miércoles, 30 de abril de 2014

La chica del pelo morado.

    Entré en el bar, rezando por lo que pudiese encontrarme a esas horas en un sitio así. Yo no solía ir mucho de bares, apenas bebía, pero un día es un día. Estaba casi vacío, sería por las cucarachas, o por el ambiente cargado y lúgubre que había. Un tipo gordo bebía cerveza en una mesa, al fondo, mientras escuchaba la música que sonaba, algo con violines. Una chica estaba sentada en un taburete, en la barra. Tenía el pelo morado. ¿Y si...? Nah, no debía hacerlo, pero ya era tarde, me estaba sentando a su lado.

     -Hola -dije.
     -No me traigas flores, que ya tengo las espinas -contestó mientras bebía de su copa. No sé qué era, era marrón oscuro, pero seguro que Coca-cola no.

     Pedí una cerveza sin alcohol al camarero, que me miró como si le hubiese hecho gracia mi pedido. La chica del pelo morado también se giró y esbozó media sonrisa.

     -¿Un tiarrón como tú bebe cerveza sin? -preguntó sin quitar la media sonrisa que le hacía estar reluciente, pese a la poca luz que había.
     -Pues... ya ves... una noche loca -y sonreí tímidamente -¿Tú qué bebes?
     -Algo suave, ron con cola. Con este ya van dos.

     Como no supe qué decir, me quedé callado, esperando mi cerveza. La chica volvió otra vez a su mundo. Algo me decía que la media sonrisa le había debilitado. Me acomodé en el taburete al tiempo que me traían la cerveza. Bebí. Su sabor era desagradable, pero refrescante al mismo tiempo. Bebí otro sorbo, y así hasta que al cuarto me gustó. Me enamoré de una rubia en una noche. No sabía si la iba a volver a ver.

     -Venga, la próxima con alcohol -dijo la chica.
     -¿Cómo te llamas? -pregunté para cambiar de tema.
     -¿A quién le importa? Y antes de que puedas decir que a ti, te aviso de que a mi tu nombre no me interesa. Charlemos, y nada más. ¿Qué hace un chico como tú en un sitio como este?
     -De despedida. ¿Y tú?
     -Mi amigo ha muerto hace poco, y mi abuelo está detenido por pajillero. Así es la vida. No digo que esté bebiendo por eso, bebo porque me gusta y no tengo nada mejor que hacer.
     -Vaya, lo siento. Mi tío se mató en Navidad, se cayó de un andamio, y mi hermano es un hombre de ciencia, trabaja en un hospital, ve muchas desgracias y me las cuenta. Si no bebe él después de todo lo que ve... no sé qué hago aquí. Pareces buena chica, no deberías destrozar tu belleza bebiendo, aunque con el color de tu pelo has perdido toda la naturalidad y...
     -Si te beso... ¿dejas de darme la chapa?

     Pidió el tercer ron, yo acababa de terminar mi primera cerveza sin y ella me pidió una con alcohol. No me besó, pero seguimos hablando de cosas sin importancia, como política, y de cosas importantes, como la fe. Me invitó a ir a su piso. Una noche es una noche, y yo me había tomado otra más con alcohol.

     -Hay una cosa que debes saber -dije en cuanto me besó, en su sofá, rodeado de esos cuadros con rockeros salvajes -, soy virgen.
     -¿Virgen? ¿Cuántos años tienes? Bueno, da igual, voy lo suficientemente borracha como para que me importe. Intentaré ser delicada. Fóllame y vive, córrete y muere, el cielo o el infierno no dependen de ello.
     -O sí.

     Lo hice. Vi por primera vez el cuerpo desnudo de una mujer. Lo toqué, y no sé si todos eran así, pero el de la chica del pelo morado era un cuerpo suave y cálido. Como era mi primera vez, quise besarla por todo el cuerpo. Me introduje dentro de ella, creando una unión mística, encontrando el refugio y la verdad que siempre estuve buscando. Encontré seguridad de hiel. Iluminamos la habitación con gemidos, sudamos nuestros pecados para introducir otros. Me mordió. Me arañó. Me tiró del pelo, y yo sólo podía abrazarla fuerte para seguir dentro de ella. Quise repetir. Quise beber cerveza. Ojalá la cerveza fuese morada. Su pelo parecía líquido violeta esparcido sobre la almohada, me quise bañar. Lo olí, la besé y dormimos. No supe su nombre nunca. Desperté, dejé una nota y me fui.

 …

     Ella se levantó. El lado de la cama donde había dormido él estaba frío ya. Mejor. Consiguió lo que quería. Aunque fue especial, y repetirlo no habría estado mal, nunca se sabe cuando va a aparecer el indicado. Vio una nota en la mesa.

      “Querida chica del pelo morado, gracias. Dije que estaba de despedida, y lo estaba. Estaba dejando atrás una parte de mi vida para ir a encontrarme con otra nueva. No me hace falta saber tu nombre para saber que nunca te olvidaré, y que gracias a ti recordaré siempre que la pérdida de la inocencia es un viaje que nunca termina y que no tiene retorno, pero de momento, en el siguiente andén yo me bajo. Espero que todo te vaya bien en la vida, Dios y yo velaremos por ti, igual que tu amigo. Perdón por haberme ido tan pronto, pero me ordeno sacerdote a las 11:00. Con cariño, X”



domingo, 13 de abril de 2014

Personas.

Nada de lo que todo y todo de lo que nada,
Me agarra y se retuerce, es pasado y presente,
Una soledad que todo lo abarca
Desde la nuca hasta mis ojos intermitentes

Todo de lo que nada y nada de lo que todo,
El mundo se queja y gira más despacio
Y nos habla con sus polos llorosos
Yo le entiendo a través de los abrazos

Y de verdad, si estuviese en mi mano
Seríamos más humanos y menos personas,
Queriendo sin demora y errando
Sobre las cosas que menos importan

Nada de lo que todo y todo de lo que nada,
A veces pasa lo que pasa y ya está
Y si no pasa, sigue hasta que se acaba
Y que siga, que si es necesario volverá

Todo de lo que nada y nada de lo que todo
Civilizaciones perdidas que están esperando
A que las busquemos con otros ojos
Y destruyamos lo que nos está matando

Y de verdad, si estuviese en mi mano
Seríamos más humanos y menos personas,
Queriendo sin demora y errando
Sobre las cosas que menos importan

Todo de lo que asusta y nada de lo que da miedo
Nada de lo que me gusta y todo de lo que tengo
Sobran las chustas que raspan de tu veneno
Y me faltan todas las cosas que yo quiero

Y de verdad, si estuviese en mi mano
Serías menos puta y más persona
Pero es tarde, y la verdad desagradable asoma,
Envejece, muere, que ésta ya no es tu obra.


jueves, 3 de abril de 2014

Historia de un amor obsesivo compulsivo.

     Nunca cojo un taxi cuya matrícula acabe en número par, y ese día no iba a ser menos. Así que me fui a la acera izquierda, siempre la izquierda, y esperé a ver si aparecía alguno que cumpliese esa condición. Tuvieron que pasar tres coches hasta que apareció uno perfecto, acababa en siete. Lo cogí y fui a trabajar. Llegaba cinco minutos antes, como siempre, como me gusta, como necesito. Lo que pasó a continuación rompió mi meticulosa y cuidada rutina. Se me acercó el jefe y me presentó a la nueva becaria. Iba a trabajar conmigo. Se llamaba Diana, y tenía un diente torcido. No me podía gustar si tenía un diente torcido, pero lo hizo. Le di la mano, me sudaba. Empezaba bien. Pareció no darse cuenta, y yo estaba deseando ir al baño a lavarme la mano que ella había tocado, podía notar los gérmenes penetrando en mi piel.

     -¿Me disculpáis? -pregunté cuando ya casi me estaba yendo.

     Me lavé las manos dos veces, siempre hay que asegurar. Me peiné las cejas y me quité una pestaña que tenía en la mejilla. Mi camisa estaba perfectamente lisa. Cuando volví, Diana ya estaba en su puesto de trabajo, trabajando con su diente torcido y su cabello castaño cayendo como una cascada de chocolate sobre su blusa blanca. Como era el primer día y no conocería a nadie, le dije que si quería comer conmigo y así nos conocíamos, ya que íbamos a ser compañeros. Se lo pedí por lo menos cuatro veces, aunque ella había aceptado a la primera, pero siempre hay que asegurarse. Antes de comer fui al baño a retocarme el pelo y las cejas. La comida fue bien.

     Fue tan bien, que ya han pasado cinco meses y estamos saliendo. Ella ya se ha acostumbrado a mis pequeñas manías. Recuerdo cuando subió a mi casa. Abrí y cerré la puerta tres veces para asegurarme, ella mientras daba la luz del portal para no quedarnos a oscuras. Encendí y apagué las luces de toda la casa tres veces también. Las persianas estaban casi bajadas del todo, dejaba sólo diez centímetros entre ella y el marco de la ventana. No es que lo calcule con una regla, es que ya lo tengo calculado e hice una señal con lápiz, por si un día tengo que borrarla y hacerla otra vez. El caso es que allí estaba, le ofrecí una bebida mientras ella se divertía con todo mi orden y perfeccionismo. Fue difícil hacerlo. Mientras observaba su cuerpo desnudo, e imagino que ella el mío, estaba preocupándome por tonterías. ¿había cerrado bien la puerta? ¿funcionaban bien todas las bombillas? Pero allí estaba, ese sexo tan perfecto y bonito. Me costó no ponerme meticuloso con desordenar mucho la cama, pero una noche es una noche.

     Y esa noche debió estar tan bien que repitió unas cuantas. Ya han pasado un año y dos meses, y estamos viviendo juntos.

     -¿Sabes? Creo que tu casa debe ser el lugar más seguro del mundo.
     -Las cerraduras no son una broma, cariño. Hay que engrasarlas al menos dos veces al mes -contesté, no sé si medio enserio o medio en broma, o las dos.

     Por ella ya casi no me preocupaban muchas manías, pero había adquirido otras nuevas. Debía observarla cada mañana al menos cinco minutos, mientras dormía y el sol clareaba su pelo. Si no hacia eso, algo me faltaba el resto del día. Como ella encontró otro trabajo mejor que el de becaria, nos despedíamos antes de ir a trabajar. Le daba doce besos por lo menos, y veinte si el día estaba nublado o tenía que hacer horas extra. El amor también son pequeñas manías. Pero mis pequeñas manías lo hacían tan grande... Me gustaba hacerla feliz. El sexo ya no fue tan preocupante como al principio, aprendí a apartar todas las cosas de mi cabeza y centrarme en ella, en la miel, en sus pelos despeinados sobre mi mano, sobre nuestra almohada blanca.

     -¿Eres feliz conmigo? -pregunté un día, mientras estábamos desnudos en la cama.
     -Tanto como para encender y apagar todas las luces de la ciudad, tres veces.



     ATENCIÓN: AQUÍ ACABA EL FINAL FELIZ. SI QUIERES QUE LA HISTORIA TERMINE BIEN Y TE PAREZCA BONITA, NO SIGAS. EN CAMBIO, SI TE HA PARECIDO CORTO Y QUIERES CONTINUAR CON LA HISTORIA HACIA UN FINAL NO TAN BUENO, SIGUE LEYENDO.


     Pero debe ser que se cansó de las luces, de los besos, y aprendió a mentirme. Un día me dijo que no podía más, que le cansaba esperar taxis a lo tonto por un estúpido número, que le dolía la cabeza con tanto encender y apagar las luces. Así que nos llegamos ni a los tres años y ya había desaparecido, y yo sigo buscándola para decirle adiós, para decirle que después de tocarla ya no me lavaba las manos, para decirle que los días de lluvia me faltan besos, para decirle que por las noches ya no enciendo ni apago las luces, sino que se quedan encendidas; que dejo las persianas más subidas; que dejo la puerta abierta, que hago todo eso por si quiere volver, que sea todo más fácil.