Ay, cómo canta el río como lo hace la sangre
debajo de su piel. Estas orillas de jacintos
lavan cristales que suenan a vals vienés.
Hasta en tu hombro llorará la muerte
porque eres consuelo y atardeceres.
Ay, cómo baja de la montaña blanca la nieve
como en su cuerpo. Estos panderos de madrugada
cada vez que vuelves, ese martillo en mi pecho.
Hasta la casa es un laberinto
sin tus fotografías en los pasillos.
Y me pregunta la soledad lastimosa de dónde vengo;
a ti qué se te importa, si del bronce o del veneno.
Y mi desamparo al ver arder los romances nunca escritos
no puede con tanto querer que cuelga en un junco torcido.
Ay, cómo trotan caballos como lo hacen los dedos
por su espalda. De estas rosas me quedo con el tallo
que ya está el campo yermo por mucho que esté llorada.
Hasta en tu pelo se esconde el sol
porque eres un mundo de lluvia y marrón.
Ay, cómo vuelve la primavera en tus prados
como en tu figura. Esta risa que nunca llega
es un cisne sin el canto, es la noche sin la luna.
Hasta la casa está en ruinas
sin tus manos para zurcirla.
Y me pregunta la soledad lastimosa de dónde vengo;
a ti qué se te importa, si a veces gano y a veces pierdo.
Y mi melancolía al ver romper los romances nunca escritos
no puede con tanto doler que se muere cuando estoy dormido.
Y me vuelve a preguntar la soledad lastimosa
si llevas en tus muslos campos de amapolas,
si llevo yo la sangre de Soledad Montoya.