viernes, 6 de noviembre de 2020

Diez

En este credo en forma de canción

no caben versos que no hablen de ti;

te doy las gracias porque eres 

mi principio y mi fin.

Vega, Faro de guía.


     –¿Dónde vas sin corazón?

     –Pues mire, señora, ahí está, anclado al colchón, que con mil pasos delante aquí solo queda la raigambre y unos restos y unas ruinas, una vez fui fuego y ahora solo la ceniza. Viví tan confiado en los hados que no adiviné las constelaciones que quieres recorrer. La nube dio paso a la selva y la luz no supo quedarse quieta y lo que traigan las olas... Se volvió loca porque el tiempo pasa y éramos todo y también poca cosa, un roto en las alas de las mariposas.

     –¿Y dónde va este vuelo?

     –Pues mire, señora, ha sido mucho besar el suelo, mucha lija y mucho terciopelo. De la poesía no se puede vivir, pero míreme a mí, que no tengo para comer pero tengo donde sentir. Si tan solo algo de lo que escribiese sirviese para algo no volaría tan despacio con miedo de aterrizar, al final el suelo no es más que sombras y alquitrán.

     –¿Y ahora que nos queda?

     –Pues mire, señora, es este verso una senda pero no se fíe, que hay quererses imposibles pero nos dan igual los besos, la única prisa que tengo es la de no llegar para acabar y seguir acumulando en montones de tristeza unas escaleras de letras y agujeros del rencor. Pero aún me queda algo de vida y muchas canciones de amor que escribirte todavía, te lo debo, me lo debo y ahí las tengo que de momento no son más que la potencia de promesas dichas casi sin voz, ni dios, ni siendo los dos.


La adversidad nos inspirará

y lo demás será un buen decorado.

Bunbury, Arte de vanguardia.



Diez años entre letras y en las nubes,

yo que tuve entre los dedos la selva;

primero verde pero solo el morado se queda.

Y lo que ha venido después,

tiene un hueco en el olvido

y que se muera podrido hasta que deje de doler.


Diez años de quejidos, de vuestros corazones,

y sus bailes de ilusiones y también del mío

que no sabe latir cuando hace frío.

Y se quema en nuestra hoguera

que no era más que un mechero

quemando las estrellas.


Diez años entre letras e insomnios

y escapar de los demonios;

ahora cohetes y en tu boca los planetas.

Pero de dentro todo este universo

y nada de sed, ya ahogado de besos

y cansado de que no sepan a miel.


Diez años de quejidos, de luchar

para conservar un cuerpo vacío

cuando el corazón ya se ha ido.

No existe ningún final feliz

cuando se trata de ti y de mí,

de ti y de mí y de ti.


Diez años de arrancarme la piel a tiras,

de remover la mierda en las tripas

con las manos de las diosas;

son sus pasos tormentas

y yo el río que se desborda

por los pasillos donde tu ausencia

ha colgado esta pena que se desboca.


La musas no son mujeres ausentes,

no son cuchillos en los dientes,

no son martes de carnaval de Brasil.

No son canciones urgentes,

no son asuntos pendientes.

Andrés Calamaro, Carnaval de Brasil.




lunes, 19 de octubre de 2020

Vino, cerveza, ouzo y mistela

 

A mí quítame ganas y verás que en mis manos

queda el ruido de los pasos que se escapan de madrugada.

Tráeme vino y saldrán en estampida

todas las canciones prometidas que nunca te he escrito.


A mí dame un bate que esos monstruos en el parque

esperan por mi carne, en tus labios aún queda sangre.

Tráeme cerveza y te juro que jugamos

a la lluvia en los zapatos de Leiva.


Por si decides venir, yo ya solo espero

a que hagan efecto estas pastillas para dormir.

Que he estado viviendo como una vela en el viento,

solo fue perfecto cuando no pasaba el tiempo.


A mí dame una revolución y verás que son hermosas

las taquicardias y sus sombras tatuadas en el corazón.

Tráeme ouzo y también pon el hielo

que llevas entre los huesos y siempre fue tuyo.


A mí quítame noches que me vale con el mar

para echarme a bailar y en las olas tu nombre.

Tráeme mistela y no sabré lo que digo,

escribiré sobre mí mismo en un par de poemas.


Por si decides venir, yo ya solo espero

a que hagan efecto estas pastillas para dormir.

Que he estado viviendo como una vela en el viento,

y como dice Elton, sigo de pie después de todo este tiempo.




domingo, 4 de octubre de 2020

Tres aeropuertos [que tengo que]

Destruéname este cielo que tengo cuentas pendientes

con el tendal. Colgaré los jirones del desierto,

las huellas en la nieve, las tardes en la central.

Que tengo que ver si apareces, que si te mueres,

yo no sé si me rompo, pues nada sé de cierto,

todo lo sé de supongo.


Ándate este camino que tengo mil pesadillas

y te van a espantar. Van sobre estar conmigo,

de encerrarte en las costillas, del miedo a volar.

Que tengo que irme a su cama, donde duermo en calma,

que de su nombre salen olas y rompen como dos ombligos

para que nunca duermas sola.


Enséñame tus dudas que yo también tengo ríos

calientes de alquitrán. A veces los besos me curan

de este estar solo y vacío, a veces solo son soñar.

Que tengo que ver si me quieres, si por mí te mueres,

para qué todo este roto, yo nada sé de cierto,

todo lo sé de supongo.


Y destruéname este cielo que tengo mapas del mundo

que tachar. Son pocos tres aeropuertos

para un vagabundo que habla más que callar.

Que tengo que sacar las espadas, que no caben más espaldas,

y es que se pone tan bonita, como las nubes entre vuelos,

como cuando tú me miras.


Encállame este barco que ya está aburrido del revuelto,

de tanto azul del mar. Qué tendrán las noches sin un faro,

del baile blanco de los pañuelos, de nunca venirme a buscar.

Que tengo que ver si tú quieres, si te vas y tampoco vuelves,

yo no sé si me rompo, que yo nada sé de cierto,

todo lo sé de supongo.




martes, 16 de junio de 2020

Odi et amo [personal, 2020]

Quisiera recordar que los besos son para siempre,
que quizás no sé decir que no, que a veces dueles.
Quizás no se encuentran porque muere una mirada,
que te he vuelto a escribir, que me ha dado la madrugada.

Quisiera borrar lo que echan atrás la punta de mis dedos,
quizás hablo demasiado, lucho poco y solo lo sabe el cielo.
Que quizás suene triste pero no importa si es bonita,
que a veces tengo miedo y me mata si no me necesitas.

Hace tiempo que acepto vivir con el recuerdo,
y acepto que viviré sin recuperar el tiempo perdido;
siento mucho decir que lo que me quiero
es lo que odio el haberte querido.

Quisiera no saber el sabor del dolor en la boca,
que quizás llegó por la alegría pero pudre lo que toca.
Quizás espero que este cavilar no sea el enemigo,
que decirme que no puedo más es morirse estando vivo.

Quisiera borrar cada palabra, lengua y hasta un corazón,
que cada verso es darnos eternidad y solo la quiero yo.
Que quizás cuando lo necesite sacaré todas las fuerzas,
que esto solo lo arregla el tiempo pero que nunca llega.

Hace tiempo que acepto vivir con el veneno,
y acepto que viviré sin recuperar el tiempo perdido;
siento mucho decir que lo que me quiero
es lo que odio haberte conocido.

Quisiera gritar todo lo que nunca nos podrán quitar,
que serían cuchillos para el alma, que no sé si sangrará.
Quizás a veces pienso en el terremoto que fueron los cuerpos,
que me descubro perdido, que en la soledad hay eco.

Quisiera hablar cada noche del renacer del sufrimiento,
quizás a veces en belleza, quizás a veces en infierno.
Que tan oscuro veo que las estrellas también duermen solas,
quizás también han perdido un sol, quizás por el vicio la ropa.

Hace tiempo que acepto vivir del recuerdo,
y que acepto vivir sin recuperar el tiempo perdido;
siento mucho decir que lo que me quiero
es lo que odio habernos vivido.

Quisiera volver a contemplar el mar desde esa orilla,
que es donde rompen los sueños, que es porque me miras.
Quizás, tal vez, no sé, vivir sean encuentros y despedidas,
que quizás desde allí me vean libre,
que quizás desde aquí las rejas me lo impidan.
Quisiera volver a robar de tus manos esa espuma tan sucia,
que es donde se queda la sal de los planetas que habitas.
Quizás, tal vez, no sé, curarse sea puro dolor,
que quizás desde allí me vean en la arena,
que quizás desde aquí puedo jurar que estoy mejor.

Hace tiempo que acepto vivir con el recuerdo,
y acepto que viviré sin recuperar el tiempo perdido;
siento mucho decir que lo que me quiero
es lo que odio el haberte querido.




viernes, 5 de junio de 2020

[3]


     –El tiempo todo lo cura, amigo –dijo mientras dejaba con un golpe seco el vaso en la barra.
     –Si no me queda tiempo, me lo pidió ella, se lo di y no lo he vuelto a ver –y bebí yo también todo lo que me quedaba, volcando ese ardor en el embarcadero de mi garganta, donde el único mar que azota es el tiempo. Me levanté y me fui.
     –¡Tranquilo! ¡Ya invito yo, cabrón!

     Le hice un gesto con la mano mientras salía por la puerta de no sé qué sitio, dándole la espalda al bien y adentrándome, o saliendo, a un mundo de mal, oscuro y amargo, como cuando me da por verme a mí mismo a través de algo que haya escrito. No iba a ser una gran noche, nunca lo era, no iba borracho, empezaba a llover un poco y acababa de pisar una mierda de perro. No sabía quién coño podía tener perro viviendo en el centro de Madrid, que no hay un puto parque, y encima no recogen sus necesidades, y además yo necesito poco para estar más amargado de lo normal. Me limpié en un bordillo y seguí andando sin saber muy bien dónde iba, solo buscando el siguiente balcón o saliente que me protegiese de la lluvia, que no era mucha, pero era constante, como la desilusión en la vida. Un chaval más joven que yo me paró.

     –¡Oye! Yo te conozco.
     –Pues ya lo siento –contesté sin mirarle, huyendo de su cara que buscaba mi mirada.
     –No, joder. Escribes bien, mola, algo triste.
     –Gracias.
     –¿Eres feliz? –me preguntó el joven mientras me agarraba el hombro. No sé por qué, pero estaba serio, como preocupado. Pensé que yo también era joven y además ya no tenía mierda de perro en la bota.
     –¿Acaso alguien lo es cuando no tiene una cerveza en una mano y un buen libro en la otra? Mírame las manos, pues eso. Además, está lloviendo.
     –Claro, como ibas a serlo –caminaba a mi lado–. ¿Escribes por eso?
     –Nah, es solo para no hablar conmigo mismo.
     –¿Y ella? O sea, está ahí, y no contigo.
     –Escribir sobre ella es prácticamente eso, pero peor.
     –Bueno, tú sigue.
     –Que siga qué.
     –Pues eso –y se fue bajo la lluvia, como una lágrima pesada y que hablaba.

     La gente de noche era muy rara, como vampiros de lo freak que durante el día esconden sus extravagancias y por la noche, sin luz, sacan a relucir sus rarezas y se atreven a hablar con un desconocido, con dos cojones, como si una farola alumbrase poco la cara de grillado de uno. Por suerte soy borde pero educado y aguanto una conversación como aguanto la vida, soportando palabras y hostias, lluvia y cacas de perro. En la Calle de la Reina con Marqués de Valdeiglesias vi a una chica mona paseando un chucho, no tenía raza, pero era bastante grande, seguro que tenía algo de mastín. En toda la esquina, ni corto ni perezoso, como si le diese igual que su dueña, correa en una mano y paraguas de lunares rojos en la otra, y yo le estuviésemos mirando, se puso a cagar. Ojalá ser un perro y que todo me la sudase de la misma manera. El perro terminó de cagar como cuando se termina el amor, dejando la mierda ahí. La dueña se estaba yendo.

     –Joder, recógelo, ¿no?
     –¡Vete a la mierda, subnormal!
     –¡Uy! Señorita, qué maleducada, ni que te hubiese pedido el teléfono –dije mientras sonreía. Pero la sonrisa y mi simpatía poco natural no causaron efecto y la chica se encaró. Tenía los ojos marrones muy clarito y un piercing en la nariz, que eso ya no se llevaba, o eso creía.
     –¿Es que eres madero o algo así?
     –¡Qué va! Tengo estudios y eso.
     –Vete a la mierda.

     Cuando se dio la vuelta y se estaba yendo, cogí un palo, pinché la mierda y se la restregué en la espalda. Salí corriendo pero con la lluvia escurría el suelo y a los pocos metros me resbalé, pensé que no podía ser más humillante, o más que mi vida en general, pero me equivocaba, el perrazo enorme venía hacía mí, tal y como vienen las malas noticias, e hizo lo mismo que estas, me empezó a morder la entrepierna. No había gritado tanto en mi vida, o sí, no me acordaba, pero el hijo de puta del perro me estaba agarrando bien. Le di golpes en la cabeza mientras lloraba y gritaba. La gente se asomaba por las ventanas. Yo había respetado siempre a los animales y me arrepentiré siempre de lo que hice a continuación. Metí la mano en el bolsillo y saqué las llaves. La dueña lo vio.

     –¡Qué vas a hacer! ¡Socorro! ¡Este hombre va a matar a mi perro! ¡Ay! ¡Que alguien me ayude! ¡Mi perro! ¡Mi pobre perro!
     –¡Mi polla! ¡Mi pobre polla! –y le clavé la llave morada del portal en un ojo al perro. Me soltó con un chillido lastimero y las luces naranjas de las farolas se volvieron a tu azul.

     Me quise levantar y salí corriendo. Tenía el pantalón lleno de sangre y me mareé un poco. El perro sí había salido corriendo y la dueña también. Las llaves y la mano con las que las sujetaba también estaban salpicadas del color de las amapolas. Intenté andar rápido pero me desmayé, viendo todo borroso, como en las películas.

     –¡AAAAH! ¡JODER! ¡AAAAAHH! ¡Qué dolor! No he bebido lo suficiente, si no estas lágrimas y este sudor tendrían otro sabor.
     –Relájese, solo son puntos. Es una herida bastante profunda. Por lo que me ha contado, ese perro le ha enganchado bien –el doctor estaba siendo muy profesional, yo me estaría descojonando, nunca mejor dicho, si tuviese a un tío espatarrado con una herida en sus partes y llorando como un niño pequeño–. Pero tranquilo, si la cura bien, en unas tres semanas podrá volver a ser útil.
     –¡Ay ay ay! Ha merecido la pena, creo.
     –Así que escritor, ¿eh? ¿va a contar esto?
     –Supongo, para que luego digan que siempre escribo sobre lo mismo y cosas tristes.
     –Si quiere ver algo triste, échese un vistazo aquí abajo.



sábado, 30 de mayo de 2020

Hecatónquiro


Hola. Acabo de terminar de escribir un segundo poemario, tenéis toda la información en la entrada anterior. No sé qué será de él, ahora que lo he terminado no me gusta y lo tengo guardado para lo que pueda ocurrir, habrá que dejarlo reposar a ver si creo que merece la pena o me pongo con movidas nuevas. Esto que subo ahora eran unos versos de descarte que si bien pegaban con el tono del escrito y las referencias, no terminó de encontrar su hueco (y eso que lo pasé fatal hasta llegar a un mínimo de páginas). Aún así lo he terminado hoy en un rato y pues eso, aquí está, dadle amor, o no, ya da igual.


Como un espejo roto, yo contengo multitudes,
la fuerza de mil aludes, el ingenio de los escollos.
La vida de los abrazos es la muerte de la distancia,
la permanencia y la estancia solo estaban de paso.

Andanadas de requiebros no visten bien al porvenir
que no está hecho para mí, que vivo mejor dentro.
Sé que ningún poema puede explicar bien el amor,
como no lo hace el corazón que solamente sueña.

Que a todas las caras se las lleve el olvido
y reír mañana por lo que nunca ha dolido.
Que todas las voces griten siempre lo mismo,
harta pena entre roces, arto espinoso vivir conmigo.

La saliva de tu boca en mis labios es una aguja,
son solo la espuma tras morirse las olas.
Ante lo que vendrá sin la seguridad de tu aliento,
iré siempre contra el viento, nunca pensé en ganar.

Como un rayo de luna contienes la belleza,
el misterio de la niebla, nocturnidad de lechuzas.
Sé que solo una flor no puede explicar la primavera
igual que Grecia es mucho más que ruinas para dos.

Que a todas las caras se las lleve el olvido
y este caos mañana nunca habrá dolido.
Que todas las voces griten siempre lo mismo,
harto de brazos feroces y buscando más abrigo.






martes, 12 de mayo de 2020

La sal de mis planetas

     Como astronauta vives mil aventuras, de verdad, pero nada peor como cuando caí por el agujero negro que dejaste, por ese vacío tan espeso que sabe a cuando parpadeas y no vuelves a abrirme los ojos nunca, ingrávido, flotando por esta galaxia eterna parasiempre, que en realidad es ahora mismo desde hace mucho tiempo, y se mezclan colores y asteroides y parece que estoy en un cuadro de Pollock como me dijeron unos ojos que más que bonitos son bonitos en su forma de mirar. Y yo quería terminar de caer, y tú no me dejabas y en este espacioso espacio me encontré con el hogar de mil dioses que no eran más que tus manos acunando a Kamadeva, porque en ti cabe todo y yo más bien soy nada; que si aterrizo plantaré mi casa austera hecha de pechos vacíos en el exilio de esta tierra de Nod que es ahora la vida e intentaré que tenga buenas vistas, como ese sitio tan prostituido donde van a romper las olas hechas de palabras que se convierten en espuma de mensajes que no te he enviado nunca pero que son palabras para nadie, peligrosas porque se las lleva el aire, y aquí están, cayendo conmigo. Como en el centro de tu ombligo no hay ningún sitio y ahora tengo la nunca ansiada paz y el menos querido frío, ahora que soy enemigo, soldado de invierno, porque esto me hiere más que un infierno y si lo llego a saber, me digo a mí mismo, no sé si del pasado o del futuro porque el tiempo es solo un istmo fino que ha unido un rato dos destinos que para gran mentira y mentiroso, yo y el amor, Dios. Mientras la yaceja hecha de estrellas cree que me acuna y ojalá me meza como en tu melena que resguarda de aguaceros fugaces mi sayal hecho de telas y otros retales espaciales y la magia de la escafandra que es solo un trozo una lágrima que se nos cayó a los dos en esos dos segundos de emoción porque fuera de este vacío sí se pudo escuchar una canción, aquí solo suena el eco del silencio que retruena en mis adentros como pasos en una catedral, que no te das cuenta del marchar a otros planetas sin salvavidas, porque hay besos que tristemente solo son viajes de ida, que vuelan con sus alas al sol, que en estas lunas hay sal para dos. En la geografía de la tristeza los mapas tiene ríos de venas y los veo desde aquí arriba en mundos de ambrosía, en calles estrechas por donde no caben los gigantes, Jötunheim les espera y es que son tan grades que no veo el suelo, pero huelo sus tristezas y cómo caen, y cómo vuelas y como vienes me dejas; y este llanto blanco lo aprendí que quien vio partir un barco sin cambiar las velas porque las olas del espacio tienen gritos por cresta y por ti he creado mitos que ahora las surfean; he construido pueblecitos donde los caballos galopan entre matorrales cuyo fruto son estrellas fugaces y en las raíces están las frases de canciones de Zahara, de echar de menos y de arañazos de gatos que maúllan como en celo; que te miran por ser un cielo, bailando en cualquier astrogarito donde no suena el rock del cocodrilo y me sigo preguntando dónde demonios están Holden y Hank, que saben lo que es perderse en este vacío como si te hubiesen también conocido. Como astronauta la caza es supervivencia, y a veces una nave, a veces un cometa y en su estela veo como atraviesas lo que te escribo solo para no hablar más conmigo, como en el andén mágico de esos libros que tanto me han dado y que en sus letras has visto que sigo siendo un niño perdido en este espacioso espacio que, como buena alharaca, no es tan grande como todo lo que en tu boca habría planeado pero que se ha extinguido, cual incendio en la isla que una vez vio cómo nos habíamos querido, ya, demasiado tarde puede parecer mucho tiempo, pero pasen o no los sentimientos, el fulgor seguirá brillando por momentos, por momentos, por momentos.


miércoles, 6 de mayo de 2020

Agogé

     Eran apenas dos "pelusos" bailando. El resto de pelotones vitoreaba a su alrededor mientras ellos recorrían un círculo invisible, dedicándose miradas y sonrisas. Pese a que le sudaban las manos, la lanza, embotada para evitar daños innecesarios, no se le escurría gracias a la ira de tela enrollada en ella. Sus ojos claros resplandecían bajo el influjo de Helios, pero no tanto como la sonrisa confiada de su oponente. En cierta manera, esa expresión torcida mientras enseñaba los dientes níveos sobre una tez bastante morena le resultaba atractiva. En cierta manera.

     –¿No has llegado muy lejos, ilota? –dijo mientras intentaba alcanzarle con la lanza, provocando un silbido en el aire, ya que su rival la esquivó con agilidad.
     –Mothakés, si no te importa. Yo que tú cerraría la boca, el poder de tu familia es inútil aquí... –y le dio con un costado de la punta de la lanza en la mejilla izquierda.
     –Al menos yo tengo familia, esclavo... –y escupió sangre.
     –Aquí solo tendrás esto –sentenció el oponente mientras se agarraba los testículos.
     –¡Basta! ¡Los dos! –gritó su irén.

     Tiró la lanza y se lanzó al cuello del ilota. Tenía un cuerpo fibroso, era más fuerte y ágil que él, y el sudor no ayudaba a mantenerse agarrado, pero el factor sorpresa le ayudó. Aún así, su oponente, que le sacaba diez centímetros se deshizo de él con facilidad. Le tiró al suelo y le dolió más el orgullo de que un esclavo haya conseguido derribar a un Euripóntida que el golpe en sí. La gravilla le arañó la espalda y las piernas. Seguramente tendría polvo dentro del taparrabos. El resto de pelotones jaleaba a su rival, que le tendió la mano para ayudarle a levantarse.

     –Un hombre que pierde la calma, pierde dos veces –le dijo.

     Él no contestó y simplemente le dedicó una mirada que indicaba que ya se tomaría la revancha.

     […]

     Si no fuese una estatua, Artemisa habría bajado la mirada ante semejante vergüenza. No le habían “educado” para eso. Se preguntó si había merecido la pena el pan duro por todo lo que iba a soportar en esos momentos. “Robar está mal, que te pillen, aún peor”, pensó mientras dos compañeros le sujetaban, desnudo, frente al altar de la diosa.

     –Vaya, vaya... el “reyecito” no sabe comer si no se lo dan todo en la mano o se lo sirve un esclavo –y le dio el primer latigazo con una fusta de cuero marrón, algo gastada ya-
     –Sí, es que tu padre estaba ocupado limpiando la mierda de mis caballos –y apretó los dientes y se tragó el dolor y el orgullo. Cerró tan fuerte los puños que se hizo sangre en sus propias palmas.

     El de Mesenia se fijó en los hombros y en la ancha espalda del Euripóntida, alba con un trueno de sangre en medio. La tormenta solo acababa de llegar.

     [...]

     Esa noche había dormido mal, las cañas de su jergón estaban destrozadas. Los primeros rayos del sol se reflejaban ya en el Eurotas cuando él estaba ya cerca del lecho del río buscando nuevo material para su lecho. La naturaleza se estaba despertando en todos los sentidos. Olía a humedad, pero una humedad limpia, no a la humedad que le embozaba en los barracones debido al sudor y otros efluvios acumulados en el ambiente. Inspiró aire y crujió una rama. No le dio tiempo a girarse cuando ya le habían agarrado por detrás.

     –Siempre vigilado, recuerda. –le dijo una voz que conocía bien desde hace años.
     –Y siempre en guardia –y le dio un codazo en las costillas a su asaltante, que le soltó y resbaló sobre el barrizal que se acumulaba en la orilla del río. –Mira, ahora estás más limpio.
     –Y más guapo –replicó con su sonrisa torcida y sus dientes blancos.

     Le tendió la mano y le ayudó a levantarse. Flexionó el bíceps e hizo fuerza con los pectorales, gesto que no pasó desapercibido por el ilota.

     –¿Has estado entrenando, basilisco?
     –Compruébalo, esclavo.

     El ilota se lanzó sobre él y le mordió el lóbulo de la oreja derecha. Se separaron y los ojos zarcos de uno se cruzaron con los azabaches del otro. El eros se apoderó de ambos, otra vez, como casi todas las mañanas desde que ambos despertaron. Solo el Eurotas era testigo de la relación carnal mientras el Taigeto miraba a lo lejos.

     –¿Qué dirán los grandiosos Euripóntidas si ven a uno de los suyos yacer con un simple “esclavo”? –sonrió el ilota mientras le apartaba los bucles rubios a su amante, pegados en la frente por el sudor y la humedad.
     –Nada comparado con lo que te harán los tuyos, salvajes, por traicionar la causa de tu revolución –y mordió el labio de su oponente.
     –Llegado el momento, te mataría, lo sabes.
     –No, eres un hombre libre. Morirás a mi lado, como un guerrero, como mi hermano. Esta noche será la prueba.

     La prueba era cazar un grupo rebelde de ilotas que se habían sublevado en una plantación de trigo cercana. No suponían un peligro en grupos pequeños, pero en un gran número podrían causar grandes problemas en Laconia. La prueba de esa noche supondrá volver a someterles y acallar los posibles fuegos de una rebelión. Era un ritual, la Krypteia.

     […]

     Le sabía la boca a sangre. Estaba siendo más duro de lo que creía. “Estos ilotas saben defenderse” pensó mientras escupía. Entre el tumulto de la refriega buscaba su hermano, pero no lo veía. Solo esperaba que siguiese siendo uno más de ellos. Un siervo le sorprendió saliendo de entre la espesura de la noche, pero no le costó esquivarlo y aprovechar la finta para derribarle de una patada en la espinilla. Apenas se cruzaron sus miradas, la punta de la lanza del espartano atravesó la garganta, provocando que borbotones de sangre brotasen de la boca del ilota. Apenas sacó la lanza sintió un golpe en la sien. Perdió el equilibrio y cayó al suelo, no se desmayó pero su percepción era peor que si hubiese tomado tres jarrillas de vino sin diluir, como hacían en los barracones. Pero en la noche, solo dos cosas podrían relucir tanto: Selene, oculta para no ver las desgracias y su sonrisa.

     –¿Qué haces?
     –Te dije que lo haría.
     –¡Pero eres un hombre libre! –gritó mareado, intentando ponerse en pie.
     –Y como tal, elijo a los míos. Lo siento, hermano.

     Esa última palabra, la forma de decirla, le dolió más que la punta de la lanza atravesando su vientre. Pero al mothakés también le sabía a sangre ahora la boca. Porque también le dolió a él el último beso.

jueves, 30 de abril de 2020

No es la primera vez que verás ese nombre

     Salió a pasear con el abrigo abrochado hasta arriba con cuidado de que la cremallera no le pellizcase las canas de la barba, a veces pasa y a veces duele, como la vida, o como tú por la vida. Pues eso, salió a pasear cerca del mar, no eran unos acantilados, ni siquiera era un paisaje bonito, y mucho menos un paseo marítimo agradable, sino que el cemento cortaba abruptamente la naturaleza propia del océano, aunque pensándolo bien, siempre que se corta algo es de manera abrupta, como la vida, como el amor. En eso que estaba este tipo paseando y hacía viento y el mar, azul, como el cielo, como tú, como todo lo bonito y lo fiero que representa luchaba contra el cemento gris, sobrio, aburrido, duro y todo lo feo y horrible que representa, triste, como lo que representa la gente como ese señor y como yo... bueno, el caso es que fue una lucha interminable entre el mar y lo demás, y claro, era triste porque ganaba el cemento y miles de trozos de agua marina, que quedaría mejor si se escribiese junto y no se cortasen abruptamente las palabras, aguamarina... miles de trozos de aguamarina tintadas de espuma como la rabia le salpicaban.

     Le salpicaban y no le importaba, porque el hombre ya estaba húmedo porque ya nunca es diciembre y casi siempre llueve, como en abril, porque está muy manido tirar de refranes y las aguas mil de ese dichoso mes caían como miles de agujas y por eso entre las agujas y la espuma ya qué le iba a doler... y el abrigo pues protegía pero no como unos brazos, secos, cálidos, cercanos, pero miraba hacia el fondo, hacia el horizonte, donde estarían ahora unos brazos, lejos, fríos, empapados tal vez de la pelea del mar contra todo, tal vez de la lluvia, tal vez de llorar o no sé. "Talasocracia, joder", pensó. Y ojalá. Y respiró y se llenó de salitre y se acercó más al abrupto corte y bajo la punta de sus zapatos color futuro de escritor había rocas húmedas, y cangrejos y mucha, mucha espuma que no era sino el cadáver palideciendo del mar, restos de lenguas y dedos salados que intentan en vano tomar la tierra que poco de tierra tiene ya. Y le vi llorar, bueno, a los dos, al hombre, y al mar, y si alguien comprase lágrimas, aquí sería rico, como en la canción.

     Y cerca del mar pocos árboles echan raíces y él no iba a ser menos, y mucho menos un árbol, que eso es otra historia, por que puestos a ser un árbol, a saber qué sitio escogería que no corriese peligro de ser talado, pero bueno, si hay que hacerlo que le conviertan en libros de poesía, sería incluso poético ser el de Walt Whitman, sí, ese, o cualquier otro libro, pero un buen libro, como en la canción. Y vaya estampa más triste, un hombre quieto sin ser mar, sin ser árbol y triste porque a veces pasa más tiempo intentando ser feliz pensando en tu vida sin él que en su vida sin ti, pero porque así nadie es feliz. Y tenía la nariz un poco hinchada, roja, con las venillas marcadas porque a veces bebía y bebía y solo así se olvidaba, y el salitre le escocía como a veces escuece un recuerdo de esos salados que te tira el mar o la vida encima y aprovechaba esa enorme narizota para respirar la brisa marina contaminada sin presencias y esas orejas de hombre mayor para oír que las gaviotas ya pocas veces vienen a ver el mar, que puede que estén todas en Saint-Jean-de-Luz.

     Yo lo vi todo porque a veces pues también salgo a pasear, cuando no estoy confinado, pero todo lo que parece bonito y poético en forma de restos de caricias de mar en el abrigo de ese hombre mayor a mí se me antoja melancólico y huele como a mar estancado, que la libertad es simplemente decir que has tenido que decir adiós a alguien. Y no era la primera vez que veía a ese hombre, pero le vi ahí tan quieto que podría ser la última vez si el mar se enamora de él y se lo lleva, porque joder, eso siempre es así, te elige ella a ti, si tú la quieres coger se te caerá entre los dedos, te deja las manos secas, saladas, agrietadas, como un corazón cuando te dejan, se seca y se te cae entre los dedos. Después de la pelea, después de los puñetazos. Yo lo vi todo, y cuando vuelvo de limar las suelas lo escribo, porque al fin y al cabo solo soy eso y aún intento encontrar el estilo, y puede que no lo encuentre nunca, y puede que no escriba más, o que escriba siempre, que sea bueno, que sea malo, no pretendo vivir de ello, pero es como me pasa contigo, tampoco puedo vivir sin esta mierda. Y el mar rugió abruptamente, no soltó toro alguno, no se llevó al hombre, se llevó un poco del alma de todos los que lo han visto, y hasta se llevó a las gaviotas. Y yo lo vi.


sábado, 25 de abril de 2020

Polisíndeton confinado

     Te despiertas pero no te levantas, y miras el móvil por si por la noche, mientras tú piensas que no es casualidad que "amor" rime con "error", alguien se ha decidido a escribirte para decirte que le importas o para comentarte que sobras en su vida, cualquier opción sería interesante porque eso, te despiertas y no sabes si estás triste o solo te aburres y no hay mensaje, ni directo, ni privado, y hasta te duelen los ojos y no sabes si es por la luz de la pantalla aunque esté la iluminación bajada como igual de apagado está el pecho confinado, o si es por leer hasta tarde ese libro de ese escritor, no, el que se imagina todo el mundo no, otro, qué más da, el caso es que aunque no trasnoches te duermes tarde porque eso, no sabes si estás triste o estás cansado pero no hay nada mejor que una cama a ciertas horas casi de la madrugada, como cuando no podía dormir y te llamaba, o me llamabas, vaya, como cualquier otro tiempo pasado que era mejor.

     Y entonces te levantas y desayunas, ¿qué desayunas? deberías no tomar tanta mierda porque aunque haces ejercicio no te mueves tanto como antes, porque no sabes si es pereza o es que estás triste, porque pescar en el Animal Crossing no cuenta como deporte y eso que has conseguido pescar un celacanto y hasta practicas el salto con pértiga; pero aún así ahí está, un café (porque has dormido poco y mal) y unas galletas, y mientras se enciende el ordenador, y te metes en el blog y suben las visitas a las entradas de siempre y eso pues no sabes si te alegra y te hace sentir orgulloso o te enfada y entonces las eliminas como otras cosas que deberías borrar de la vida pero bueno, eso es más complicado, como aguantar la luz que entra por la ventana, poca, como aguantarlo todo y es pronto para corregir pero aún así hay correos y trabajos y reuniones y normal que te duelan los ojos como si hubieses llorado, incluso puede que lo hayas hecho, ¿estar todo el día con el ordenador? o llorar, no sé, puede que todo, puede que nada, y te pones una serie y hasta te ríes, pero no sabes qué tipo de risa es, si la serie es graciosa, si simplemente ríes por estar haciendo algo distinto o si es que ya te has vuelto loco porque ha pasado el tiempo pero no ha pasado todo.

     Y pasa la mañana, y comes y todo muy autómata, y vuelves al ordenador, y a veces más series, y más trabajos y hablas con la gente pero no socializas porque falta el calor, bueno, faltan muchas cosas, como tú, como a veces el sol (y mejor, que así se quitan las ganas de salir), como las ganas de todo, las ganas de nada a veces también fallan y abres una hoja en el word, bueno, la hoja no, lo que está siendo otro libro, y a veces no sale nada y no sabes si es porque estás triste o porque crees que va todo tan bien que no hace falta escribir, pero claro, no, qué vas a escribir si todo va mal porque realmente no pasa nada desde que hace tiempo pasó de todo, e intento que no todo sea sobre lo mismo, pero a veces no está todo dicho, o sí, pero hay mil formas de decirlo y he escrito dos líneas pero no eran para ti, y me como una manzana y leo, y juego, y sigo con el ejercicio y cuando me doy cuenta estoy en la ducha pensativo y tengo la cara mojada pero no he abierto el grifo, pero mientras pienso que cualquier cosa es carne de cañón para una canción, alguien está con un relato, pero yo me lavo, no me peino y salgo y otro día que no me he afeitado, para qué, nadie me va a ver, a nadie le va a raspar las mejillas, ni el pecho, ni las piernas, a nadie, o a mí sí, nos salen heridas, pero es de otra cosa de la vida.

     Y Bunbury no está sacando gran cosa nueva, pero sí Lichis, Rubén y Leiva y me pongo en bucle Asco y vergüenza y el mix me salta a Elton John, sabe que solo me emociona(s) con una canción, y ojalá estar en el espacio porque este confinamiento me pasa tan despacio que parece que ya llevo un año, y claro, lo pienso y prácticamente es lo que me ha pasado, que he salido pero he estado encerrado, y ahora que estoy aquí enclaustrado viendo como crece el pelo, y la barba y sintiendo cómo engordo y cómo doy la tabarra en las redes sociales a veces con fotos a veces con frases pues casi es mejor que estar volando pero no sabes si te libera la tristeza o es que estás muerto y tu alma vuela, y vuela, y vuela, y entonces cenas cualquier mierda y más series, o pelis, y te das cuenta de que te has dejado la persiana subida y piensas que es la hora de que la cabeza suelte la pena y cierras el libro, bueno, o apagas todo y piensas que todos los puntos que faltan aquí, son las lágrimas de los poemas y sueñas, y sueñas y te meas y te levantas y da igual que día sea, la verdad, porque pasan y no pasan, deseas y quieres pero no muero y me mueres.




viernes, 20 de marzo de 2020

El mapa del merodeador

Hola. Vengo a quitarle valor a mi libro Canciones para un viaje en cohete, de venta aquí (aunque no compres ahora, que estamos en cuarentena, los repartidores también son personas) subiendo al blog lo mejor que hay en él (creo). Llevo un tiempo escribiendo más bien poco, pero no quiero descuidar esto y, además, ya que estamos encerrados, qué más da un poco de cultura gratis. Si te mola, pues en el libro hay cosas igualmente bonitas. Y en el segundo que estoy preparando... más aún.


Tú tan “revolución o barbarie”
y yo más de “pero... ¿quién mató a Laura Palmer?”
Éramos dos y un sólo precipicio
y el vacío parecía tan adictivo.
Dijiste “la gota que rebosa este mar”
y la distancia que acerca un final,
se hicieron un hueco entre mis huesos
que de tanto temblar
bailamos por última vez al son de mis miedos.

Si te vas me sobra todo lo que venga detrás.
Ir a buscarte es sólo una canción más.
Tenía un mapa y dos puntos de partida
y daba igual si encontrarte son dos vidas.
Corriste y casi al final miraste hacia atrás
sin darte cuenta de que llegué antes de empezar.
Sentir fue el mejor papel que tuve
en mi obra favorita,
“sonreír hasta los lunes”.

Y los dos como un par de mundos extraños
que compartieron esa magia del daño.
Teníamos un corazón y varias cicatrices
pero la vida entre sangre nos hacía tan felices.
Doblamos juntos el papel con el camino,
dibujamos nuevas huellas y borramos hechizos.
Las chispas de fuera nos hacían brillar
y también quemaron
las redes que nos dejaban nadar.

Tú tan “vamos a luchar unidos”
y yo más de... “¿Pero qué es la isla de Perdidos?”
Pero al final los dos en un mismo beso,
dos cuerpos adictos y un sólo deseo.
Dijiste “usemos cada gota para regar”
y está floreciendo todo esto
y aún no me creo que sea verdad.
Aún no me creo que fueses de verdad.


jueves, 12 de marzo de 2020

15 años


     –Va de puta madre.
     –Sí, la verdad es que sí –dijo ella, aunque tampoco entendía mucho del tema.
     –Toma, el móvil está conectado, pon la canción que quieras.
     –Vale.

     Se lo habían dado esa misma mañana y él estaba como loco por rodarlo. Estaban volviendo a casa después de estar todo el día de aquí para allá. Había anochecido y los faros nuevos alumbraban la carretera como tu sonrisa hacía lo mismo con la vida de quien se topaba con ella, pero eso era otra historia, u otra histeria.

     –Hay que pasar por casa de mis padres, que me ha dicho mi madre que vaya a recoger unas cosas.
     –Pues aparco en la puerta y subes en un momento.
     –Joder, ¿no puedes subir y les saludas tú también? Son mis padres, no unos desconocidos...
     –Ya, pero es que es tarde y quiero llegar a casa, y no quiero liarme a hablar con tu padre y tal.
     –¿A casa? ¿para qué? ¿te vas a poner con la mierda de la consola hasta las 2 de la mañana? Que hemos quedado pronto para ir al campo con la bici.
     –Bueno, pues eso, me apetece ir a casa a descansar. Si tus padres me caen bien, pero es que hablan mucho...
     –¡La semana pasada comimos con tus padres y estuvimos toda la tarde!
     –¡Joder! ¡Pues vale! Subo y saludo a tus padres, hostias...
     –¡No! ¡Déjalo! Y mira a la carretera, que vaya volantazo has dado ahí detrás...
     –A ver... me vas gritando...
     –¿Ahora es culpa mía que tú seas gilipollas?

     Él no contesto. Se quedaron en silencio unos minutos. La música seguía sonando y las farolas... las farolas estaban ahí, no todo tiene que tener un propósito estético en un relato, no todo es como tú. Olía a nuevo, a limpio y un poco a vergüenza y arrepentimiento. Sonó la canción. Él sonrió, y ella también.

     –Lo siento. Voy a pasar a por unas cervezas y nos tomamos algo con tus padres, ¿te parece?
     –Vale, voy a avisar, lo mismo tienen ellos algo para picar. Dame un beso, tonto.
     –Idiota.
     –Va bien el coche, sí. Y el color es muy bonito.
     –Mira el techo, si toco aquí se puede ver el cielo.
     –Hala.

     Un golpe seco y un frenazo sonoro rompieron el silencio de la incipiente noche, como una alarma que avisaba de que había algunas cosas no iban a ser iguales la mañana siguiente. 15 años tenía el chico que les cayó justo en frente desde uno de los puentes que cortan las autopistas que rodean Madrid, como cortar las venas a la ciudad. 15 años y tal vez un solo motivo.



martes, 3 de marzo de 2020

Pongamos que hablo de ti

Eres donde se cruzan dos caminos,
el mar se concibe en tu vestido añil,
no regreso porque no soy fugitivo,
pongamos que estoy hablando de ti.

Donde el deseo viaja entre roces,
y tu agujero queda para mí,
que me he dejado la vida en tus rincones,
pongamos que estoy hablando de ti.

No te hace falta ser princesa
y no me cansaría de perseguir
las espuma de tus besos de cerveza,
pongamos que estoy hablando de ti.

Los gatos visitan tus playas,
y las estrellas se ven mejor aquí,
la muerte viaja cuando te marchas,
pongamos que estoy hablando de ti.

El sol no calienta, son tus manos,
mi vida, un beso a punto de partir,
empañemos el espejo del lavabo,
pongamos que estoy hablando de ti.

Cuando la muerte venga a visitarme,
que no me lleve, ya no estoy aquí,
no tengo sitio para nadie,
pongamos que estoy hablando de ti.




domingo, 1 de marzo de 2020

Nostalgia automática, diciembre, L.A.


Vine, vi, amé.
Si vas a olvidar todo lo que hiciste bien,
no me olvides.
El reflejo de la ciudad te hacía tan guapa
que es insultante
intentar decirlo con palabras.
Qué tiene el mundo que no tenga yo,
estás eligiendo vivir de aburrimiento
en vez de morir de pasión.
Esta tierra prometida era la tuya
y nos lo dijiste a los tres en la habitación,
tú y yo, y la luna.
La vida
está hecha para los amantes,
por eso pasamos por ella tan deprisa.
Deprisa, jóvenes y borrachos,
y tú preciosa,
y al despertar estaré sereno,
pero tú seguirás siendo hermosa.
Me da miedo el folio en blanco y vacío
pero ya solo me quedan
las palabras que desearía haberte dicho.
Me hubiese pasado riéndome contigo
el resto de mi vida,
era un poco extraña la curva de tu risa.
Queda, solo queda entre nosotros
el noble arte del contacto visual
pero no soporto mirar y no me acuerdo de tus ojos.
Y la luz siempre es fácil de amar
pero yo quise hasta tus sombras
y aún así estoy agradecido
de que tú te quedases hasta estando
yo a oscuras.
Soy tan tonto y tengo tanto miedo
que todo lo que te quiero
me lo invento.
Soy tan idiota cada día nuevo
que todo lo que te digo
lo disfrazo de sentimientos.

Ahí está, esa chica es una tempestad,
dime quién queda vivo tras ella en la ciudad.

Las respuestas fáciles siempre estarán mal,
cuando llegue es cuando más hay que brillar.
Sonrisas de vagabundos y marginados,
siempre es como mejor he estado,
así que vamos a hacer este trato:
dormiremos juntos, echando de menos el sonido,
y con tanto ruido me preguntaría:
¿Cómo demonios podrías ser mía?

Pero quizás puedas recordar
que puedes soñar.
Últimamente las cosas van mejor que siempre.
Sólo me duele al respirar,
cierro los ojos para mirar
que últimamente siempre es diciembre.




domingo, 23 de febrero de 2020

Ext. Noche


     Hablar mucho. Luchar poco. Es lo mío. Era lo mío. Sería el momento perfecto para encenderse un último cigarrillo, pero no fumaba. Aun así el vaho producido por el frío hacía el intento y me sentí como un niño que lo expulsa por la boca haciendo que fuma. Al fin y al cabo yo también era un niño de esos que se enfadan si no consiguen lo que quieren. Pero no fumaba. 56 metros, miré hacia abajo y luciérnagas de metal se movían por el frío asfalto. Seguía mirando y había farolas. Subí la mirada y apenas había estrellas en el cielo porque las estrellas de ciudad se las comen, y entonces entendí a Salinas, si tan solo pudiese elegir la dirección... Más alto que nosotros solo el cielo. Y ahí estaba yo, en un sándwich de estrellas, y ni siquiera estaba solo. En esta azotea había mucha gente, con sus copas, sus cigarros, sus risas y su frío. Y también estaba ella, quieta, con sus seis metros y medio de altura, pero tú eres más grande; de bronce, pero tú eres oro.

     Y ya no sé, o no sabía, a estas alturas de mi vida, del edificio y de la película qué es lo que echaba de menos, o a quién. A ti, a ella, a la compañía. Poner roja una cara a besos y un culo blanco. Una espalda mojada y un cuerpo hecho de mar. Bocados, hablar, reírnos, morder, besar, el calor, el olor a verano, el olor a vainilla y a coco, la piel entre los dientes. Pero no lo sabía. Cuesta acostumbrarse a que en este mundo las personas se pierdan unas a otras. Cuando era pequeño leí un libro de un niño que hablaba con una estatua del Retiro, creo que la de Pío Baroja. ¿Y a qué viene esto? Porque la estatua que tenía al lado me habló, o eso creí, y me dijo “πάθος”.

     Sufrimiento existencial, pero también pasión o desenfreno pasional. O mejor, emoción que se siente al contemplar una obra de arte cargada de ese mismo sentimiento, pero qué cutre y manido es llamar a una persona “arte”, que no soy, ni era, un escritorzuelo de Instagram o Twitter, o sí. Estado del alma, tristeza, pasión... Echar de menos algo que no se conoce. ¿Y si era eso? ¿Y si solo echo de menos la próxima ausencia que me haga escribir? ¿que me haga seguir adelante? Para mí una ausencia es el sitio favorito desde el que saltar a la tristeza.

     Y me acordé de Dead in the water de Noel Gallagher. Si tuviese fotografías de lo que quisiera ver, si tan solo lo tuviese tan claro, tal vez me parecería divertido. Si tan solo mi próximo destino fuese la tierra prometida. Crash. Morir en las olas de ciudad, flotar en la polución. No descansar mientras el amor esté tendido sobre la niebla de contaminación. Sobre las partículas húmedas de la niebla que estaba trayendo un prematuro amanecer. Con tanta pregunta solo trataba de cerrar el agujero en mi cabeza por donde la lluvia se colaba.

     Podía parecer que me estaba suicidando, que el último párrafo era la caída acuosa, brumosa, lacrimal e infinita. Pero estoy revisionando Californication, y sí, estaba al borde del abismo de cemento, pero una mano, no la suya, me agarró. Estaba preocupada, yo un poco también.

     –Gracias –me dijo.
     –¿No debería decirlo yo? Ya sabes, por impedirme saltar.
     –Si lo hubieses hecho habrías jodido la fiesta. Gracias. ¿Un cigarro?
     –No veo por qué no. ¿Cómo te llamas?
     –¿Acaso importa?
     –Nunca importa.

     Tan extraña como dolorosa, solo otra historia sobre soledad.



domingo, 9 de febrero de 2020

Jurassic Park


     No hacía un buen día, pero tampoco llovía. Algo nublado pero con el sol saliendo de vez en cuando, como para recordarnos que sigue ahí, no sé, tonterías. Cogí el libro que estaba leyendo, debería leer menos en una pantalla y más en un papel. Es un libro de esos que seguramente en los 80 o en los 90 hubiesen hecho alguna adaptación cinematográfica que no tuviese nada que ver, con unos jóvenes haciendo cosas en NY, pero que como película no estaba mal y que podríamos ver juntos... Ah, que ya la has visto... bueno, podemos verla otra vez. Le puse trabas a la respiración con una bufanda y me fui al parque a leer. Al principio me dio miedo, ya sabes, eso de que te vas a sentar y seguro que el banco está frío, pero aún así lo haces, porque claro, no me iba a quedar leyendo de pie...

     Llevaba dos páginas cuando salió el sol. Cerré un momento el libro e hice la fotosíntesis. Unos minutos después había niños en los columpios, gente con ropa de colores corriendo, gente con menos colores paseando, y él. En el banco de enfrente, a unos pocos metros, se sentó un hombre mayor. Con pantalones de pana marrones y un abrigo azul marino. Llevaba en la mano unas flores amarillas. Me miró, le miré, sonreí y volví al libro. Levantaba la vista de vez en cuando y ahí seguía, con sus flores, esperando, pero no pasaba nada. Sonreía pero esta vez solo. Respiraba y transmitía paz. Se le arrugaba más la cara y veía que había vivido mucho, y no por los años. Al cabo de un rato se levantó y se fue. Me fui.

     Hacía mejor día, con el sol de febrero jugando a “estoy aquí pero no caliento mucho”. Cogí el mismo libro que el otro día, aunque ya me quedaba poco. Pensé que leer en un parque no tiene edad, y que seguía siendo joven. Le puse trabas a tocarte y me puse guantes. El banco del otro día estaba ocupado por unas señoras mayores que habían salido al fresco, como se dice, y que estaban hablando de sus mierdas. Me fui al banco de enfrente. Leí más bien poco y llegó él. Pantalones de pana marrones y abrigo verde oliva. Llevaba en la mano unas flores moradas. Le miré, me miró. Se sentó y me dio igual, claro, el banco es de todos.

     –La vida, eh... –me dijo.
     –Un día más, un día más.

     Resopló, bajó la mirada y sonrió. Y vaya, con tanto silencio creo que me contó algo. No sé si estaba esperando a alguien que no iba a llegar. Tal vez tenía alzheimer y estaba desorientado en su rutina del parque, tal vez paseaba las flores, son más limpias que un perro, huelen mejor... ¿Estaba triste? ¿Era un hombre feliz? Terminé el libro y me fui. Pasé por delante de las señoras, estaban hablando del tipo, pero no escuché.

     Volvía a estar nublado, pero estaba con un libro que iba sobre un hombre que quiere volver, pero no puede. Y hay quien le ayuda, y hay quien se lo impide, pero yo creo que lo peor es no saber si hay alguien que de verdad quiera que vuelva, aunque en el libro sí lo hay, después de tantos años... Le puse trabas a los sueños y me puse los auriculares con esa canción de Sidecars que era tan larga. No hacía sol pero las señoras mayores volvían a estar en el banco, muy abrigadas y hablando de a saber qué. Una se echó para atrás y se manchó con una mierda de pájaro. Me senté en el banco de enfrente mientras la señora vociferaba que ese abrigo granate se lo había regalado su nuera, y que vaya tristeza. Saqué el libro. Pantalones de pana marrones y abrigo azul marino se sentó a mi lado. Nunca he dicho de qué color tiene los ojos porque apenas se le ven, pero llevaba en la mano unas flores blancas.

     –Cómo pasa el tiempo, eh... –me dijo.
     –Igual que ayer, igual que siempre.

     ¿Y para quién eran las flores? Yo me iba antes, no sé si llegaba alguien después, el primer día no lo hizo, desde luego. Si era así, llegaba tarde a la vida de ese señor, o tal vez el señor llegaba pronto. Empezó a oler a humedad y se puso a llover, como siempre en la vida de la gente que va al parque sola. Las señoras gritaron y se fueron. Yo me puse de pie y me fui antes de que todo se llenase de barro. La gente de colores corría más rápido y pantalones de pana marrones se quedó en el banco, pero se puso una boina. Resopló, me sonrió y me vio irme, como habría visto irse a muchas personas de su vida.

     El sol me llamó cobarde por no querer salir, y como no podía partirle la cara, cogí el libro del tipo que estaba deseando volver pero no podía (estaba a punto de terminarlo), le puse trabas al pecho poniéndome mi abrigo favorito, y salí. Quedaban aún un par de semanas para primavera, pero ya se olía. Señoras mayores invaden bancos. Parejas de ancianos pasean en tropel y los corredores de colores hacen más ejercicio esquivando que corriendo como tal. Ahí estaba, pantalones de pana marrones y una cazadora negra. Llevaba en la mano unas flores amarillas, moradas y blancas. ¿Qué edad tendría? Pasaba de los ochenta años, seguro. Y aguantaba el frío de la madera húmeda en el culo. Y yo no iba todos los días, pero a lo mejor él sí. Se sentó.

     –¿A quién espera? –pregunté por fin.

     Me miró y sonrió. Se le cerraron más los ojos y resopló. Solo asintió y no dijo nada. Seguí leyendo y terminé el libro. No sé si habían pasado 20 minutos o 2 horas. Lo entendí. Le miré, le sonreí y me fui. Iba pensando, no está ahí para esperar a alguien que sabe que no va a llegar, está ahí para decir adiós a alguien que ya se ha ido. Y qué bien, ¿no?



lunes, 27 de enero de 2020

Todas las mañanas desde entonces


     Sonaban los árboles, y las ventanas. Bailaban las hojas con toda la mierda que la gente tiraba al suelo. Fuera debía hacer un viento de la hostia. Bailé yo también por el laberinto de calor que eran las mantas y rebusqué las gafas por la mesita mientras me estiraba y el cuerpo crujía como estaban crujiendo las ramas de los esqueletos vegetales que estaban fuera. Veía ya mejor y ya hace tiempo que no cojo el móvil nada más despertar porque apenas espero mensajes. Porque los buenos días este invierno son días sin más. Dudé si salir de la cama, pero joder, tenía que hacerlo, no porque me hiciese pis, no por el poco hambre, ni siquiera porque tenía que trabajar, simplemente en la cama no me retenía(s) nada y la vida sigue como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, como en la canción esa.

     Aún así desayuné, y me lavé los dientes automáticamente, y me vestí automáticamente sin importarme mi aspecto, llevaba pantalones, y jersey, y botas, y cazadora. Y salí a plantarle cara al frío, total, ya lo llevaba haciendo unos meses. Metí las manos en los bolsillos y me di cuenta de que en el izquierdo tenía un agujero. “¿Habré perdido muchas cosas?”, me pregunté. Más besos habrás perdido por no saber decir “te necesito”, me contestaron los auriculares. Ni siquiera me había dado cuenta de que aún era de noche. El nuevo fascismo es ir a trabajar cuando aún no es de día. Era tan de noche que aún había gente en la calle que no se había acostado, “¿qué puta hora era?”. Había dos tipos delgados en un banco de piedra, seguramente con el culo más frío que la litrona que se estaban tomando. No hablaban, solo fumaban algo que no era tabaco y se pasaban la cerveza uno a otro. Uno levantó la vista.

     –¡Qué te pasa, payaso!
     –Nada. Ese es el problema, nada.
     –¡Qué dices! ¿quieres dos hostias o qué?
     –¡Hostias! Deja, deja –le dijo el otro mientras se ponía de pie, no sabía cómo podía mantenerse. Olía bastante mal–. Si es...
     –Sé quien mierdas es... sácanos en un relato de los tuyos, ponme que soy ingeniero, o algo, niño, a ver si a mi vieja le hace ilusión.
     –Ya, bueno... –y seguí caminando pensando en mis bolsillos.

     Jugueteaba con el agujero, sin connotaciones guarras ni nada de eso. Y bueno, estaba en el andén, rodeado de cadáveres poco exquisitos, más bien grises, más bien podridos. Y yo no sé si lo hice mal, te dije sin querer, pero bueno, siempre podría mejorar. Había caras conocidas en el vagón, las de todas las mañanas, y nos mirábamos pero no nos saludábamos, porque no tenía mucho sentido hablar con desconocidos, pero nos estábamos perdiendo historias tan bonitas, y no sé si hablaba de nosotros o de la gente. Una vez conocí a una chica con el pelo morado, y un chico que se enamoró de ella, incluso una vez me conocí a mí mismo. No sé qué otra función puede tener el metro: costumbrismo, enarmorarse cada pocos minutos, comprobar la bondad de la gente, comprobar la maldad de la gente, incluso hay quienes estudian, o peor aún, hay quienes lo usan para llegar a su destino. Pero llegó, pitó, calló al músico (qué mal) y la gente subió. Y la mayoría iba de negro, de gris, de marrón.

     Cogía ese metro a menudo. “¿Y si algo del bolsillo se me ha caído aquí algún otro día?”, sin embargo, me pinché el pulgar con algo del derecho. Salió una gota de sangre. Y otra. Notaba el forro del bolsillo húmedo y caliente, sin connotaciones guarras ni nada de eso. Saqué la mano corriendo y un chorro fino de sangre manchó el cristal del vagón, como en una peli de Tarantino, que no me gustaba, pero algo he tenido que ver alguna vez (inserto un “gracias” irónico aquí). La gente cuyas caras me sonaban se escandalizaron, y la sangre seguía salpicando, y la gente de las caras se manchaba, y veía esa mirada familiar de entre pena y preocupación, la conocía tan bien, era la de todas las mañanas desde entonces en el espejo. Y la sangre no paraba y alguien tiró del freno, de momento no del de la vida. Y el tren paró en mitad de un túnel, pero no el que tenía pensado seguir. Me caí al suelo, estaba perdiendo mucha sangre y la gente gritaba. Realmente no fue tan vertiginoso como lo estoy contando porque solo era un chorro muy fino, pero vaya potencia. “Ya está, es el final”, pensaba. La gente llena de sangre no se ponía a follar como en el vídeo de pereza, sino que se preocupaban (parecía).

     –¿Y quién ha dado al freno? ¡Llego tarde al trabajo! –gritó alguien.
     –¡Gracias, hijo de puta! –solté entre mis posibles últimos estertores.
     –¿Pero con qué se ha pinchado para sangrar así? Mira a ver el bolsillo con cuidado –dijo una mujer común de mediana edad.
     –A ver... en el izquierdo hay un agujero, así que no hay nada...
     –Es el derecho, imbécil –dije apuntándole un chorro de sangre a la cara.
     –¡Ah!, pues... otro agujero, qué raro.
     –Raro no, joder, ya has visto cuánto te mata el vacío.

     Pero en fin, sobreviví, tal vez lo exageré un poco. Sabía que no era el final porque aún no había contestado a la pregunta que me hacía todas las mañanas desde entonces: “¿Por qué no nos morimos juntos?”, pero sin romantizar el suicidio ni nada de eso, más bien después de mucho tiempo, o sea, bueno, creo que se entiende... y yo ni quería escribir hoy, pero María lo estaba intentando y he tirado de escritura automática. Yo he empezado a escribir serio, y bonito, y he acabo con un dedo sangrando a lo bestia y hablando sobre lo de siempre. Como todos los días desde entonces, supongo.



domingo, 5 de enero de 2020

El rey de los atunes


Despertar en una yurta junto a una luna
que no me ha dejado dormir.
No hay más fortuna que nadar entre las tumbas
de un cementerio y no terminar de morir.

Porque te vi acostada a mi lado y no me creo
que estuvieses aquí.
Teniendo ahí afuera todo un mundo,
lejos de mis barruntos,
y ahora sabes qué quieren decir.

Se me atascan en la garganta voces de sal y agua
que dan de respirar al rey de los atunes.
Pidió besos en las mañanas, lenguas enlazadas
y brazos para que me acunes.

Hasta que te vi llorar y hubo luces de colores,
drogas de todos los sabores
y te arrimaste más, sonabas a música sin compás.
Hasta que me hiciste llorar y hubo ruido de tambores,
harapos para vestir los dolores
y te arrimaste más, sonábamos a música celestial.

Las palabras fueron avispas y fue todo tan deprisa
que me caía sin querer.
Es enero en tus mejillas, primavera de mentira
y rompernos nos sienta tan bien.

Porque vi tu mano aquí agarrada y no me creo
que estuviese tan suave
después de acariciar ortigas,
de labrar en las heridas
desde que llegaste.

Hasta que te vi reír y hubo luces de colores,
drogas de todos tus sabores
y te arrimaste más, sobraban el mundo y los demás.
Hasta que me hiciste reír y hubo ruido de tambores,
bebidas que celebran los amores
y te arrimaste más, sonábamos a música celestial.

Y siguen en la garganta y con los besos se espantan,
el agua, la sal y el rey de los atunes.
Pero que encuentren otra causa, guerras que se ganan,
aunque a veces un abrazo me abrume.