-¿Crees en el destino? -le pregunté
mientras le cogía la mano. El coche aún seguía aparcado.
-¿A qué viene eso?-Mira, es la tercera vez que quedamos a solas, y no ha pasado nada. Y nos conocemos desde hace mucho tiempo. No es la primera vez que estamos a solas. Y tú me gustas.
-Y tú a mí también me gustas -sonrió.
-Entonces, ¿por qué no ha pasado nada? Siempre que podría pasar algo, hay otro algo que evita que pase. Como si el destino no quisiese que pasase nunca. ¿Qué nos impide ahora besarnos?
-No sé...
-No sabes, pero tampoco estamos haciéndolo. ¿Me entiendes? Hay algo dentro de nosotros que sabe que no funcionaría. Como si ya supiésemos que es un fracaso antes de empezar.
-Fracaso es ni si quiera haberlo intentado.
-Hablamos mucho y actuamos poco.
Me giré y me senté de frente. No sabía a dónde íbamos, pero arrancó. Las noches de Madrid eran naranjas, y en este caso, fugaz, porque las farolas pasaban rápido encima de nosotros, cambiando de vez en cuando el color por el verde de un semáforo, como si fuese una señal de adelante. Entonces se ponía en rojo y la miraba. Estaba seria, mirando al frente, como si la conversación la hubiese descolocado. Puso música. Su música que a mí no me gustaba. Como casi no me gustaba nada de ella, sus gustos, sus hobbies, sus manías... No era mi tipo de chica ideal, pero tenía algo, algo que me hacía estar allí sentado con ella.
-¿Ves? Es por esto. ¿Cómo vamos a intentarlo si somos completamente distintos?
-¿Pero quieres intentarlo o quieres quedarte en esa sensación de podría pero no? En parte es fascinante y placentera. Es como ir a besarnos pero sólo olernos los labios. Además... los polos opuestos se atraen.
-Mira, somos polos opuestos en una tierra tan redonda, que casi están más cerca los polos que se repelen.
-¿Entonces qué coño haces aquí? -y frenó. No había nadie más en la carretera, así que dio igual-, ¿eh? ¿qué coño haces aquí? No va a pasar nada, pero bien que quieres que pase.
-¡Y tú también quieres que pase, pero no haces nada! ¡Ninguno hacemos nada! Este es el problema. Eso es lo único que tenemos en común.
Me bajé del coche indignado. El fresco de la noche de septiembre me llenó un poco los pulmones. No se escuchaba nada, ni la música de dentro del coche. Ni a ella sollozando. Mejor. Las farolas ya estaban lejos, y podía ver perfectamente las estrellas. Es curioso, porque no tenía ni puta idea de astronomía, pero aún así, me parecían bonitas e interesantes a su manera. Probablemente no conociese ninguna constelación más allá de la osa mayor, pero mejor, así me las podía inventar y hacer formas nuevas. Se bajó del coche y me miró desde el otro lado.
-Creo que ese destino que no quiere que estemos juntos somos nosotros mismos.
-Claro que lo somos. Somos dos chicos inteligentes. Sabemos lo que hay. ¿Qué pasaría si un día estamos juntos y queremos escuchar música? ¿O ver una peli? ¿Qué pasa si yo quiero quedarme en casa leyendo o escribiendo y tú quieres salir de fiesta? ¿Qué pasa si a uno le apetece follar y al otro hacer el amor? ¿Qué pasaría si descubrimos que no nos aguantamos y perdemos la magia? -y miré a las estrellas pensando que la música no era para tanto si la quieres, las películas tampoco, que yo podría salir de fiesta y ella siempre será escrita, que siempre haríamos el amor después de follar un rato, que la magia siempre ha existido y que por eso estábamos ahí.
-No sé. Sube al coche y lo descubrimos.
HASTA AQUÍ EL FINAL FELIZ. ABAJO LO DE DESPUÉS.
No sabíamos dónde íbamos, pero éramos jóvenes, el verano acababa de terminar y no queríamos volver a la ciudad para estudiar. Así que nos dejamos llevar por las líneas de la carretera. De vez en cuando nos cogíamos de la mano escuchando la mejor música que pudimos encontrar en común, nuestras risas y nuestra respiración. Ella iba tan segura conduciendo que de vez en cuando se giraba para mirarme. En una mirada perdió el volante por ganarme el corazón y nos salimos. Mientras el coche se movía dando una enorme vuelta de campana, pensé “qué típico, ¿no?”, y le agarré la mano fuerte hasta que los faros estallaron y sólo nos quedó la luz de las estrellas. La luna no había salido esa noche. Ni las siguientes.