domingo, 18 de mayo de 2014

Soñaba con ser bailarina.

     Ya tenía un hermoso pelo negro azabache, con unos rizos negros tan ensortijados que nunca dejaban que sus sueños se escapasen por la cabeza, aunque si tal vez por los oídos. O la nariz. Pero aún así, se ponía una larga y radiante peluca rubia. Le costaba mucho, tenía que aplastarse mucho el pelo y sujetárselo con muchas pinzas y horquillas. No pasaba nada, la melena rubia le quedaba estupendamente. Más larga que su pelo negro, así cuando bailaba, olas doradas salían desprendidas de su cabeza.

     Las arrugas de la cara, cuestión de la edad, se tapaban fácilmente con algo de maquillaje. Sus cejas estaban perfectamente depiladas, no muy finas, pero lo justo como para ser elegantes. Dos rayas negras que sujetaban su frente, tristes. Tristes como los ojos marrones. Si destacaban era por las largas pestañas que había sobre ellos. Exceso de rímel y raya del ojo, negra, alargada hacia el final. Así disimulaba también las patas de gallo. Para adornar su rostro de bailarina de porcelana, unos labios rojos vestían su sonrisa melancólica, que echaba de menos besar escenarios que nunca pisó. Escenarios que le recordaban a una infancia distante, lejana, como los enfados y los golpes de su padre cuando decía que quería ser bailarina. Si seguía pensando en eso se iba a poner a llorar y se iba a ir a la mierda el rímel, así que se puso de pie y empezó a vestirse.

     No intentaba engañar a nadie, llevaba relleno en el sujetador y se sabía. A ese tal nadie no parecía importarle si el espectáculo era bueno. Abrió el armario del camerino y buscó, entre tanta ropa elegante que había traído, una funda de color beige. Dentro había un vestido corto de seda, ajustado. Era rojo, a juego con los labios. A juego con la pasión que quería poner bailando. Era su debut. Era mayor, pero nunca es tarde para que los sueños se hiciesen realidad. El vestido era suave, y se acomodó a su cuerpo perfectamente. Le daba la ligereza y la confianza que necesitaba. Sus piernas, bastante fuertes, se estilizaron bajo ese infierno de cuerpo, que se sostenía, a duras penas, sobre unos tacones cortos y gruesos. Tal vez no fuera a bailar ballet, pero iba a moverse, iba a deslumbrar.

     Llamaron a la puerta, dos veces, y le dijeron que en cinco minutos salía. Los dos golpes de la puerta le recordaron a los golpes que daba su padre cuando quería romper sus sueños. Tenía una copa de vodka con 7up en el tocador. No quedaba mucho hielo, pero estaba lo suficientemente frío como para congelar esos recuerdos y que no pasasen de ahí. Bebió y se enfrió el corazón. Se quemó la garganta. Se puso de pie y se miró al espejo.

     “Mira, papá, lo he hecho, soy bailarina”. Una lágrima se le escapó y se le corrió el rímel. Y a esa lágrima le siguió otra, hasta que su cara quedó cruzada como por dos ríos de petróleo. Siguió bebiendo hasta que hubo más pintalabios en el vaso que en su boca. Y volvían a llamar a la puerta para que saliese a actuar. “Mira papá, mira lo que va a hacer el maricón de tu hijo”. Se bebió lo que le quedaba de un trago, se arregló el maquillaje en un par de minutos y Arturo salió a comerse el escenario de ese garito de ese barrio de Madrid, y demostró que los sueños se pueden cumplir en cualquier lugar y en cualquier momento. 


lunes, 5 de mayo de 2014

Me gusta.

Me gusta colocarte el pelo detrás de las orejas.
Acercarme lento y susurrarte cosas feas.
Me gusta el aleteo de tu nariz oliendo mi cuello,
y que eso signifique que presagias un infierno.
Me gusta mucho, de hecho, me encanta besarte.
Cosas que nunca nos falten, cosas que no tenemos.

Me gusta repasarte las cejas con mis dedos,
dibujar su silueta, en otoño color del suelo.
Me gusta cuando te enfadas y frunces el ceño,
y que eso signifique que hoy me quedo sin cielo.
Me gusta mucho, de hecho, me encanta besarte.
Hoy sabes a martes, hoy sabe tu cuerpo.

Me gusta pensar en lo que puede ser y no es,
no me gusta pensar que sabemos el porqué.
Me gustaría pensar que nunca va a ser tarde
hasta que lo sea y tenga que marcharme.

Me gustan tus mejillas rojas de vergüenza,
colorean la flor del almendro en primavera.
Me gusta cuando mueves la punta de la nariz
y que eso signifique que te ríes de mí.
Me gusta mucho, de hecho, me encanta besarte.
Cosas que puedo darte, cosas que nunca tengo.

Me gustan tus dientes cuando muerden mis labios.
Me da igual que sangren si los has probado.
Me gusta que tus brazos encajen con los míos,
y que eso signifique que no muramos de frío.
Me gusta mucho, de hecho, me encanta besarte.
Hoy quiero matarte, hoy te quiero menos.

Me gusta pensar en lo que puede ser y no es,
no me gusta pensar que sabemos el porqué.
Me gustaría pensar que nunca va a ser tarde
hasta que lo sea y tengas que echarme.

Me gusta que te acerques, cogerte la cintura,
levantarte del suelo y llevarte a la locura.
Me gusta cuando te pones de puntillas
y que eso signifique que eres mi pequeña vida.
Me gusta mucho, de hecho, me encanta besarte.
Cosas que quiero decirte y hoy no me salen.

Me gusta pensar en lo que puede ser y no es,
no me gusta pensar que sabemos el porqué.
Me gustaría pensar que nunca va a ser tarde
hasta que lo sea y tenga que odiarme.