domingo, 26 de abril de 2015

Algo

A qué viene esa sonrisa,
No ves que fuera está lloviendo.
Barritan los grifos de la ducha
Porque ya no ven tu cuerpo.
Se quejan los azulejos del baño,
Cansados de aguantar el espejo
Que ya no muestra tu cara,
Sólo vaho de este invierno.

Este invierno sin prisa
Volviéndose un infierno.
Rugidos del metal de la estufa
Porque ya no calienta tus huesos.
Lloran los hilos de este trapo
Cansados del polvo de un recuerdo
En el que mojan tus babas
Por no inundar el suelo.

Este suelo no se pisa,
No ves que hay un muerto.
Graznidos de una almohada difunta
Porque se ha desangrado de sueños.
Gime el fondo de este plato
Cansado de estar vacío de sustento
Que alimentaba toda mi cara
Con saliva de tus besos.

Estos besos que no se repitan,
No ves que ahora estás lejos.
Ladran dos bocas que no están juntas
Porque no hablan de sentimientos.
Se lamenta la caja de mis ratos olvidados
Cansada de hacer sitio a los “te quiero”
Que me decías con una mirada
Antes de decirme “hasta luego”.


lunes, 13 de abril de 2015

Verde

     Era incómodo dormir en cubierta, pero la brisa me despejaba. Parecía mentira que fuese un hombre de mar, pero lo era. Ese mar que me mareaba me daba la vida. Así que cada noche me subía a dormir allí, entre unos rollos de cuerda, disfrutando de una clara noche. La luna brillaba bastante, pero no llegaba a eclipsar a las estrellas. En conclusión, un conjunto de perlas iluminaban el firmamento, sin una nube que amenazase. Me estaba quedando dormido cuando escuché pasos sobre la madera. Su eco rompió el inmenso silencio de la respiración del agua. Pensé que era raro, al vigía aún no le tocaba rotar su turno. Levanté la cabeza.

     -Te he amado tantísimo, que te sigo amando en el presente, y dudo que este amor se fuese a terminar en el futuro -decía mi capitán, Willem van der Decken. Pero... ¿con quién hablaba?-. Si algo me separase de ti, no sabría de qué mástil colgarme, o en qué mar hundir mi calavera. Te miro y me devuelves la mirada, me colocas a la luna detrás, como si yo fuese el primero en tus oscuros y profundos ojos.

     Estaba asomado por la borda, como poseído. Pensé que se iba a arrojar, así que me fui a levantar cuando noté que algo pasaba. Un nubarrón gris oscuro tapó la luna, y la brisa se volvió glacial, pero el capitán pareció no darse cuenta. Hubo un fogonazo verde, después se mantuvo esa iluminación, tiñendo de verde todo la cubierta, coloreando el silencio, dándole un tono verde al vaho que de repente exhalaba. Confieso que me asusté y me quedé donde estaba, entre cuerdas y aparejos. Otra voz habló, pero no era una voz normal, sino cavernosa, profunda, diabólica.

     -Así que un lobo de mar enamorado de...
     -¡Calla! -espetó van der Decken, como si la presencia de esa voz no le fuese ajena.
     -Sabes... si no se enterase “nuestro amigo”... yo podría hacer que fuese tuya... para siempre.
     -¿Para siempre? ¿A cambio de qué?
     -Para siempre, sin importar las adversidades. A cambio de algo que nunca necesitarás... ¿para qué quieres tu alma?
     -Si no es con el alma, ¿con qué voy a amarla?
     -¡Con esto! -gritó la voz, y la luz se hizo más intensa, tanto que dejé de mirar la escena y me guié por las sombras que se proyectaban en una de las velas. El capitán estaba de rodillas, y otra figura, la dueña de la voz, tenía en su mano... No podía ser. Me giré y contemplé la escena de refilón. La mano dueña de la voz, también era la dueña del corazón del capitán-. Cuídalo bien, guárdalo en este cofre.
     -¿Y mi alma?
     -Esa la guardaré yo... y no solo la tuya... -hubo una pausa. ¿A qué se refería?-, también la de tu tripulación.

     Di un leve grito de asombro, lo justo para que la mano me señalase...

     […]

     No tenía ganas de nada. Simplemente vagaba por la cubierta. En cambio miraba al capitán y sonreía. Nos decía a todos que el mayor tesoro se guardaba en cofres pequeños. Y siempre miraba al mar. Entonces se encerraba en su camarote. Una noche en la que no hacía nada, sólo existir, escuché voces.

     -Te amo tanto, la amo tanto, y mientras esto esté aquí, el amor será para siempre, sin importar tempestades, heladas, insolaciones. Siempre.

     ¿Hablaba solo?

     -Pero esas cosas importan, y estarán presentes.
     -No... nada me podrá separar de ella -decía mi capitán, loco, chiflado, majareta. Se notaba que no tenía alma, la piel cerúlea, los ojos ojerosos y con bolsas, pero sonreía. Y yo no sabía distinguir una sonrisa de loco y una sonrisa de enamorado, aunque tal vez no haya diferencia.
     -Serás castigado por la justicia divina -dijo la otra voz, calmada-. Sin embargo, yo creé a los hombres, y si amáis es por mí, y si hacéis locuras y pactos con el diablo por amor, supongo que puedo reprochármelo. Por tanto, te condeno a amar... para siempre. Nunca te separarás de tu amor... y no sólo tú... tampoco tu tripulación.

     Fue sentencioso. Pero sin alma no pude sentir miedo, ¿o sí?

     Y esto ocurrió hace ya muchos años. Desde entonces hemos vivido lejos de la tierra, junto al amor del capitán. Lejos de todo placer terrenal. Siendo la niebla que cubre el mar como el vestido que cubre al gran amor del capitán. Silenciosos. Me gusta advertir a otros de los horrores que pueden surgir de pasar tanto tiempo aquí. Muchos dicen que el mar es traicionero, pero yo digo que la mar, o te vuelve loco... o te enamora. Y cuando te enamora, sufren todos las consecuencias.


domingo, 5 de abril de 2015

Adoquines

Esta mañana a la luna se le ha olvidado irse
Y está por partirse la puta cara con el sol
Para ver cual de los dos ha de morirse
Al llenar de luz las piedras que serán carbón.

Este trovador que llora, no sé si canta
O sólo rasga las cuerdas de su voz,
Estrujando un corazón por la garganta
Y que suena más alto que un amor.

Que en este barrio la alegría se ha ido a tender
Las sonrisas a la azotea del olvido por si te ve
Pisando los adoquines que veían cómo te elevabas
Cada vez que te besaba haciendo de gallina tu piel.

Las margaritas desnudas se están peleando
Y terminarán llorando por no soñar
Que un golpe primaveral acabe coloreando
De sangre y de cielo las ramitas del azahar.

Nos dijeron que las calles han crecido
Desde que te has ido y no haces llorar
Con tu sucio amar a otros pobres chicos
Que pensaban que el oro salía de tu caminar.

Que en este barrio la tristeza se ha ido a tender
Los llantos a la terraza del recuerdo por si te ve
Pisando los adoquines que veían tus bragas
Cuando llevabas falda y nos hacías crecer.

Que eran sólo piedras en el asfalto
Como personas entre los humanos.
Ríos cruzando la montaña,
Cicatrices en la piel.
Tensión entre las miradas,
Adoquines contra la sien.
Testigos de todas las historias
Que acaban bien para la novia.
Aguantan pisadas y mierda,
Como yo, no lloran ni aunque llueva.