lunes, 31 de octubre de 2011

El entierro.


Brilla. Resplandece. Un halo plateado bordea todo su cuerpo. Si pudiese verle se quedaría ciega. Pero no, no puede. Ella sólo ve su otra versión. La inerte, sin vida en el suelo. Lleno de heridas y moratones. Con la mirada clavada en el infinito que se corta solo por un beso que no pudo sentir.

El fantasma la observa desde detrás de su hombro. Él no creía en fantasmas, hasta que se convirtió en uno de ellos. Y allí estaba, como la nada en el todo, y el todo era un descampado cualquiera, donde ella cavaba un agujero para enterrarle.

-          En qué maldita hora pensé en matarte- decía pausadamente a causa del cansancio-. En qué puta hora. Sí, te digo a ti. No me mires así. No sé ni por qué espero que me contestes.
-          ¿Acaso no ves que me has matado? Si hablase ahora mismo te morirías de miedo, lo cual estaría bien, así podríamos comunicarnos en nuestra forma de fantasma. No sé ni para qué te contesto, si no puedes oírme.

Ella seguía cavando y lo que el fantasma acababa de decir sólo fue viento. A él le gustaba verla en ese estado, al menos se esforzaba por algo que tenía que ver con su especie de relación. Cada gota de sudor era un poco de sacrificio que ella hacía por ocultar sus sentimientos. Cada mota de barro en sus manos y zapatos era un poco de redención hacia ellos.

Cuando el agujero fue lo bastante grande, lo metió dentro a patadas.

-          Porque no te quiero dejar de joder ni aunque estés muerto. ¡Idiota!- y escupió encima del cuerpo.
-          Traduciré esa falta de respeto hacia mi cadáver como rabia por no volver a saber nada de mí en cuanto me entierres.
-          Este viento me pone los pelos de punta- dijo ella al aire.
-          ¿Y qué pasaría si te tocase?

Y el fantasma alargó su mano hasta el hombro de la chica, que solo sintió un frío intenso en la zona. Típico, pero emocional. Tal vez empezaría a creer que algo le seguiría de por vida. ¿Acaso los fantasmas que persiguen a los atormentados no son más que remordimientos?

Fuera lo que fuese, ella sacó un pequeño puñal de plata, y antes de cubrir el cuerpo con vergüenza en forma de tierra, rajó el pecho al chico. No sangró, todo se había quedado en las amapolas de su cuarto. Pero si encontró allí el corazón. No le dio asco cogerlo. En el último momento de pedir clemencia a su cerebro no había nada de exquisiteces.

-          Tal vez…- y se paró, no muy segura de qué hacer-. Tal vez… sí… lo quemo.
-          ¿Quemarlo, para qué?- preguntó el fantasma, sólo para que algo de viento hiciese recapacitar a la chica-. Aunque bueno, ahí dentro ya no me va a servir de mucho. Además, sabes que era tuyo desde el principio.
-          El viento, me lo dice el viento. El fuego ayuda a cicatrizar, y mi herida es más grande que tu muerte, pedazo de gilipollas.
Lloraba, o reía. No se sabía. Estaba loca como ella sola podía estarlo. Al lado del cuerpo aún sin enterrar del todo, hizo una pequeña fogata. Sin pensárselo dos veces, arrojó el corazón a ella.

-          Adiós- dijo.

El crepitar del fuego acompañaba el ritmo de paladas que daba. Algo estaba ocurriendo. El fantasma empezó a dejar de brillar. Se quedaba sin halo. Suponía que solo le quedaba desaparecer. Empezó a gritar, lo que causó que se levantara una ventolera alrededor de la chica. Pero no, no era eso…

-          ¿Qué haces tú aquí?- tenía los ojos como platos y la cara desencajada en una mueca de terror mezclada con asombro-. Yo te maté.
-          Pero te equivocaste. La muerte no es la mejor manera de sacarme de tu vida. Si no, la gente no echaría de menos a los que se van. Y el fuego no sirve para quemar recuerdos, todo lo contrario. La llama los aviva, los hace brillar más.
-          En ese caso, tendré que rendirme.
-          Ya te habías rendido mucho antes.

Y los dos empezaron a brillar y a resplandecer. Se cogieron de la mano, se mezclaron sus halos de plata y juntos iluminaron en la oscuridad una luz que nadie vería, pero que sentirían a través del viento.

 Nota: Como creo que a esto le quedan dos telediarios, vamos a ir terminando con todo. Así acaba verde y amapolas en versión prosa, próximamente en verso, con mensaje de despedida y esas mierdas. A cuidarse.

lunes, 24 de octubre de 2011

Sigues en vena (V).


Sigues en vena y no sé cómo sacarte,
los girasoles no saben cómo mirarte.
Si el tiempo es oro, con el brillo de tus ojos
me haré un reloj que voy a dejar parado
en el segundo exacto en el que nos miramos.

Sigues en vena y yo estaba volando,
y tú un cazador que busca presa en mayo.
Si sigue lloviendo azoto a dentelladas
un fuego caliente que turbe la simiente
que salió al frotar tus alas de hada.

Deja el zaherir para la hora de morir,
cuando no me importe tu desespero.
Cúcame una miradita que avive el brasero,
que no tengo tobillo para tanto rescoldo,
ararlo que tengo que plantar besos rotos.

Sigues en vena y qué coño haces ahí,
que ha llegado el otoño y tú, florido pensil.
Le pedí al prelado que se guarde su limosna
y que me echen en el saco un poco de tu ropa.
Zahorí en tu cuerpo no encontré ni un sentimiento.

Sigues en vena y me estás matando.
Soy el mentiroso al que cogen, que voy cojeando.
El que agacha la cabeza con la luna,
no me pongo la careta para irme con alguna,
aunque la vea en una espalda no levanto faldas.

Deja el no querer para la hora de después,
cuando no me importe el desperdicio.
Que no yerro moral, que soy todo vicio,
que no tengo cama para tanta pesadilla,
cuéntale tú a mi almohada el porqué de tus prisas.

Sigues en vena y me haces sangrar poesía.
Evito las heridas para no chorrear algarabías.
De este cuento asilvestrado hay escenas de teatro,
las palabras son astillas de las tablas de escenario,
con la voz resentida por gritarte desvestida.

Sigues en vena y no te terminas nunca.
Tu lengua lanceolada, mis ojos en tu nuca.
Eres el tedio que acompaña a mi camino
de escaleras y baches, bandoleros zainos,
mirando de soslayo, en ti distraído.


Deja el trasnochar para la hora de acabar
y no me des envidias de tu suerte
que bastante tengo con mi muerte.
Estoy crucificado, si te fijas, en tus brazos.
Para mi desgracia no haces más que doblarlos.

Y déjame olvidarme de ti
que quiero que un día amanezca
con giralunas azules y oxidadas veletas.,
Que no me llueva aunque alguien ponga sol
y quiero gritarte al oído que todo se terminó. 

Idiota.

jueves, 20 de octubre de 2011

Sigues en vena.


-          Joder, somos jóvenes, guapos, idiotas. Estamos hechos para probarnos y desperdiciarnos después hasta que nos empecemos a echar de menos.
-          A mí me pareces gilipollas.

No sabe qué le dolió más, si las palabras o el guantazo que le dio. Ha vuelto a pasar. Ahí estaba él, aferrado a ese hierro candente que lleva su nombre. Duelen más las ampollas que deja que en el momento de agarrarlo.

-          Pero es que eres tan…
-          Y tú tan pesado. ¿No tienes otra cosa en la que pensar?
-          ¿Y en qué puedo pensar? A ver, en el pasado no, porque más que pensar sería lamentar porque no hayas aparecido antes. ¿En el presente? En ello estoy, estás aquí –la miró, sonrió, encendió un cigarrillo y volvió a sonreír.
-          ¿Y el futuro?
-          Si pienso ahora en el futuro, ¿Cuándo vivo el presente? El presente está para que se gaste contigo, y ya veremos si se crea un futuro o no.
-          Más que gastarlo conmigo lo estás malgastando.

Y ella cogió su presente, lo hizo una pelota que ya quisiera ser de papel para quemarse rápido, y se puso a jugar con él. Con cada golpe quería que se olvidase de ella. Que viviese. Pero él no tenía más vida que ella, su queridísima furcia estúpida, gilipollas, tonta, presuntuosa, increíble, genial. Ella.

-          Para ser sinceros, yo me había olvidado de ti.
-          Pues no se nota.
-          Bueno –y la sonrisa seguía en su cara-, todos tenemos una forma, o al menos nosotros dos, de jodernos la vida poco a poco. Debo decirte que sigues en vena.
-          Habrá que terminar con eso, y yo sin mis tacones de aguja.
-          Da igual, te pongas lo que te pongas estás perfecta para hacerme daño. Te has saltado la parte de probarnos y has saltado a la…
-          Espera, espera –y ahora sonreía ella-, no me he saltado nada. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
-          Eso casi se considera desperdicio. Yo ya estoy en la fase de echarte de menos.

El cajón de su mesilla si echaría de menos las balas. La cabeza de él, no.

- ¿Desde cuando fumas? En tu sangre sólo veo nicotina, de mí, ni rastro.

sábado, 15 de octubre de 2011

El nudo.


Aprieta, amarra la garganta y no sueltes la cuerda
Ahorca, que a ellos no les importa pisar lo que sueñas
Y que se queden colgando de una viga de carbón
Que tizna de negro las vetas raídas de mi corazón

Enhebra, que ahogue la cuerda la risa de las muñecas
Anuda, que los tobillos libres cuando pueden ahuecan
Y que se vayan corriendo dejándome ahí tirado
Si ya me han quitado todo por lo que haber matado

Y dime si tú te puedes llamar hijo del trigo
Que estuve plantando en tu puerta y regando
Para que seas mi amigo y de cuando en cuando
Sacarme una risa o quedarte de brazos cruzados

Y ahora quién soy yo para juzgarte por morder
Pero no masticar antes de tragar la fruta podrida
Que araña en el paladar, que se pega en la tripa
Que dando patadas llega a otro vaso que vaciar

Y ahora vete a la mierda que ya estoy hundido
Me ahogo en tus lodazales cuando lloras barrillo
De pena que al irme dejo ese agujero que llamas
Corazón pero que de vanidad está podrido

Y dime si tú te puedes llamar hijo del trigo
Que estuve plantando en tu puerta y regando
Para que seas mi amigo y de cuando en cuando
Sacarme una risa o quedarte de brazos cruzados

No me mires así porque no llegues al suelo
El nudo aprieta como tu puño estrujando los sueños
No me dejes plantado tu último aliento
Que no voy a regar para que crezcan pedimentos
Que lo que tú llamabas amistad
Para mi no era fuerte como el cemento.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Escaleras y baches. [10]


-         ¿Has escuchado lo último de Cherrybombs?
-         No he escuchado ni lo primero.
-         No lo tienen, pero dales tiempo. Cuidado.

Su amigo y compañero bajaba las escaleras embalado. Se debe pensar que por ver el siguiente escalón ya sabe dónde va a pisar. Eso es la vida, saber que hay mañana, pero no saber cuando te vas a tropezar. Tropezar.

-         ¿Estás bien? Mira que te he avisado.
-         El escalón ese, que ha desaparecido de repente. No leo lo que puede pasar, y pasa lo que pasa.
-         Quien avisa no es traidor, y te hemos avisado dos. Lo mejor será ir por un camino recto.

Dicho y hecho. Pero no saben que en cualquier camino siempre puede haber un bache. Todo sigue siendo como la vida.

-         Cuidado otra vez.
-         Esta vez lo he visto. Vaya pedrusco. Bueno, ¿qué tal todo?
-         Pues ya sabes, como si de un camino se tratara.
-         Me imagino, déjame decirte. Han ido apareciendo baches, te has tropezado, pero bueno, te has levantado. Y los veías venir.
-         Correcto. ¿Y tú?
-         Pues ya sabes, como si de una escalera se tratase.
-         ¿Buscando el siguiente escalón, como diría Robe? Eso sí, también con sus tropiezos y caídas. Por mucho que te lo pongan delante, siempre caes.
-         Pues por eso, te crees que por verlo no va a pasar nada, te embalas y… la cagas. Lo bueno de los caminos y las escaleras es que siempre puedes retroceder.
-         Y retrocedo, eh. Que vuelvo y sigue en vena.

Personas. Los peores baches o escalones son las personas. La gente es tan impredecible que no sabes en qué parte del camino te va a saltar. Algunas se convierten en retrasos agraciados y otras en molestas impuntualidades.

-         Eh, vosotros dos- dijo de repente una persona-bache.
-         ¿Nosotros?
-         ¿Por qué dices nosotros, si solo has hablado tú?
-         Callaos- y soltó un puñetazo que dio en uno de los chicos, y al otro le pegó un empujón.
-         ¿Y esto a que viene?- dijo el del puñetazo en el ojo, que estaba tirado en el suelo.
-         Pues a que estabais hablando de baches, y os habéis topado con el peor.

El bache se tiró encima del que estaba en el suelo y le empezó a dar puñetazos en la cara. Tenía más sangre en sus nudillos que en el rostro del atacado.

-         ¿Tú habrías hecho lo mismo por mi, no?

Y allí se encontraban, los dos, llenos de sangre, de sudor y de lágrimas y con un cadáver al lado.