Le salpicaban y no le importaba, porque el hombre ya estaba húmedo porque ya nunca es diciembre y casi siempre llueve, como en abril, porque está muy manido tirar de refranes y las aguas mil de ese dichoso mes caían como miles de agujas y por eso entre las agujas y la espuma ya qué le iba a doler... y el abrigo pues protegía pero no como unos brazos, secos, cálidos, cercanos, pero miraba hacia el fondo, hacia el horizonte, donde estarían ahora unos brazos, lejos, fríos, empapados tal vez de la pelea del mar contra todo, tal vez de la lluvia, tal vez de llorar o no sé. "Talasocracia, joder", pensó. Y ojalá. Y respiró y se llenó de salitre y se acercó más al abrupto corte y bajo la punta de sus zapatos color futuro de escritor había rocas húmedas, y cangrejos y mucha, mucha espuma que no era sino el cadáver palideciendo del mar, restos de lenguas y dedos salados que intentan en vano tomar la tierra que poco de tierra tiene ya. Y le vi llorar, bueno, a los dos, al hombre, y al mar, y si alguien comprase lágrimas, aquí sería rico, como en la canción.
Y cerca del mar pocos árboles echan raíces y él no iba a ser menos, y mucho menos un árbol, que eso es otra historia, por que puestos a ser un árbol, a saber qué sitio escogería que no corriese peligro de ser talado, pero bueno, si hay que hacerlo que le conviertan en libros de poesía, sería incluso poético ser el de Walt Whitman, sí, ese, o cualquier otro libro, pero un buen libro, como en la canción. Y vaya estampa más triste, un hombre quieto sin ser mar, sin ser árbol y triste porque a veces pasa más tiempo intentando ser feliz pensando en tu vida sin él que en su vida sin ti, pero porque así nadie es feliz. Y tenía la nariz un poco hinchada, roja, con las venillas marcadas porque a veces bebía y bebía y solo así se olvidaba, y el salitre le escocía como a veces escuece un recuerdo de esos salados que te tira el mar o la vida encima y aprovechaba esa enorme narizota para respirar la brisa marina contaminada sin presencias y esas orejas de hombre mayor para oír que las gaviotas ya pocas veces vienen a ver el mar, que puede que estén todas en Saint-Jean-de-Luz.
Yo lo vi todo porque a veces pues también salgo a pasear, cuando no estoy confinado, pero todo lo que parece bonito y poético en forma de restos de caricias de mar en el abrigo de ese hombre mayor a mí se me antoja melancólico y huele como a mar estancado, que la libertad es simplemente decir que has tenido que decir adiós a alguien. Y no era la primera vez que veía a ese hombre, pero le vi ahí tan quieto que podría ser la última vez si el mar se enamora de él y se lo lleva, porque joder, eso siempre es así, te elige ella a ti, si tú la quieres coger se te caerá entre los dedos, te deja las manos secas, saladas, agrietadas, como un corazón cuando te dejan, se seca y se te cae entre los dedos. Después de la pelea, después de los puñetazos. Yo lo vi todo, y cuando vuelvo de limar las suelas lo escribo, porque al fin y al cabo solo soy eso y aún intento encontrar el estilo, y puede que no lo encuentre nunca, y puede que no escriba más, o que escriba siempre, que sea bueno, que sea malo, no pretendo vivir de ello, pero es como me pasa contigo, tampoco puedo vivir sin esta mierda. Y el mar rugió abruptamente, no soltó toro alguno, no se llevó al hombre, se llevó un poco del alma de todos los que lo han visto, y hasta se llevó a las gaviotas. Y yo lo vi.