Hablar mucho. Luchar poco. Es lo mío.
Era lo mío. Sería el momento perfecto para encenderse un último
cigarrillo, pero no fumaba. Aun así el vaho producido por el frío
hacía el intento y me sentí como un niño que lo expulsa por la
boca haciendo que fuma. Al fin y al cabo yo también era un niño de
esos que se enfadan si no consiguen lo que quieren. Pero no fumaba.
56 metros, miré hacia abajo y luciérnagas de metal se movían por
el frío asfalto. Seguía mirando y había farolas. Subí la mirada y
apenas había estrellas en el cielo porque las estrellas de ciudad se
las comen, y entonces entendí a Salinas, si tan solo pudiese elegir
la dirección... Más alto que nosotros solo el cielo. Y ahí estaba
yo, en un sándwich de estrellas, y ni siquiera estaba solo. En esta
azotea había mucha gente, con sus copas, sus cigarros, sus risas y
su frío. Y también estaba ella, quieta, con sus seis metros y medio
de altura, pero tú eres más grande; de bronce, pero tú eres oro.
Y ya no sé, o no sabía, a estas alturas de mi vida, del
edificio y de la película qué es lo que echaba de menos, o a quién.
A ti, a ella, a la compañía. Poner roja una cara a besos y un culo
blanco. Una espalda mojada y un cuerpo hecho de mar. Bocados, hablar,
reírnos, morder, besar, el calor, el olor a verano, el olor a
vainilla y a coco, la piel entre los dientes. Pero no lo sabía.
Cuesta acostumbrarse a que en este mundo las personas se pierdan unas
a otras. Cuando era pequeño leí un libro de un niño que hablaba
con una estatua del Retiro, creo que la de Pío Baroja. ¿Y a qué
viene esto? Porque la estatua que tenía al lado me habló, o eso
creí, y me
dijo “πάθος”.
Sufrimiento
existencial, pero también pasión o desenfreno pasional. O mejor,
emoción que se siente al contemplar una obra de arte cargada de ese
mismo sentimiento, pero qué cutre y manido es llamar a una persona
“arte”, que no soy, ni era, un escritorzuelo de Instagram o
Twitter, o sí. Estado del alma, tristeza, pasión... Echar de menos
algo que no se conoce. ¿Y si era eso? ¿Y si solo echo de menos la
próxima ausencia que me haga escribir? ¿que me haga seguir
adelante? Para mí una ausencia es el sitio favorito desde el que
saltar a la tristeza.
Y
me acordé de Dead
in the water de Noel Gallagher. Si tuviese fotografías de lo que quisiera ver, si
tan solo lo tuviese tan claro, tal vez me parecería divertido. Si
tan solo mi próximo destino fuese la tierra prometida. Crash. Morir
en las olas de ciudad, flotar en la polución. No descansar mientras
el amor esté tendido sobre la niebla de contaminación. Sobre las
partículas húmedas de la niebla que estaba trayendo un prematuro
amanecer. Con tanta pregunta solo trataba de cerrar el agujero en mi
cabeza por donde la lluvia se colaba.
Podía parecer
que me estaba suicidando, que el último párrafo era la caída acuosa, brumosa, lacrimal e infinita. Pero
estoy revisionando Californication, y sí, estaba al borde del abismo
de cemento, pero una mano, no la suya, me agarró. Estaba preocupada,
yo un poco también.
–Gracias –me
dijo.
–¿No debería
decirlo yo? Ya sabes, por impedirme saltar.
–Si lo
hubieses hecho habrías jodido la fiesta. Gracias. ¿Un cigarro?
–No veo por
qué no. ¿Cómo te llamas?
–¿Acaso
importa?
–Nunca
importa.
Tan extraña
como dolorosa, solo otra historia sobre soledad.