domingo, 28 de septiembre de 2014

Choque.

     -¿Crees en el destino? -le pregunté mientras le cogía la mano. El coche aún seguía aparcado.
     -¿A qué viene eso?
     -Mira, es la tercera vez que quedamos a solas, y no ha pasado nada. Y nos conocemos desde hace mucho tiempo. No es la primera vez que estamos a solas. Y tú me gustas.
     -Y tú a mí también me gustas -sonrió.
     -Entonces, ¿por qué no ha pasado nada? Siempre que podría pasar algo, hay otro algo que evita que pase. Como si el destino no quisiese que pasase nunca. ¿Qué nos impide ahora besarnos?
     -No sé...
     -No sabes, pero tampoco estamos haciéndolo. ¿Me entiendes? Hay algo dentro de nosotros que sabe que no funcionaría. Como si ya supiésemos que es un fracaso antes de empezar.
     -Fracaso es ni si quiera haberlo intentado.
     -Hablamos mucho y actuamos poco.

     Me giré y me senté de frente. No sabía a dónde íbamos, pero arrancó. Las noches de Madrid eran naranjas, y en este caso, fugaz, porque las farolas pasaban rápido encima de nosotros, cambiando de vez en cuando el color por el verde de un semáforo, como si fuese una señal de adelante. Entonces se ponía en rojo y la miraba. Estaba seria, mirando al frente, como si la conversación la hubiese descolocado. Puso música. Su música que a mí no me gustaba. Como casi no me gustaba nada de ella, sus gustos, sus hobbies, sus manías... No era mi tipo de chica ideal, pero tenía algo, algo que me hacía estar allí sentado con ella.

     -¿Ves? Es por esto. ¿Cómo vamos a intentarlo si somos completamente distintos?
     -¿Pero quieres intentarlo o quieres quedarte en esa sensación de podría pero no? En parte es fascinante y placentera. Es como ir a besarnos pero sólo olernos los labios. Además... los polos opuestos se atraen.
     -Mira, somos polos opuestos en una tierra tan redonda, que casi están más cerca los polos que se repelen.
     -¿Entonces qué coño haces aquí? -y frenó. No había nadie más en la carretera, así que dio igual-, ¿eh? ¿qué coño haces aquí? No va a pasar nada, pero bien que quieres que pase.
     -¡Y tú también quieres que pase, pero no haces nada! ¡Ninguno hacemos nada! Este es el problema. Eso es lo único que tenemos en común.

     Me bajé del coche indignado. El fresco de la noche de septiembre me llenó un poco los pulmones. No se escuchaba nada, ni la música de dentro del coche. Ni a ella sollozando. Mejor. Las farolas ya estaban lejos, y podía ver perfectamente las estrellas. Es curioso, porque no tenía ni puta idea de astronomía, pero aún así, me parecían bonitas e interesantes a su manera. Probablemente no conociese ninguna constelación más allá de la osa mayor, pero mejor, así me las podía inventar y hacer formas nuevas. Se bajó del coche y me miró desde el otro lado.

     -Creo que ese destino que no quiere que estemos juntos somos nosotros mismos.
     -Claro que lo somos. Somos dos chicos inteligentes. Sabemos lo que hay. ¿Qué pasaría si un día estamos juntos y queremos escuchar música? ¿O ver una peli? ¿Qué pasa si yo quiero quedarme en casa leyendo o escribiendo y tú quieres salir de fiesta? ¿Qué pasa si a uno le apetece follar y al otro hacer el amor? ¿Qué pasaría si descubrimos que no nos aguantamos y perdemos la magia? -y miré a las estrellas pensando que la música no era para tanto si la quieres, las películas tampoco, que yo podría salir de fiesta y ella siempre será escrita, que siempre haríamos el amor después de follar un rato, que la magia siempre ha existido y que por eso estábamos ahí.
     -No sé. Sube al coche y lo descubrimos.

     HASTA AQUÍ EL FINAL FELIZ. ABAJO LO DE DESPUÉS.

     No sabíamos dónde íbamos, pero éramos jóvenes, el verano acababa de terminar y no queríamos volver a la ciudad para estudiar. Así que nos dejamos llevar por las líneas de la carretera. De vez en cuando nos cogíamos de la mano escuchando la mejor música que pudimos encontrar en común, nuestras risas y nuestra respiración. Ella iba tan segura conduciendo que de vez en cuando se giraba para mirarme. En una mirada perdió el volante por ganarme el corazón y nos salimos. Mientras el coche se movía dando una enorme vuelta de campana, pensé “qué típico, ¿no?”, y le agarré la mano fuerte hasta que los faros estallaron y sólo nos quedó la luz de las estrellas. La luna no había salido esa noche. Ni las siguientes.


domingo, 21 de septiembre de 2014

Soy

Soy la clara muestra de por qué el agua y la electricidad
No se mezclan. Deja que te enseñe
Por qué no se juntan el agua y el aceite.
Soy el vivo ejemplo de la influencia literaria
En un cerebro. Quédate a mirar
Porqué se llevan mal el azúcar y la sal.

Soy el terrible resultado de horas perdidas
Que pasaron de largo. Deja que te ilustre
Sobre cómo cabeza y corazón discuten.
Soy el número final de un circo decadente
El día de carnaval. El igual de la ecuación
Entre el sexo sucio y hacer el amor.

Soy la prueba viviente de por qué no se debe parar
Una bala con los dientes. Ven a aprender
Qué pasa si sacas del agua a un pez.
Soy lo que queda cuando a un poeta
Le quitas las letras. Haz un estudio
sobre como destruyo todo lo que construyo.

Soy de la promoción que se hace diamante
Si le raspas el carbón. El trozo de piel que sujeta
A otro trozo cuando te cortas las venas.
Soy Jesucristo y no sé caminar por el agua,
Tampoco sé si existo. El demonio con forma de recuerdos
Que hace que llores en tus sueños.



Soy el almirante de mi vida,
Así que ponme hielos
Y disfruta de la caída.
Soy un ángel de la muerte
Que va por el cielo
Tentando a la suerte.

Soy un medio limón,
Ácido y amargo,
Con medio corazón.
Soy una media naranja
Y por eso no encajo
Con mi otra cara.

Soy del club de los imposibles,
De balas perdidas,
Con encanto irresistible.
Soy un gato que ha gastado
Sus siete vidas
Durmiendo por los tejados.

Soy la forma de la luna
Que miras por la ventana
Mientras te haces la dura.
Soy el rayo del sol
Golpeando tu persiana
Para hacerte el amor.

Soy el frío invierno
Que te llena de nieve
Los sentimientos.
Soy el cálido verano
En el que se detienen
Los jóvenes enamorados.

Soy la colorida primavera
Haciéndote flor
Porque estoy como una regadera.
Soy el oscuro otoño
Secando tu rubor
Porque estoy loco.



Soy como un beso en un portal,
Joven, intenso y fugaz.
Soy como un sueño en la cama,
Viviendo en tu almohada hasta mañana.

Soy como un río y nunca miro hacia atrás,
Sigo mi corriente hasta el final.
Soy como tú estás, soy como te sientas,
Soy un poco de Rubén y un poco de Leiva.

Soy de veintitantos pero de Vega,
Yo también espero a febrero con pena.
Soy un tipo elegante, nada interesante,
Viajando en Sidecars cada instante.

Soy el perro verde, el hijo de la Inés
Que no se Marea ni con el mundo al revés.
Soy bohemio, viviendo en una canción,
Oye Andrelo, vamos a poner en venta un corazón.

Soy el punto y final de estos versos,
La saliva amarga de un beso.
Soy un pañuelo blanco de despedida
Y las lágrimas en tus mejillas.



domingo, 14 de septiembre de 2014

Duele.

     Cuando te despiertas un día, no sabes a qué tipo de guerra te vas a enfrentar. Yo al menos no. Ni uno de esos cascos tan duros podría haberme salvado. Tal vez unos cascos para los oídos, para escuchar música y evadirme del problema principal, para no escuchar el silbido de las balas pasando a mi lado y dando a parar contra el pecho o la cabeza de algún compañero. Pero así es esta guerra, puede caer quien menos te lo esperas, da igual que sea guapo, feo, rico, pobre, simpático, borde... todos caemos tarde o temprano. Si algo se llama guerra, no puede salir nada bueno de ahí.

     Salí de mi tienda al campo de batalla, había un sol radiante dándome los buenos días, con sorna, el muy hijo de puta. No había pájaros en el cielo, y era normal. Parecía que las nubes también habían huido asustadas de la inminente revuelta. Hoy no se esperaba batalla, sólo reconocimiento de la zona y rastreo de algún enemigo, si es que lo había. Todo estaba en silencio, de momento. Un silencio incómodo que ponía muy nervioso. Iba con un compañero por la zona norte, como en una especie de avanzadilla. Sólo nosotros dos. Yo era algo más mayor, y sabía que estas cosas no terminan bien, pero él todavía iba con la ilusión de un joven que se enamora por primera vez.

     -¿Ves algo? -me preguntó, iba detrás de mí.
     -Hay bastantes formaciones rocosas que nos permitirían parapetarnos bien. Además estamos en el punto más elevado de la zona, lo que nos puede dar ventaja sobre el enemigo. Acerquémonos más a esas piedras de allí -y señalé hacia un montón de rocas que había a unos 20 metros.

     A medida que nos acercábamos, algo decía en mi interior que todo estaba muy tranquilo, demasiado. Es en esos momentos cuando se te pasan por la cabeza miles de situaciones horrorosas, de esas que sólo conoces porque ya las has vivido antes en una guerra. De esas que están húmedas de lágrimas y manchadas de sangre. Situaciones sordas donde sólo escuchas gritos y bombas. Pero esta guerra era peor, mucho peor que esas. Cuando llegamos a las rocas propuse descansar un poco y beber agua. Sabía a metal de la cantimplora, pero vista la situación, era de lo que menos te podías quejar.

     -¡Mira! -gritó mi compañero señalando algo que se movía a bastante distancia. Parecía el enemigo. Si.
     -¡Mierda! ¡Prepara el arma, corre! -y sonó un disparo. La figura que se movía cayó de golpe, detrás del muro de una casa destruida – Buena puntería. Voy a acercarme a ver, cúbreme.

     Avancé con cautela, nervioso. El sudor me caía por la punta de la nariz, no sabía si del calor o de sentimientos encontrados en mi interior, tales como miedo, emoción, impaciencia. No parecía haber nadie más en la zona. Puede que el enemigo estuviera también de reconocimiento por la zona y no para presentar batalla. Ese era el problema, nosotros siempre estamos preparados y ellos no. Llegué al cuerpo. Sabíamos del enemigo que era inteligente y que en ocasiones había tenido más fuerza que nosotros mismos. Era un adversario digno de admirar, pero ahí estaba, tumbad...

     -¡Mierda! -grité cuando de repente se dio la vuelta. Y luego ya lo de siempre. Un silbido.

     Mientras cerraba los ojos, pude ver como el enemigo se iba, y yo quedaba en un profundo estado de dolor. Evidentemente lloraba, y notaba el pecho húmedo, pegajoso. Siempre saben donde dar. Escuché unos pasos que venían hacia mí. Esperaba que fuese mi compañero.

     -¿Qué cojones...? -y se puso de rodillas a mi lado. Me cogió- Estás sangrando, mierda. ¿Qué ha pasado? ¿Qué tipo de herida es esta?
     -La peor -pude decir yo entrecortadamente-. He...
     -¿He... qué? ¡joder!
     -He visto a la muerte. Es de cera, de cera... pero es hermosa -tosí algo de sangre sobre mi compañero-. Sí, lo es.
     -¡Le has echado un par de cojones!
     -Y su voz... me ha dicho...
     -¿Qué te ha dicho? -preguntó el soldado mientras lloraba, gritaba y se manchaba de mi sangre.
     -Que me quiere como amigo.

     Y me abrazó y lloró por mí, sabiendo que en una batalla de ese calibre no había bala que doliese más que esas palabras y que tantas vidas se habían llevado por delante.

     En realidad no fue para tanto ni tan exagerado, pero la vida es más vida si la dramatizas un poco.