martes, 9 de abril de 2024

Las mañanas ciegas de Dios

Vengo por un camino sin contar las horas;

están pasando a solas, el tiempo es mi enemigo.

Se para si te giras y empieza si te quedas,

lo ataremos con cadenas en sus cunetas vacías.

Si vivir es un salto de fe, no tengo fe ni motivos,

pondremos alas a lo prohibido que nos enseñó a querer.

Soy el último alarife y por eso no me ayuda Dios

con su murga y su sopor al leer todo lo que no te dije.


Brotaré donde los demonios te muerdan

al ver lo mal que se me da ser sin ti;

sé que tú no quieres llegar al final de esta senda

despojada de los años que pintaste de gris.

Sangraré con cada rueca sin agujas

que no tienen hilo rojo para tejer;

si el destino se fue a llorar bajo la lluvia

dime si alguien lo podrá ver.


Vengo por la vereda perdido en un andurrial,

sin encontrar tu mar y a la sombra de tus caderas.

Me hallo si te vuelves, permanezco sin tu ausencia

y este arraigo y su apetencia son mis brazos para que te quedes.

Si la vida son dos días, que el nuestro sea domingo,

le rezaré a tu ombligo que me enseñó la flor y su caricia.

Y por esta blasfemia no me ayudará Dios

con su espina y su perdón mientras nuestras almas se besan.


Y tus ojos y la cruz,

este blanco que tranco

hasta ser un ataúd

que sabe que se me va la vida

sin saber que me destrozas

cada vez que me miras,

cada vez que me rozas.

Ven,

que te voy a decir que me voy.

Ten,

en tu pecho dejo todo lo que soy.


Que no se te olvide brillar que yo solo fui la sombra

de las noches sin hogar, de los fuegos que te adornan.

Si las raíces se olvidan de abrazar esta tierra que te tiene

tendré que robar la sal de los planetas que te despeinen.

Que no se te olvide pensar que una vez estuve aquí

con los días de locura boreal, con las nubes y su figura de marfil.

Si los ríos se olvidan de desvivirse hacia tu espalda y su ponto

tendré que hacer por desvestirte antes de que lo haga otro.


Manaré todas las mañanas ciegas de Dios

en las que perdí la esparraguera;

si el morado se ha guarecido detrás del telón

beberemos hasta que yo tampoco te vea.

Robaré todas las flores del Edén

que huelan como tu cuello;

si sus colores envidian cada trazo de tu piel

las pintaré sin mirarte y se secarán al viento.


Y tu boca y su fuente,

estas aguas huérfanas de barcas

serán el lar de mi muerte

que sabe que mi vida se aleja

sabiendo que me rompes

cada vez que no me besas,

cada vez que te me escondes.

Ven,

que te quiero decir que me voy.

Ten,

en tus ojos viviré ayer, mañana y hoy.


Que no se te olvide bailar que las canciones son por ti,

son dos versos sin rimar, una melodía de ambrosía y carmín.

Si las baldosas se olvidan de vestir el arte de tu cuerpo

tendré que buscar otro existir al que cabalgar despierto.

Que no se te olvide pensar que una vez estuve aquí

y no he dejado de soñar aunque no pueda dormir.

Si los malos momentos son cualquier hora

que se me lleve el viento hasta donde estés sola;

que me secuestre el tiempo hasta donde lloras

para abrazarte, pues es todo lo que te doy

antes de decirte “ven, que te quiero decir que me voy”.