueles,
yo quería todo contigo
y solo tengo lo que ven estas paredes.



jueves, 12 de septiembre de 2019

Lo que se ve desde aquí


     Degollaron a la cabra y cuando cayó al suelo de golpe, el sonido del cuerpo inerte resonó por la cueva. Un hombre rajó la panza del animal y rebuscó el hígado. “Qué raro, no es día 7”, pensé. Sacó el órgano de un color rojo brillante, sano. La Pitia lo aceptaría. Un olor como a azufre empezó a emanar de las grietas del suelo junto a unos vapores que me hicieron empezar a sudar. La mano del tipo me empujó la espalda, haciendo que la camisa se me pegara debido al sudor.

     –Al aditon –me dijo.

     Pasé por delante del ónfalos, una roca con forma de medio huevo enorme, y entré en el habitáculo que no era más que una estancia aparte de la propia cueva, donde el olor a huevo podrido era más intenso aún. Una mujer cuyo rostro no veía se sentó en un trípode. No abrí la boca para nada porque nada quería saber. Solo quería irme porque no entendía nada, empezaba a marearme por el calor y el olor y estaba a varios kilómetros de donde debería estar. Intenté caminar hacia la salida cuando la Pitia habló.

Aedo, aspiras a lo mismo que las águilas,
pero en esta guerra el cielo te queda lejos.
Tus versos solo hacen que la diosa
resguarde los glaucos ojos bajo el casco,
el pecho intransitable tras la égida
y nada tienen que hacer contra la sabiduría.
Si buscas tu paz, prepárate para su guerra.

     Desperté bajo el cuadro de un trirreme. La supuesta madera de la habitación me abrasó los ojos. Fuera estaba todo nevado, pero el día era claro. Miré por la ventana, Delfos era imposible de ver, pero lo que sí se podía ver desde aquí era el cruce de montañas donde debería estar aproximadamente. No sabía que hora era, hace ya que me pediste tiempo y desde entonces he perdido el mío y el que pueda
tener no me importaba. Tragué la poca saliva que tenía en la boca y fui a lavarme la cara.

     Me senté en los pies de la cama a pensar, pero el ruido de mi cabeza no me dejaba hacerlo con claridad. Se enzarzó la mente con tus pasos, y el rugido del estómago entró en una discusión que ya se sabía ganada por el apetito. Un tapiz enfrente de la cama con unas grecas azules bajo un fondo rojo hizo que mis ojos se perdieran por un segundo, pero me puse en pie y salí. Salí de la habitación, salí del hotel, intenté salir de tu vida y fui a buscar un sitio para comer algo en el pueblo. “Το Πιθάρι” me dijo un tipo con bigote y boina señalando una cuesta hacia abajo. Bajé con cuidado intentando no resbalarme con la nieve y el hielo, bastante ridiculez llevaba mi vida encima.

     El calor hogareño del restaurante me reconfortó. Olía a alguna carne asada, no sabía lo que era, pero tenía que comer eso. Pedí como pude en inglés y me trajeron un trozo de lo que parecía cordero con patatas fritas y un poco de ensalada en un plato enorme. También unos hojaldres rellenos de queso que no había pedido, pero como buen turista que era dejé que me la colaran y me los comí. No sé cuánto llevaba sin comer(te). “Kόκκινο κρασί” era otra de las pocas cosas que sabía decir. Y pedí bastante. “Menos mal que el hotel es todo cuesta arriba”.

     Salí repleto, pero aún era pronto, supuse, para volver al hotel. No iba tampoco (muy) borracho, así que hice lo que se hace cuando estás de vacaciones solo y sin nadie que organice nada: pasear. Entré en una tienda de souvenires y me llevé imanes para mi familia, una baraja de cartas algo erótica para un amigo, comida y bebida para las demás personas y bebida para mí. También entré en el mercado del pueblo para aprovisionarme, que tampoco tenía tanto dinero como para comer a diario en restaurantes, y el del hotel no era barato precisamente.

     Volví a la cafetería con vistas a tomarme un café solo muy caliente, deporte nacional de la zona y me dispuse a hacer eso para lo que había venido. Saqué una libreta y un bolígrafo. Miré las montañas nevadas, miré el pueblo de postal, miré la hoja en blanco y pensé: “Esto te hubiese encantado”, y escribí en el papel:

     Ojalá te olvide pronto para hacer del recuerdo algo disfrutable.






miércoles, 11 de septiembre de 2019

Mis mil costillas


De clavar tu nombre y sin darte cuenta
a que crezca un roce entre sirenas.
Aún está la sombra de tu cuerpo en mi pared,
reflejo de las auroras que robaste al anochecer.

De cogerte la nariz y siempre a la derecha
a que ibas a estar por aquí como beso que acecha.
Todavía quedan huellas de una lengua resiliente
haciendo que se estremezcan labios que apenas duelen.

Que me arranquen mil costillas
para hacerme otra como tú,
que me purgue las pesadillas
y sin tener nada en común.

De quererte un universo y más estrellas
a echarte tanto de menos que el dolor no quepa.
Aún sigues trotando como abrazos de dos niños,
eras un potro desbocado y yo el trueno con el que grito.

De decirte más callado y amarte con la mirada
a vernos sin desnudarnos y los enredos en la garganta.
Todavía quedan restos, las lechuzas y los barcos,
la foto de azul y negro, el olor a coco en mis manos.

Que me arranquen mil costillas
para hacerme otra como tú,
que me purgue las pesadillas
y sin tener nada en común.

Me cierro, me coso,
me llaman río,
porque el miedo
en mis ojos
es por tus quejidos,
porque el viento
y los monstruos
me llevan
y me apartan
de sentirme vivo,
y los planetas
de tu espalda
son solo los sitios
en los que banderas
con tu alma bordada
arropan todo lo que he sentido.

Me abro, me vuelo,
me llaman río,
porque mis pasos
al cielo
son por mis quejidos,
porque los años
tan muerto
me llevan
y me apartan
de sentirme vivo
y los planetas
de tu espalda
son solo los sitios
en los que aprendiera
a cosernos el alma
y a intentar volver por donde hemos venido.



jueves, 5 de septiembre de 2019

Invierno en Arájova


     –¿Primera vez que viaja a Arájova? –chapurreó en español el conductor que me llevaba desde Atenas a la localidad.
     –He pasado por aquí un par de veces al ir a Delfos, poco más.

     Habían pasado ya las siete de la tarde, era prácticamente de noche y hacía frío. El chófer me dijo que seguramente habría nevada esa misma noche. Era mi primera vez en Grecia en invierno y también era la primera vez que iba solo. No llevaba a nadie a mi lado al pasar por la lambda en la cual Edipo mató a su padre, nadie contempló conmigo el Parnaso, al que siempre había visto desnudo, con nieve en la cumbre. Arájova era idílico, como un pueblo de montaña ideal para vacaciones en pareja o en familia, y yo lo disfrutaría solo.

     Reconocí la calle principal antes de que el coche subiese por unas callejuelas a la parte más alta del lugar, donde estaba situado el hotel en el que me alojaría. Era rústico, no muy grande, más bien acogedor y el calor me caló enseguida, y menos mal, pues nada más estacionar el coche, empezaron a caer los primeros copos de nieve. “Καλή νύχτα”, me dijo una recepcionista vestida de azul, labios rosas, dientes blancos, ojos verdes y pelo negro. Contesté en inglés para seguir la conversación, porque mi nivel de griego era más bien nulo. Mi habitación estaba en la segunda planta, aunque tampoco había más, y me dijo que podía ir a cenar algo al bar-restaurante del propio hotel, ya que con la nieve empezando a caer no era muy recomendable salir.

     La habitación parecía sacada del Great Northern Hotel, de Twin Peaks, con una madera muy vistosa y decoración rural. Una cama de matrimonio enorme que se haría más enorme si en algún momento tu recuerdo me atormentaba como lo hacía la nieve contra la ventana. El cuarto de baño era pequeño y algo antiguo, con un retrete de los que no tragan papel, aunque eso era muy común en tierra helena. Me senté en la cama a pensar si de verdad quería estar allí solo, sabiendo que ibas a estar tú más en mi mente que el propio disfrute. Te echaba de menos. Te imaginé ya deshaciendo la maleta y colocando todo, organizando lo que podíamos hacer durante los siguientes cinco días y diciéndome que busque yo algo o que fuese a pedir la clave del WiFi. Como antes. Así que dejé la maleta hecha, tiré el móvil encima de la cama y bajé al bar.

     El bar tenía la misma decoración que la habitación, aunque estaba más oscuro. Había una familia en una mesa, una pareja en otra y dos tipos en la barra, conmigo tres, y uno de ellos era mi conductor, que supuse que pasaría allí la noche porque conducir con lo que caía era peligroso. Pedí una Mythos para abrir el apetito antes de la cena.

     –¿Trabajo? –me preguntó el chófer. No tenía ganas de hablar, pero seguro que era la única persona que hablaba un poco idioma y no le iba a hacer el feo.
     –A medias, también un poco de placer y otro poco de tortura.

     Mi interlocutor se echó a reír y siguió bebiendo, y yo también, pero sin reír, como siempre, que últimamente siempre es diciembre. El hilo musical era horrible y casi prefería que alguno de los niños de la familia berrease o gritase para no tener que escuchar esa música sin alma.

     –¿A qué te dedicas? –preguntó pasados unos minutos.
     –No sé, escritor, supongo.

     Entonces cruzó unas palabras en griego con el otro tipo que debió escuchar el camarero. Yo no entendía nada. El de detrás de la barra se me acercó y me dijo: “Ah... μεράκι, μεράκι”, y casualmente yo conocía esa palabra, y sonreí, fue una sonrisa de las que te empañan los ojos y te llenan un poco de orgullo y pensé que ojalá estuvieses ahí para verlo, para verme, o para decir que la cerveza no sabe igual que en verano.

     Me fui a una mesa para cenar. Ensalada, dos souvlakis de pollo y vino de retsina. La mesa era un mundo sin fin, con un horizonte vacío que solo una persona como tú podría haberlo llenado y entendido por qué era tan especial pasar un invierno ahí, mientras la nieve caía y hacía viento fuera, y estarías deseando que saliese el sol al día siguiente para ver las vistas de día.

     No quise postre, pero si me subí una botellita de ouzo y unos cacahuetes a la habitación. Y no, no sabe igual que en verano. Faltaban batallitas de teatro, faltaba tu risa y la luna en una azotea viendo el Partenón al fondo, pero estando allí quise descubrir el encanto de Grecia en invierno para escribirlo, aunque me lo tuviese que inventar. Tal vez así me echarías un poco de menos. No me lavé los dientes y con el regusto dulce del ouzo en los labios me dormí sin tener que abrazar o besar a nadie antes.

     El cielo amaneció blanco, y mi sorpresa fue que desde mi ventana había una panorámica poliédrica espectacular de las montañas nevadas. Lo sé porque se me olvidó cerrar las cortinas. Tuve la vaga esperanza de que salieses del baño y mirases por ella, mientras te hacía una foto desde la cama, de que hiciésemos el amor antes de bajar a desayunar, de ducharnos juntos, pero lo único bueno que pude sacar de esa ducha fue que el agua casi hirviendo me sentó de maravilla.

     No me quedé a desayunar en el hotel, quise explorar el pueblo con luz, desayunar en una cafetería de Arájova, comprobar si había puntos desde los que ver Delfos y el mar, aunque estaba bastante nublado para ello. Me senté en un café con vistas a un mirador en el que a pesar de solo ver montañas blancas, sin más, podía afirmar que era precioso. Pedí un café solo no muy bueno y un bollo de mantequilla algo mejor. Saqué el móvil e inconscientemente busqué alguna foto tuya. Lo guardé y salí fuera. El mirador empedrado estaba limitado por una barandilla negra cuya parte de arriba estaba cubierta por la nieve. Lo agarré tenso. La bufanda verde ocultaba mi sonrisa amarga y estaba seguro de que si lloraba se me iban a congelar las lágrimas en la cara. La gente que iba a la estación de esquí pasaba de largo por detrás de mí y me dejaba tan solo como ya lo han hecho antes. Pese al frío, las señoras del pueblo, de negro, se sentaban en las puertas de sus casitas y en muchas tiendas turísticas de alrededor ya estaban poniendo la decoración navideña.

     Una mano se apoyó en mi hombro.

     –¿Es que está muerta?
     –¿Y si lo estoy yo?



lunes, 2 de septiembre de 2019

Fulgor (Interstellar 3)

     Las dos primeras partes están en Antítesis Estética o en mi fastuoso libro de venta en Amazon Canciones para un viaje en cohete.


El cable está bien pero no puedo respirar,
estoy perdiendo conexión con la nave principal.
¿Qué dirá el ordenador con el que juego al solitario?
¿Qué dirán quienes me encuentren en el espacio?

En la escafandra se refleja un intenso fulgor,
serán las estrellas explotando para ti,
me planto en el asteroide 58242,
en la Tierra veo que brillas tanto sin mi.

Caben planetas entre nuestros besos,
no hay vías lácteas que recorrer en tus huesos.
No sé en qué parte de tu piel está esta órbita lunar,
pero me siento ingrávido cayendo desde tu altura sideral.

Aparecen los grises, me empiezan a rodear,
allí abajo, aquí arriba, ningún sitio es mi hogar.
Te expulso de mi pecho, hago sitio en mis pulmones,
cojo aire, me lanzo al vacío flotando entre estaciones.

En la escafandra se refleja un intenso fulgor,
serán las estrellas explotando para ti,
me planto en el asteroide 58242,
en la Tierra veo que brillas tanto sin mi.

Se acerca una nave nodriza
y usarán mi cuerpo
para ciencia que no entiendo,
para algo sirve tanta vida
y eso que llevo tiempo muerto.