domingo, 28 de febrero de 2016

A qué se dedican

Es el pozo de tu piel, insondable;
el camino de tus pies, intransitable.
Qué podrían decir de tu aire las aves,
si tu respiración sabe a lo que no sabes.
A qué se dedican los poetas que ya no dicen
lo de deben decir pero no escriben.

Es la fuerza de tu boca, inquebrantable;
tu cara hecha de rosas, insoportable.
Qué podrían cantar de voz los cantantes,
si tus palabras tan pronto entran como salen.
A qué se dedican los poetas que ya no escriben
las palabras que quieren decir pero no sirven.

A qué se dedican los poetas si ya no existe
la poesía que hable de amantes que se desvisten.
Versos como los de antes que hablaban de un corazón
que busca una casita nueva para vivir sin su dolor.

A qué se dedican los poetas si no son como los de antes,
que te escriben que son libres, que también son navegantes.
Versos con el amor por bandera con dos huesos cruzados,
llorando una calavera sobre un sueño morado.

Tengo muchas servilletas llenas de garabatos,
de cuando tus tetas me quitaban los quebrantos.
Miles de hojas rotas con versos inacabados,
a qué me dedico ahora que no soy poeta ni enamorado.

Ríos secos de palabras que no fluyen como antaño,
cuando el lazo de tus bragas se deshacía bailando.
Una espalda que tiene tinta en lugar de arañazos,
a qué dedico mi vida si no soy poeta ni enamorado.

A qué se dedican los poetas si ya no existes,
no te escriben poemas de cómo te desvistes.
A qué se dedican los poetas si no eres como antes,
cuando antes de ser libre, éramos dos amantes.
Versos con el amor por bandera con nuestros cuerpos cruzados,
follando dos calaveras sobre tu cuarto morado.


lunes, 8 de febrero de 2016

D de...

     Hay dos tipos de noches, las que son contigo y las que paso solo, y el resto me da igual. No me importa si fuera llueve, si hace viento, si hace frío, si hace calor o si se está acabando el mundo. Me importa lo que tengo al lado. Aproveché que me había desvelado y que la persiana estaba algo subida para ver si estabas ahí, pero no, la luz de la farola no coloreaba de naranja tu espalda. Me levanté a mear, pasé por la cocina, abrí la nevera, no tomé nada y volví a la cama. No quise mirar el reloj para no activar ese mecanismo universal que hace que en cuanto mires la hora de madrugada, amanece, y estaba hasta los cojones de los amaneceres sin ti. Intenté dormir, pero sólo di vueltas en la cama. No pude más y me levanté. Miré la hora a propósito y sí, quedaban unos veinte minutos para que empezase a salir el sol.

     Como todos los días, no tenía nada que hacer. Dejé la cafetera trabajando mientras me daba una ducha. No sé cuánto tiempo estuve allí. Hay dos tipos de duchas, las que son contigo y las que sirven para pensar. Salí y me dolía la cabeza. Odiaba la televisión a esas horas, las noticias no cuentan cosas importantes porque aún no ha pasado nada. Me senté delante del ordenador dispuesto a que el amanecer fuese mi hora inspiradora para escribir. Puse la taza de café a mi izquierda, en ella se podía leer “Si echo humo, estoy trabajando”. El humo me recordó a ti, no sé por qué, porque tú no te evaporas. Pero podía empezar a escribir por ahí. El humo me recordó a ti, y digo recordó porque es lo que queda después del incendio que fuiste.

     No le veía futuro. Seguí embobado mirando el humo. Miré el teléfono. Aún tenía tu número guardado, y era en mañanas como esas en las que me apetecía llamarte, pensando en que podían pasar dos cosas, que me dijesen que te habías muerto o que me dijeses que estabas bien. No sabía cuál era la mejor opción. Di vueltas por mi cabeza intentando descubrirlo y te llamé. En cuanto dio señal colgué, acojonado. Mierda. Ahora verías la llamada, y la devolverás. Tiré el móvil en un cajón. Lo mejor sería explicarte todo a la cara. Me vestí y salí de casa. Dejé el café entero, echando humo.

     Seguía siendo pronto. Llegué a tu puerta y llamé. Podrías estar durmiendo, abrirme y cagarte en mis muertos, o podrías estar preparándote para irte a trabajar, y te cagarías en mis muertos igual. Sea como fuere, no acababa bien para mí. Abriste la puerta.

     –¿Qué hay para desayunar?
     –Me cago en tus muertos, gilipollas.

     Estaba más pálida de lo habitual, sus ojeras eran encantadoras y el camisón blanco era horrendo. Noté su aliento apestoso y el pelo tenía tantos nudos como tuve yo en la garganta cada vez que me decía “Te quiero”. Me la hubiese tirado ahí mismo, en la puerta de su casa, si no me la hubiese cerrado en las narices. Volví a llamar y abrió la puerta para dejarme entrar, pero no dijo nada. Tal vez el frío y la lluvia de fuera tuvieran algo que ver.

     –¿Qué quieres?
     –¿Querer? ¿Es que dos personas que han compartido tanto no pueden seguir en contacto después de que se termine lo que tanto han compartido? ¿Firmamos algo así?
     –Por desgracia, no.
     –¿Echas de menos algo? –pregunté mientras me dejaba caer sobre su sofá.
     –Pues sí, lo tranquila que estaba hace cinco minutos.
     –Sé un modo para que te relajes.
     –¿Es lo único que echas tú de menos?
     –Lo echo todo de menos. Todo contigo era como el sexo, menos el sexo, eso era amor. Y ahora es cuando me doy cuenta de que lo que era como el sexo, también era amor. O sea, que no tuvimos sexo, porque desde el primer momento contigo ya supe que todo iba a ser amor.
     –Y lo que tenías con las demás, ¿qué era?
     –Un tremendo desamor.

     Me levanté y fui hacia ella, que estaba callada.

     –¿Aún me quieres? –le pregunté cogiendo su cara.
     –Sí. Vete.

     No me tomé ni un café caliente.    


martes, 2 de febrero de 2016

Escribir(te) [Verso]

Cuántos telares vas a coser sin saber
que me estás esperando, mirando las cortinas.
Átate el peplo, cúbrete el pecho, si me ves volver,
que tengo tu imagen en mí como una ninfa.

El tiempo ya nos ha dejado ciegos
y no sé qué le pasa a mi voz.
Quiere llamarte y sólo me sale fuego,
pero es lo único que le arranco al corazón.

No sé a qué juegan los dioses con las estrellas,
mira cómo están clavadas en el cielo.
Parece que las han puesto sin fuerzas,
como yo al escribirte después de un tiempo.

Cuántos laberintos vas a correr sin temer
que el monstruo del que huyes es tu recuerdo.
Corta el hilo, corta la vida, empieza a creer
que puedes volar y ser un sol en el firmamento.

El mar ya te ha pegado el azul,
sólo hay que ver tu mirada.
Quiero remar en tus ojos, pero tú
pestañeas y me llevas a las rocas de tu cara.

No sé a qué juegan los cíclopes con las ovejas,
mira cómo están paciendo en el campo.
Parece que las empujan con fuerza,
como yo al escribirte palabras después de tanto.



Escribirte es respirar en el desierto,
me siento caliente y seco.
Escribirte es nadar en un pantano,
tengo miedo, sólo hay vacío abajo.
Escribirte es hablar dormido,
no soy consciente, no es bonito.
Escribirte es arrepentirse de lo escrito,
que dije que no volvía, que era un río.

Escribirte es más libertad que un beso,
mata de envidia a la primavera,
avergüenza a las ramas por enredar tu pelo,
clama por la paz de tus piernas.
Escribirte es volar en tu pecho,
tener vértigo en tus caderas,
asesina a los que ya lo han hecho
y no han respetado mis señas.
Escribirte es salvaje como un lecho,
alumbra y oscurece la selva.
Grita que hay más palabras que tengo
y que ojalá todas fuesen poemas.



Voy a escribirte como punto de partida
sabiendo que el punto final es el fin del mundo,
y que si no vivo escribiéndote el resto de mi vida,
no me merece la pena escribirte ni un segundo.

Voy a escribirte como quien respira
sabiendo que me sale sin querer,
y que si no lo hiciese me arrepentiría
como el cartero que no llama una segunda vez.



Escribirte es un grito desesperado
que me mata si no viste a los cuatro vientos.
Es coser todos los pedazos
de las bragas que le dedicaste al suelo.
Es morirme si no no lo hago
y la tormenta será la paz del infierno.
Es llorar hacia tus brazos
que bucean al aire sorteando el vuelo.



Cuántas rocas no vas a dejar de subir,
no ves que el barril no se llena.
Es lo mismo que estar esperándote venir
después de cómo terminó nuestra odisea.

No sé a qué juegan los reyes con la guerra,
mira cómo se llenan los cetros de sangre.
Parece que la causa, como siempre, es la belleza,
como yo al escribirte después de tantas tardes.