jueves, 1 de noviembre de 2018

Nadie dice nada, pero yo lo siento igual


Qué asco de corazón siempre con su sinrazón
de querer plantar cipreses, de morirse todos los meses
que contracorriente encuentran otro resbalón.
El vinagre que le besa le deja la boca seca
y en las comisuras la saliva de una luna
que se hace la dura, que mata a mi espera.

Vaya con este tañer que no nos deja ver
por cambiarnos los sentidos, por querer hablar dormidos
sabiendo que en este nido hay mucho hueso que roer.
El bosque va tallado con su traje de noviazgo
pero ya sobra tela y las montañas veranean
y a la sombra de tu sierra planto todos mis años.

Voy a meterle mano a todos tus sueños
y a quitarles la falda del desespero
y follarles con la realidad
hasta que griten que quieren despertar,
que quieren sabernos de verdad.

Qué ternura de remolinos para ahogar todos los ruidos
que arañan la puerta y por la ventana se desperezan,
que el mundo entero se muera que para hablar ya estoy conmigo.
El cemento en mis pies no sabe si está arriba o del revés,
yo sólo veo agua, eran unas manos mi barca
pero en la plegaria se juntaron y ya ves.

Vaya con este domar, entre coces y cuerdas era todo sal
que va bien para las heridas que decoran el paisaje de esta vida
que está aquí dormida y que si gime, escupo y a volar.
El fruto de las reses para cuando se vacíen las veces
y que hagan compañía a la mierda en las tripas y en la cabeza
porque en la loma como enredadera aún queda la simiente.



martes, 13 de febrero de 2018

Madridfornication [2]

     Estaba celebrando algo, no recuerdo bien el qué... puede que el aniversario de nacimiento o muerte de algún escritor, o de algún músico, o incluso mi cumpleaños, no sé. Como siempre cuando se trata de mí, era una celebración solitaria, en un bar del centro y con la luna entre la contaminación como única compañía. La cerveza estaba fría, los corazones más, y sólo escribí un par de frases en una servilleta para no dejar solo al “Gracias por su visita” que la adorna. Hice una bola de papel y la tiré fuera, para que fuese libre, como deben ser las palabras. Cuando el camarero me informó de que iba a cerrar me pedí la última para beberla rápido. Era pronto, pero también era martes.

     Salí y hacía más frío que nadando en la cerveza o que arropándose con un corazón. Pues no se había dado mal la celebración y el metro aún estaría abierto. Bajaba por Montera hasta Sol y hasta el amor rápido llevaba bufanda y pantalones, porque si un martes a esas horas alguien quiere comprar un poco, ya sabe lo que hay, no hay que vender nada, pero tristemente se hace.

     La luz del metro me hizo daño en los ojos, se me cerraban un poco (más aún), pero tuve suerte, sólo quedaban 3 minutos para el tren, andén casi vacío. Escuché algo de jaleo acercándose. Un par de rusos acababan de llegar, uno era alto, trajeado, de facciones cuadradas pero algo desencajadas (y no por algo natural, obviamente) y los ojos azules le brillaban bastante; su compañero era bajito, con el pelo largo y barba, más tosco, parecían sacados de una película de mafia cutre. Iban acompañados por unas chicas que me sonaban de vista, estaban por Montera. El bajito se me acercó.

     –¡Eeeeeh! ¡Amigo! ¡Fiesta! ¡Tú venir! ¿sí? –el alto lo secundó con gritos goriláceos, le faltó golpearse el pecho. Las chicas se reían escandalosamente y yo... yo no tenía nada que hacer.
     –¿Dónde es? ¿cuánto?
     –Pocas paradas, Manuel Becerra, ¡gratis! ¡ser cumpleaños de mi amigo Anatoli! –y más gritos del grandullón.

     Dicho y hecho, me iba con unos rusos locos de fiesta, ¿qué podría salir mal? En el metro sacaron unas botellas de vino y me dieron de beber, pero dije que no, que me esperaría a los vasos. Las chicas sí bebieron. Me guiaron hasta un portal con sillones de cuero en la calle trasera del Palacio de los Deportes (o como se llame ahora), enfrente de una tienda de medias. Me pregunté que a cuántos vecinos molestaríamos, pero bueno, yo no vivía allí. La casa era grande, y tenía vasos, y más alcohol. Me enseñaron un juego para beber chupitos, y eso lo jode todo siempre. Para romper con el estereotipo, diré que no sólo beben vodka. Leonov, que era el bajito, desapareció al cabo de un rato con una de las chicas, pero daba igual, porque en el rato que llevaba allí vino mucha más gente, todos con acento del este, menos algunas chicas, que eran de varios lugares por lo que pude escuchar. La mesa se convirtió en una orgía de vasos y cocaína, y yo no consumía (drogas), así que aproveché para ir al servicio a refrescarme. No sabía dónde estaba, probé en todas las puertas: un armario, una habitación vacía, otra habitación en cual estaba Leonov asfixiándose con una bolsa de plástico mientras una morocha le estaba masturbando... cerré rápidamente y acerté con la siguiente puerta, que era el servicio. Caray con el ruso, pensé. Meé y me lavé la cara. Al salir una chica castaña de ojos color miel me comió la boca. No sabía quién era, ni cuándo había llegado a la fiesta, pero volví a entrar al servicio, esta vez acompañado.

     Hicimos el amor, creo recordar, o algo parecido, bonito, sin empañar el espejo pero sí los oídos con susurros y jadeos, apoyados contra el lavabo, contra la fría cerámica, bajo esas estrellas casi caducas que eran las bombillas naranjas. ¿Vida real o fantasía? Cuando estaba a punto empujé tan fuerte que se clavó el grifo en la espalda y se hizo una herida. Me empujó y me dijo algo en otro idioma. Nada bueno, seguramente, y se fue. Yo que me había enamorado. Me subí los pantalones y al pasar por la habitación del ruso bajito escuché un golpe y un grito de mujer. Entré temiéndome lo peor y dispuesto a ayudar a la chica. Pero no vi eso. La morena estaba temblando en un rincón, sollozando y señalando a Leonov, que estaba tieso (todo) y con los ojos en blanco. Ella le había quitado la bolsa al ver que él ya no decía nada. Salí de esa habitación para buscar a Anatoli y decírselo. Supuse que estaría con la cara enterrada en un montón de cocaína o en el culo de alguna mulata. Pero la droga había volado de la mesa, en su lugar había una pistola y tres hombres sentados alrededor. El resto los rodeaba expectantes.

     –¡Español! ¡Tú jugar ruleta! ¿sí?
     –¡No me jodas, Anatoli! ¡Que tu amigo está muerto!

     Al puto ruso se le puso el semblante serio, cogió la pistola y fue a buscarle. Una de las chicas gritó y todos salimos de allí corriendo. Iba tan borracho y había tanto jaleo que en vez de bajar las escaleras, las subí. Varios vecinos ya estaban saliendo ante el ruido que se había provocado. El punto álgido a esa fiesta de pijamas en el rellano lo puso un disparo. Me quedé paralizado. Volví en mí y bajé la escalera mientras los vecinos se preguntaban qué pasaba. En un sillón rojo que había en el portal estaba la chica castaña llorando. ¿Me puse condón? Esperaba que sí. Ella ni me miró.

     –¡Vámonos, que la policía está al llegar, joder! –no quería que le pasase nada. Pero sólo me contestó con improperios en su lengua materna mientras se señalaba la espalda. Pues nada.

     Salí del portal, eran las 4 de la madrugada y las luces azules ya empezaban a inundar la calle. Había gente corriendo por todos los lados. Anatoli se había asomado a una ventana y estaba gritando con la pistola en la mano, corrí antes de que el puto King Kong albino me abriese un agujero en la cabeza por donde se colase la lluvia, como en la(s) canción(es). Los policías se bajaron de los coches y empezaron a parar a todo el mundo. Uno me iba a parar cuando el compañero le dijo “Deja a ese chaval, ¿no ves que es español? Busca rusos.” Yo sonreí como si aquello no fuese conmigo. Seguí andando hasta Alcalá mientras me hurgaba el bolsillo, para ver si tenía para un taxi. Pero no tenía, así que fui a por un búho.

     –Tienes sangre en el pantalón, ¿estás bien? –me dijo una chica, treinta y algo, rubia y con una bolsa con un uniforme de seguridad, delante de la que me senté.
     –Sí, no es mía, creo.
     –¿Una noche difícil? –preguntó sonriendo.
     –Y aún no ha acabado –y le devolví la sonrisa.

     Veinte minutos más tarde mis pantalones estaban en su lavadora, los suyos en el suelo y no sé, en 1837 está a punto de suicidarse Larra, no ha sido mala celebración.  




miércoles, 3 de enero de 2018

Somos de cristal

Bueno, antes de todo, feliz año nuevo. ¿Propósitos? Pues tal vez debería escribir más o buscar alguna motivación para ello. ¿Y si me propusiese publicar? Como si no lo hubiese intentado ya. Resulta que soy un mediocre escritor de poesía (creedme, sé de esto, lo he estudiado), un escritor de relatos algo decente, y creo que lo que mejor se me da es escribir canciones sin música. Sea como fuere, a cuentagotas, iré dejando cosas por aquí. De momento, antes de unos versos, os dejo un enlace para descargar un cuento de Navidad que escribí hace casi un mes: http://ge.tt/3Z1Mcin2

Ya que no somos la eternidad,
seamos belleza en un instante.
Que somos de cristal
y nos podemos quebrar
cada vez que nos tenemos delante.

Ya que es aparente la fragilidad,
sigamos siendo constantes.
Que sólo somos un segundo más
y nos podemos gastar
cada vez que un suspiro salta adelante.

Ya que nos sabemos marchitos
aprovechemos este color.
Que si nos tocamos con delicadeza
podemos evitar las grietas
cada vez que hacemos el amor.

Ya que las estrellas se apagan
disfrutemos de la luminosidad.
Que somos cuerpos reflectantes
y hay destellos lacerantes
cada vez que una palabra suena mal.

Ya que no somos todo mares
seamos al menos esa gota más.
Que a veces pesan los pesares
y las lágrimas son el maquillaje
cada vez que queremos desbordar.

Ya que el universo es infinito
seamos nosotros un punto y final.
Que somos cuerpos celestiales
con órbitas chocantes
cada vez que deseamos explotar.



PD: La imagen corresponde a la película Paterson (2016)