Me he visto en el ojo de un cuervo, en su vuelo negro;
al pie de un muro pétreo, en los ladridos de los perros.
Pasando tanto tiempo con ella cogí cariño a esta tristeza;
el hacha olvida, el árbol recuerda, solo una cruz más en la tierra.
Que me llueva cerca del ombligo la tinta que sepulta mis poemas;
se derrumben los dioses prohibidos con su manzana traicionera.
Se está olvidando de salir el día y dar puntadas a la
oscuridad
en la que muere mi algarabía y los rumores nos desterrarán.
Que me traigan su mar, que me traigan su sol;
me cago en su forma de andar y en cómo se marchó.
Que no vuelvan a hurgar y se lleven su olor,
maldigo el lastre al soñar y dejo el insomnio bajando el telón.
Me estoy buscando la vida que la muerte viene sola
en el azul del tuerto que me mira en un horizonte rosa.
Cuando se prenda el arbusto y el calvario quede guarecido
en la penumbra aguardando el susto que me hunda en el abismo.
Que me truene en la cara y me deje en paz el rayo del amor;
y la demora de una tonada sea el despojo de los pasos de los
dos.
Se acobarda tras la nube una luna porque desfila aún la luz
en la que nace la amargura como hierba estremecida en un alud.
Que me traigan su mar, que me traigan su sol;
me cago en su forma de andar y en cómo se marchó.
Que no vuelvan a hurgar y se lleven su olor,
maldigo el lastre al soñar y dejo el insomnio bajando el
telón.