martes, 29 de diciembre de 2015

Dos dedos de cuerpo perfecto

     Hacía más frío que en la mayoría de los corazones de personas que conozco. Pero no era excusa. Me lo había propuesto. Así que me puse el chándal y unas zapatillas viejas y salí a trotar. El cielo estaba nublado, lo que haría que la gente se quedase en casa y tuviese el carril bici para mí solo. Para mí solo y para los miedos que me persiguen. Empecé con energía, pero estaba GORDO. Cada zancada era una tortura, la grasa se revolvía en mi interior con tal de no separarse de mí. Una gota de sudor caliente se enfriaba mientras colgaba de mi nariz. Apenas veía el final del recorrido, pero es que tampoco quería verlo. Ese era mi plan, correr. Correr y dejar atrás los miedos y la grasa.

     Para el segundo día me llevé un iPod. Llovía, así que sobre el chándal me puse una sudadera con capucha. November Rain en mis oídos y la lluvia de enero en mi cara. Otra vez estaba solo con mis pensamientos. En cada cuesta dejaba tabletas de turrón y suculentas y grasientas comidas que han acabado con más de uno durante la Navidad. Lo mejor, con este frío, era llegar a casa y darse una ducha caliente. Así si los miedos me alcanzaban, se podían ir por el desagüe.

     Hacía más calor que en mi corazón si ella al menos me mirase, pero no. nunca se fijaría en mí, soy un puto GORDO. Llevo sólo unos días haciendo ejercicio, no esperaba que se me notase en el físico, aunque sí en el ánimo. Pero estaba igual de gris que el invierno. Me gustaba comer, pero sin duda, ella era mi dulce preferido. Ella, que seguramente no sabe ni como me llamo. Hasta ahora. Me acerqué. Iba impoluto con mis mejores ropas: unos vaqueros ajustados, aunque en realidad todos me quedaban así, no me cabían ni dos dedos por la cintura; y una camisa grande, con más cuadros que un museo.

     –Hola...
     –Hola –se sorprendió.
     –Yo... –y le dije quién era.
     –Encantada –también me dijo su nombre.
     –¿Te apetecería ir un día al cine o a dar una vuelta? –odié cada centímetro grasiento y mórbido de mi cuerpo por ser tan cutre.
     –¡Ah! Bueno... es que apenas nos conocemos, ¿sabes? Lo siento.

     Vi cómo se alejaba. Se juntó con sus amigas y me miraron. Algunas se rieron, y las que no, se creyeron mejores personas por no hacerlo en mi cara. Esa tarde salí a correr. Corrí mucho. Pero no podía escapar de mí, de lo que era. Me duché, y también en la estrecha y angosta ducha seguía siendo yo. Salí, desnudo, y en el espejo estaba yo. Con mi enorme tripa, y la grasa del brazo colgando. Daba absoluto asco. No cené y me acosté. En la cama (que extrañamente soportaba todo mi peso), seguía siendo yo, y me di cuenta de que no todos los monstruos se esconden debajo de ella, sino que comparten almohada contigo. Lloré, como si eso me fuese hacer más guapo o delgado. Eso no.

     Pero sí lo hará levantarme, ir al baño, subir la tapa del retrete y meterme dos dedos en la boca, hasta la campanilla. Eso sí me hará más delgado, puede que más guapo. Así si pude sacar todos los miedos de mi cuerpo.

  

domingo, 6 de diciembre de 2015

Dura como una roca

Se entorpece entre las piedras
buscando una luna llena,
y se para en los matorrales
buscando trozos de corales.

Va persiguiendo un imposible
que es no serme irresistible.
Quién sabe lo que hay en su mente
si no hay risa más inocente.

Me quedo mudo cuando me pregunta
sobre dos palabras que se juntan,
y cómo puedo explicarle
que ella es el motivo por el que lo hacen.

Dice que ella que no sabe de poesía
pero ¿acaso sabe el sol qué es el día?
Dice que tampoco sabe de poetas
pero ¿hablan las ventanas con las puertas?

Dice que no está hecha para sentimientos,
que me lea y sepa que no miento.
Dice que tampoco quiere querer,
que me bese y empiece a aprender.

Dice que sus oídos no buscan palabras
pero no puedo dejármelas en la garganta.
Dice que tampoco le saque los colores
pero ¿qué es la primavera sin las flores?


martes, 1 de diciembre de 2015

Violencia

     Entré en la comisaría con el ojo morado y sangre cayendo por mi cara, manchando mi ropa. Unos cuantos policías se levantaron para ayudarme. Me sentaron y me preguntaron qué me había pasado. ¿Qué me había pasado? Aún estaba asimilando el hecho de que una persona a la que has entregado tu vida te paga así. Ojalá el alma doliese menos que los golpes.

     –Quiero denunciar a mi pareja –dije al policía que sentó delante de mí.
     –¿Esto se lo ha hecho su pareja? –se sorprendió.
     –Sí, pasa a menudo.
     –Está bien, ¿qué pasó? Cuénteme.
     –No confía en mí. Hoy he llegado tarde del trabajo y quería saber por qué, quería leer mis mensajes, me quería quitar el móvil. Pero eso no es nada nuevo. Entonces me empezó a gritar. Reconozco que yo también levanté la voz. Me degradó. Me dijo que como no valía ni como ser humano, que era una cosa inútil y que estaba conmigo por pena, que nadie podría quererme, ni siquiera mi familia ni mis amigos, que ojalá me muriese –empecé a llorar.
     –Tenga, tenga –y me alcanzó una caja de pañuelos. Vi que otros policías se habían acercado a escuchar la historia–. ¿Y cómo hemos llegado a los golpes?
     –En plena discusión me empujó contra la pared. Yo le devolví el empujón y cayó al suelo. Me di la vuelta e hice ademán de irme, pero me tiró un cenicero. Me dio en la espalda. Yo levanté la mano, pero me vi incapaz de asestar un golpe, supongo que en el fondo, en mi fondo, hay amor aún. Luego mi pareja cogió una lampará y me tiró en la cabeza, de ahí la brecha. Yo tenía ya la cara llena de sangre, y escuchaba sus insultos, me llamaba gilipollas, imbécil, se cagaba en mi puta madre, me lanzaba golpes y puñetazos, uno de ellos me dio en el ojo. Me entró un ataque de furia y le devolví el puñetazo. Hubo tirones de pelo, arañazos, destrozamos una habitación entera, algunos vecinos ya estaban saliendo de sus casas. Le di con un espejo en la cabeza. No sé lo que pasó después con mi pareja, yo salí corriendo y vine hacia aquí.
     –Supongo que querrá poner la denuncia, ¿no?

     Dudé. Denunciar al amor de mi vida no era mi idea de felicidad, pero tampoco lo son los insultos, los golpes, las vejaciones... ¿Quién me garantizaría que todo iría a mejor después de la denuncia? Si no me han sabido querer bien ahora, ¿podrán hacerlo en el futuro? Volví a llorar. Tenía que salir de allí, denunciar sería lo mejor.

     –Sí, quiero denunciar.
     –Perfecto –cogió unos papeles–. Necesito sus datos, ¿Nombre y apellidos?
     –Jesús Palma Ortiz.
     –¿Los de su pareja?
     –Eva Rivera López.