martes, 27 de diciembre de 2016

El regalo

     Inquietante como la comodidad de un ataúd. Miraba la cajita, pequeña, como quien mira un inmenso maizal deseando entrar en él pero con miedo a perderse. Esa cajita, como un muerto que se hace cada vez más grande y más guapo cuánto más muerto está, esa cajita que poco a poco crecía hasta que la cogí con mis manos. Mis manos que no eran gran cosa, que a veces sudan cataratas y a veces raspan como una cama de fakir donde se agujerean los sueños, con mis manos detuve el engrandecimiento. Abrirla era otra cosa. Para ello había que tirar de un extremo del lazo rojo. Personalmente, no seré yo quien se atreva a ello, deshacer un nudo rojo no parece una buena idea, ahora que el cielo se estaba volviendo morado y no iba a hacer juego con él. Joder, que podía llevarme un puñetazo en el ojo.

     ¿Y la curiosidad? La tenía, claro está, y eso sin ser gato. ¿Sólo había crecido la caja o lo de dentro también? Pues no lo sabía. Agité la caja creando un ritmo que nadie bailó, porque miré a mi alrededor y estaba solo, como siempre, en medio de esa carretera infinita. Lo que había dentro chocó con las paredes de la caja, rodaba y volvía a chocar. Efectivamente, la cagué. La caja explotó, a la mierda el cartón y a la mierda el hilo rojo. A la mierda yo, que acabé otra vez en una cuneta esperando ser un naranjo. Levanté la mirada y sólo veía una luz que se iba haciendo cada vez más y más grande, como la cajita. Levanté el resto del cuerpo y, como siempre, a correr, casi a volar como un cuervo con plumas nuevas. Ya una vez había roto un aleph y el resultado no fue emocionalmente agradable. Esta vez creé un big bang. En mi carrera me pasaban por encima estrellas, que subían al cielo esperando que alguien se suicidase hacia ellas, planetas hechos de tu piel esperando anillos de verdad. Joder, si hasta pequeños asteroides hechos de mierda impregnaron el aire. Ya podrían haberme regalado un mar.

     Me escondí detrás de una roca, a una distancia prudente pero no aburrida. Y ahí estaba ese torrente de luz llenando mi cielo morado de cosas. Pasaban minutos, horas, y no se acababa nunca. Dejé de mirar, aburrido, aunque la tentación de echar un vistazo aparecía cada 41 segundos más o menos. Ahí estaba, detrás de esa roca, pensando, y alejándome cada vez más mientras yo subía dentro de un marco de foto hasta el cielo, como todos los recuerdos que salieron. Cuando ya era sólo una hormiga detrás de un terrón de azúcar, me concentré en seguir subiendo y paseando entre ti, tus imágenes, planetas, estrellas, lunas y mucha mierda. Pensé que me iba a morir porque en el espacio no hay oxígeno, así que directamente me concentré en no respirar. Me llamaron al móvil, que ni siquiera sabía que lo tenía. Tan extrañado como un perro que ladra a la puerta en mitad de la noche, lo cogí.

     –¿Qué haces?
     –Subir –contesté.
     –Pues baja.

     No sabía quién era y por qué dependía tanto de mí. Tal vez sí que debiera bajar y, sea quien sea, explicarle que no hay que interrumpir a nadie en medio de un regalo. Hay quien tiene muñecas y las llaman Pipa, hay quien tiene perros. Otros que no se levantan a abrir regalos y se quedan en la cama pensando qué demonios son y que buscan las respuestas en las lágrimas. Hay otros que están en la cama también regalándose sueños de amor y muerte. Y estoy yo, que he tenido tanta suerte que he sabido hacer un mundo de cada regalo que me han dado. Y joder, gracias.

   

martes, 13 de diciembre de 2016

Dogma

Quédate,
ya que vienes despeiná
por encontrarte la tormenta y el mar,
tú, que eres arte y nada más.
Quédate,
ya que tienes a la luna
por enamorarla entre tanto cubo de basura,
tú, que eres tu piel y tu dulzura.

Tápate,
ya que puedo leer tu cuerpo
por enseñarme el lenguaje de los ciegos,
tú, que eres infierno y eres hielo.
Tápate,
ya que han cosido este cielo morado
por saber que entre tanta tela hay un mundo debajo,
tú, que eres religión y eres el diablo.

Tú, ven y...
Enséñame una canción que no hable de ti
y dejaré de creer en la música.
Dime otra persona que haya estado aquí
y dejaré de creer que eres la única.

Quédate,
ya que has hecho el camino
por querer prender las brasas frotando dos destinos,
tú, que eres alma libre y cuerpo mío.
Quédate,
ya que han salido las estrellas
por hacer de esta noche más pintura y menos poemas,
tú, que eres verso y eres letras.

Hasta el amanecer,
ya que quiero desayunarte
por si acaso no te he comido ya bastante,
tú, que eres mil sabores y lo sabes.
Hasta el amanecer,
ya que hoy no saldrá el sol
por no hacerte sombra entre tanto corazón,
tú, que eres diosa y eres religión.


jueves, 10 de noviembre de 2016

Las buenas costumbres

     La cena no me ha salido muy bien, pero es normal, la cocina nunca ha sido lo mío, pese a que veo varios programas. Puro entretenimiento. Jugueteo con las verduras, moviéndolas con el tenedor por todo el plato, lo que sea para hacer menos incómodo este silencio. Hay verde, hay morado, hay rojo, hay naranja. No levanto mucho la vista, pero puedo ver que tu plato está intacto. Otra vez. Se me ha quitado el hambre. Otra vez. Bebo lo que queda de agua y me levanto, recojo la mesa, tiro las sobras y friego yo los platos. Otra vez.

     Me voy solo al sofá. Está muy frío ahora que empieza el otoño. En la televisión no ponen nada interesante, al menos no para mí. Aún así sigo viéndola, esperando encontrar embobado algo que me entretenga. Le deben quedar pocas pilas al mando, así que aprieto los botones con fuerza, como si eso sirviese para todo: el mando, la vida... La casa, casi a oscuras, se ha vuelto azul por la luz que desprende el aparato. No vienes y la tele no me hace la suficiente compañía. Nadie se queja de que deje puesta una serie malísima, o de que haga demasiado zapping. Nadie se queja de que nunca dejo nada hasta el final. Yo me quejo de este silencio.

     No aguanto este tedio, apago el televisor y me voy a dormir, solo. Está muy fría la cama ahora que empieza el otoño, aunque esas sábanas blancas más bien hacen un invierno, un vacío infinito que no proyecta ninguna sombra y en el que siempre estoy cayendo. Dejo tu lado de la cama intacto, por si decidieras tumbarte. Sé que no va a suceder, sé que me va a costar soñar, pese al sueño que tengo y las ganas de soñarte aquí que se me desbordan por los ojos. La cama es pequeña, pero la distancia es tan grande. Cama para dos para uno. Luna y estrellas de Madrid para nosotros dos para uno. Amanecer para uno. Tu lado de la cama sigue frío. Me da pereza y pesadumbre levantarme, es todo tan gris que se le ha contagiado al cielo y mirar por la ventana es como mirarse a un espejo. Miro el teléfono, ningún mensaje, ninguna llamada y poca batería.

     Llorar en la ducha es tan inútil como soplar en un huracán. Simplemente por eso no lo hago. El agua está caliente ahora que empieza el otoño tan frío. Entre gota y gota pienso que ojalá vinieses a la ducha. O que no vinieses pero que al menos te quejases de cómo lo dejo todo. Ropa en el suelo, azulejos y espejo empañados, pelos en el desagüe. No sé, algo. No me molesto en limpiar el espejo porque no hay nada que ver. Si lo hiciese, se vería borroso, más real. Nada que ver. Voy a preparar el café. Mientras se enfrían las tazas voy a terminar de vestirme. Tu taza sigue intacta. Mejor, así tendré café para más tarde. Huele tan bien como se ve tu piel. El humo sale de las tazas como un fantasma silencioso, como un recuerdo. Te bebo y pienso que soy gilipollas. Pienso que tengo que perder la costumbre de hacer cena para dos, la costumbre de esperar hacer cosas contigo, tengo que perder la costumbre de hacerte el café.

     Tal vez lo mejor para todos sería que me acostumbrase a ver que hace unos años que te fuiste.


jueves, 20 de octubre de 2016

Cita romántica en Chernóbil

Tus labios son niebla y no quiero ver.
Quiero ser tu carita del revés.
La radiactividad de tu cuerpo desolado
me convierte en un mutante enamorado.

Preparamos el picnic en un parque abandonado,
treparé por la noria, gritaré a los reactores destrozados.
Saldrá la luna verde brillante y se deslizarán
los tentáculos por debajo del traje de seguridad.

No echo de menos tener sólo dos brazos para abrazarte,
dos pies me parecían pocos para seguirte a cualquier parte,
y quien tuviera los ojos como yo para verte siempre desnuda,
y tantos oídos para escucharte incluso cuando me susurras:
“quiéreme monstruosamente como no lo ha hecho nadie”.

Tu pelo son nubes y va a llover.
Quiero ser tu carita del revés.
Plutonio, uranio, son parte de nuestro cielo,
que caiga la radiación mientras bailan nuestros huesos.

Vamos a desayunar a la orilla del lago,
usaré mis aletas, ya estoy acostumbrado al fango.
Saldrá el sol rojo brillante y nos traerá
pájaros mutantes que nos cantarán:

No echan de menos pocos brazos para abrazarse,
con tantos pies van juntos a cualquier parte,
y quien tuviera sus ojos para ver siempre lo especial
que se pone ella cuando empieza a susurrar:
“quiéreme monstruosamente como no lo ha hecho nadie
y como nadie lo hará.”



lunes, 10 de octubre de 2016

Lugares

     Hay lugares en los que no me gustaría estar. Cayendo desde un séptimo piso. En mitad de la trayectoria de una bala. En una cazuela gigante esperando a ser comido por caníbales. Perdido en mitad de un bosque. Haciendo un examen cualquiera de una materia infinita. En un avión que está a punto de estrellarse. Surfeando, o intentándolo, en un tsunami. Haciendo puenting sin cuerda. En carnaval sin disfraz. Delante de un espejo que me diga siempre la verdad. A punto de tomar veneno...

     Sin embargo, hay otros lugares en los que estaría sin dudar.

     Esperando abajo para cogerte si eres tú la que se cae desde un séptimo piso. En mitad de la trayectoria de una bala si así impido que llegue hasta su final, que está en tu piel. Entre el grupo de caníbales que observa impaciente una cazuela gigante en la que tú estás dentro. Perdido en un bosque si tus brazos son la tienda de campaña que necesito y tus ojos las estrellas que me guían. Haciendo un examen si todas las preguntas son sobre tu vida y tus virtudes. En un avión que está a punto de estrellarse si lo hace en una isla desierta y tú estás conmigo. Surfeando, o intentándolo, en un tsunami que esté hecho de tu saliva. Estaría en ese espacio de aire que ocupa la cuerda que se estira mientras eres tú la que hace puenting. En carnaval sólo con mi disfraz de piel si va a juego con el tuyo. Delante de ti diciéndome la verdad. Bebiendo el veneno que son tus besos...

     El caso es que, creo yo, queda claro lo que quiero decir, ¿no? Mi casa está donde estás tú. (Asomado a una ventana donde se vea un corazón.)


lunes, 26 de septiembre de 2016

(Mi) Stardust

Salté un muro con el único miedo de no volver,
sin importar las brujas, sólo desaparecer.
No me sirven tus ojos si al mirarnos
no nos entendemos, si me estoy ahogando.

No sé qué hago aquí ni cómo he llegado,
creo que me trajo un pirata volando
y desde aquí, te veo temblando.
Me pides que vaya a buscarla,
si es por amor, no hará falta encadenarla.
Me seguirá al son de los rayos chocando
contra nuestras espaldas.

Se cayó la estrella y la fui a buscar
para irme a encontrar
con las farolas de tu barrio.
Y ahora que voy de morado
ya sé de qué color pintar
lo que no hemos borrado.

Fuimos todos a una siguiendo su estela,
quién se encontró una luz, quién una vela.
No me sirve vivir contigo ochenta años
si más que reír, siempre estoy llorando.

Ya no sé quién soy ni cuál es mi suerte,
seguro que darle por culo a la muerte
y que se olvide de nuestras caras.
Si quiere llevarnos se va a encontrar de frente
con una lluvia de espadas
que va a hacer temblar toda una ciudad
y después nosotros la cama.

Se cayó la estrella y la fui a buscar
para irme a encontrar
con las farolas de tu barrio.
Y ahora que voy de morado
ya sé de qué color pintar
lo que no hemos borrado
y que hoy he recordado
tal vez por tu ausencia,
tal vez por mi carencia
o mi apetencia al pasado...


Pero no quería estar allí.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Ojalá

     Ojalá el sol haga siempre brillar tu pelo. Ojalá dejes de quemar la almohada. Ojalá no te moleste nunca más la luz al despertar para no ver cómo cierras mucho los ojos y no puedas verme. Ojalá las sábanas sobre las que descansas no sean esas tan blancas que dejan a tus dientes en evidencia. Ojalá no suspires al mirar por la ventana y ver siempre el mismo paisaje. Ojalá no te doliese estirarte por las mañanas. Ojalá pudiese despertarme más tarde que tú, pero no puedo, porque verte al amanecer es más bonito que el amanecer mismo. Ojalá pudiese llevarte el desayuno a la cama en mejores condiciones. Ojalá esas flores hiciesen que este cuarto oliese mejor. Ojalá tu risa mientras desayunas sea para siempre. Ojalá pasear contigo de la mano fuese eterno, pero ojalá fuese en otro lugar. Ojalá estar contigo siempre en la ducha, ojalá estar siempre en la cama, ojalá todo siempre contigo, pero no así. Ojalá no llorar, ninguno de los dos, y ojalá reírnos al acordarnos de todo esto. Ojalá no te estés muriendo en un hospital. Ojalá yo en tu lugar.


jueves, 1 de septiembre de 2016

Tanto hemos cambiado

Me ha costado volver. No creo que esto sea lo mejor que he escrito, y puede que no sea una gran bienvenida, pero es lo que hay, es lo que me ha salido, y me gustaba en un principio. Intento no leerlo mucho para no cogerle manía. Aún no sé si es por un lugar, por una persona o por las dos cosas, el caso es que aquí está y es todo vuestro.

De no tener tiempo para vernos,
a pensarnos todos los días.
Tú te peinabas tu pelo de olivos,
yo sólo tierra y ceniza.

No tenemos tiempo para recuerdos,
salvo las curvas de Egina.
Aprendí a no estar contigo,
ahora me repaso tu vida.

Tanto hemos cambiado, pero el mar...
Tanto hemos cambiado, pero tus ojos...

De no querer tocar tu cuerpo
a borrarte con caricias.
Tú te desangrabas los labios,
yo mordí de tu sandía.

No queremos robarle al viento
más azoteas de lunas amarillas.
Me arropé con las sombra de los pinos,
me destapó la compañía.

Tanto hemos cambiado, pero el mar...
Tanto hemos cambiado, pero tus ojos...
Todo me llenaba de sal,
en los dos me podía ahogar...
Ahora sé que nunca me dejaste solo,
que yo te dí poco y tú me diste todo,
pero el mar...
pero tus ojos...
Siguen igual,
siguen llorosos.





jueves, 19 de mayo de 2016

¡Qué estúpida manía esa de titular todo!

      –Si me das la espalda, te la daré yo también a ti, pensando que al otro lado del mundo está tu mirada.
     –¿Y no piensas que si te la doy es por algo?
     –Claro, tú también quieres ver mis ojos a lo lejos.
     –Con suerte un sol me deja ciega.
     –Con suerte los soles que yo vea son tus ojos.
     –Con suerte alguien levanta un muro entre medias.
     –Con suerte lo levanta detrás de mi.
     –Con suerte te podrías morir. Te odio tanto.
     –Con suerte lo hago si me sigues dejando.
     –Con suerte te vas.

     Y se fue. Y ella se quedó esperando una respuesta que no llegó. No se giró, sino que echó a caminar hacia delante, porque le echaba de menos y esperaba encontrárselo de frente. Un sol la dejó ciega. Al no ver, se dio un fuerte golpe con un muro. Se cayó. Sintió una mano agarrar la suya. Se levantó y se dejó llevar.

     –¿Qué...?
     –Tranquila, soy yo.
     –¿No te habías ido?
     –¿De tu lado? Nunca, jamás.
     –¿Y qué pasó?
     –Que me dejaste y me morí.
     –¿Y yo?
     –También.

     En un verde prado hay una pareja.

     –Mira esa nube, parecen dos personas de la mano.
     –Tienes razón, qué curioso. Allá van, caminando por el cielo.
     –Así no se chocan con nada –y se rió.  
     –Pero están muy cerca del sol.

martes, 10 de mayo de 2016

Me mata

Me mata.
Me mata la herida que me hiciste.
Me mata el que no se vaya.
Me mata porque aún existes.

Me mata.
Me mata acordarme de nosotros.
Me mata ver que el tiempo pasa.
Me mata tanto que apenas lo noto.
Me mata el amor.

Sabes que...
Mil tormentas no se llevarán el dolor.
Da igual cuánta lluvia caiga alrededor.
Es como un rayo cayendo en mi corazón.
Sabes que...
Una guerra enfermiza se libra en mi interior.
Una bomba que explota y la rabia ganó.
Es como si te murieses y me muriese yo.

Me mata.
Me mata ver todo lo que has cambiado.
Me mata que olvidases lo que significabas.
Me mata que te hayas alejado.

Me mata.
Me mata ver cómo regalas tus besos.
Me mata verte con otro y me desarmas.
Me mata saber que no soy ni un recuerdo.
Me mata el amor.

Sabes que...
Mil tormentas no se llevarán el dolor.
Da igual cuánta lluvia caiga alrededor.
Es como un rayo cayendo en mi corazón.
Sabes que...
Una guerra enfermiza se libra en mi interior.
Una bomba que explota y la rabia ganó.
Es como si te murieses y me muriese yo.

Sabes que...
Hasta el cielo es un infierno por el dolor.
Da igual cuántas veces me saque el corazón.
Es como una noche eterna, no recuerdo el sol.
Sabes que...
En esta batalla no gana el amor.
Vuelan las balas silbando tu canción.
Es como si no me quisieras, pero yo...



jueves, 5 de mayo de 2016

Historias

     Tenía tantos años como arrugas en la piel. Era mayor, sí, pero si le mirabas la cara, justo encima de las bolsas de sus ojos veías una mirada joven, oscura y radiante. Ojos que se cerraban de vez en cuando en siestas interminables en su sillón favorito. Pero ese día no había siesta, ese día tocaba cuidar a su nieto en quien reconocía la misma mirada que tenía él. Habían terminado de comer mientras veían “los dibujos amarillos esos” que decía el abuelo. Después, en su sillón, el anciano se lamía los labios secos y blanquecinos mientras el nieto correteaba.

     –Abuelo –dijo el niño sentándose en un brazo del sillón– ¿cómo conociste a la abuela?
     –Espera un momento...

     Se levantó y cogió del aparador un viejo álbum de fotos. Volvió a su sitio y lo abrió. Allí estaba ella. Su mujer murió hace dos años, pero a esa edad ya no la echaba tanto de menos porque sabía que estaba más cerca de verla que lejos. Estaba guapa incluso en blanco y negro.

     –La conocí antes de la guerra, vivíamos en la misma calle e íbamos al mismo colegio de pequeños, pero de esa época no tengo fotos. Mira... aquí, fuimos con otros amigos del barrio de vacaciones a Nerja. Todavía no era mi novia, pero yo ya la conocía. Era la más guapa de todas. Recuerdo que todos los chicos de la pandilla estaban coladitos por ella, y era normal. Tenía unos ojos que no tenían nada que envidiar al mar o al cielo. ¡Y mira, mira qué cuerpo! No mires así, eran los bañadores que se llevaban en la época. Al volver a Madrid le pedí una cita.
     –¿Y dónde fuisteis?
     –A ningún sitio especial, eso era lo de menos, lo importante es que estaba con ella. Mira qué rubia era. Y con el sol, mucho más. No la quise llevar al Parque del Retiro porque las flores se iban a poner celosas de su olor. Nos sentamos a tomar unos refrescos en una terraza. Era muy graciosa, tenía una risa cantarina que sonaba mejor que una pieza de música clásica, me podría morir recordando esa melodía; y no era para nada tímida, ya ella me cogía de la mano... ¡y qué mano! Era más suave que una nube.
     –¿Estabais muy enamorados, abuelo?
     –Mucho, mucho. Yo casi todos los días le regalaba una rosa y una carta, ella las tenía guardadas todas. Me acuerdo de muchas. Ella me contestaba, creo que tengo algún recorte de carta por aquí... sí, mira.

No sé si es miedo o esperanza
lo que tengo cada noche,
al girarme y sentir un roce,
y que aparezcas en mi cama.

     Claro, en esa época estaba muy mal visto dormir juntos si aún no estabas casado...
     –¿Y entonces os casasteis?
     –Bueno, pasaron muchas cosas entre medias, pero sí, me casé con tu abuela.

     El niño más o menos quedó satisfecho y se fue a seguir jugando. Al abuelo le empezaron a temblar las manos y se le humedecieron los ojos. Volvió a ver la foto del grupo en la playa. El amor de su vida se fue siendo joven, no dio tiempo a que el rubio se volviese blanco, ni a que las nubes de su piel creasen tormentas... nada. Un coche se la arrebató, pero la vida siguió.
     –Sí, me casé con tu abuela, que era la mejor amiga de mi rubia... –susurró mientras cerraba el álbum.          

  

jueves, 28 de abril de 2016

Cuatro/Abril

Más que de lágrima fácil
soy de sentimiento frágil.
Dame cuatro más de éstos
y te diré para qué los quiero.

Más que de marzo a abril
soy de todos los besos que caben allí.
Dame cuatro, aunque sea de años
y te juro que los visto de daños.

Más que de un tronco a medio talar
soy de un recuerdo en espiral.
Dame cuatro más si tú te acuerdas
de cómo bailamos al cerrarse la puerta.

Más que del calor de mis huesos
soy del frío de tu cuerpo.
Dame cuatro, aunque sea de años,
probablemente no espere sentado.


lunes, 25 de abril de 2016

No es un día perfecto

      –Vamos, despierta ya –dije dándole un pequeño empujón. Ella se giró y me dejó ver su culo entre las sábanas.
     –Así es imposible soñar.
     –¿De qué te sirve soñar dormida si no estás despierta para ver cómo tus sueños se pueden hacer realidad?

     Se volvió a girar y me sonrió. Me hubiese gustado decir que hacía sol y que un bonito día se dejaba ver al otro lado de la ventana, pero no. Estaba nublado, había grandes posibilidades de que lloviese, y entonces me di cuenta de cómo puede afectar eso al estado de ánimo. Me miró desde la cama, sus ojos hacían juego con el cielo, el cielo con mi corazón. Me gustaría poder llevarle el desayuno a la cama, pero bastante que tengo una cama a donde poder traerla a ella. La besé sin importar el aliento. Olía a descanso. Intenté acariciar su cabello como si fuese un gesto romántico, pero se acababa de despertar, sólo conseguí que mis dedos se enredasen en los nudos de su pelo, y no me importó, era una manera más de atraparme.

     –Me gustas tanto y te sé querer tan poco...
     –Pues debe ser que yo te quiero mucho, porque no me gustas nada y aquí estoy –me dijo casi susurrando, buscando mi cuello. Mi cuello que se alejaba de ella. Me levanté.
     –Espero que para desayunar te apetezca cerveza. También tengo macarrones congelados.
     –Ve a la ducha, ahora voy yo y luego te invito a desayunar.
     –Mierda –sonreí–. Soy tan pobre de dinero que sólo tengo amor.

     Me quité los calzoncillos por el camino y me metí en la ducha. El agua salió helada al principio, cuando ya estaba caliente, y el agua también, la llamé. No venía. Grité más alto, pero el agua se llevó mi voz por el desagüe. Por fin apareció, llorando. No me dijo nada, se metió en la ducha y me abrazó. Las lágrimas se perdieron.

     –¿Qué pasa?
     –¿Has pensado lo raro que es el hecho de que la vida sea tan corta, y la muerte sea para siempre?
     –Como si nos cansásemos de vivir algún día.

     La besé y gran parte del agua que había en sus labios estaba salada.

     –Hank ha muerto.
     –Mierda.

     Follamos en la ducha en su honor. Salí y me senté desnudo delante de mi máquina de escribir, pero más que palabras me salían entrañas. Ella salió minutos después, no se vistió y se volvió a meter en la cama. Era 9 de marzo, desayuné cerveza con amargura. No escribí nada, así que me vestí y salí. Lo último que dije fue “no tardo”. Sonó un gemido que interpreté como un sí. Fui a caminar por la playa. Había conchas y botellas rotas. El mar estaba más en calma que el cielo. Estaba tan nublado y estaba tan triste que pensé que vivía en blanco y negro. Le vi sentado en la orilla, mojándose el culo.

     –Dicen que has muerto.
     –Y sin embargo, el que no siente nada eres tú. Yo estoy con el agua al culo, pero tú estás con el agua al cuello.

     Se puso de pie y se metió en el mar. Yo volví al piso. No hay que despedir a alguien que tenía tantas ganas de irse.

     –Hueles a salitre.
     –Yo también te quiero.

     Y follamos en su honor. Ella puso las olas y yo la espuma.

     O quizás no, y es que me había resbalado en la ducha y todo era producto del agua metiéndose por mi nariz y mi inconsciencia.            

   

domingo, 17 de abril de 2016

Después de que te vayas

Sabemos que ese día llegará,
el cisne tenía que morir.
La música de tus pies se parará,
llorará el arlequín.
Marzo se morirá,
no sabrá de qué color es abril.
Vasos y ceniceros se llenarán,
verás golondrinas partir.
Cupido no se correrá,
su madre estará febril.
Los ojos se cerrarán,
la boca no se querrá abrir.
Manos se descolgarán,
el suelo las verá venir.
Intentaremos no pensar,
sólo saldrá serrín.
La gente se preguntará
qué coño ha pasado aquí.
Lo que siempre pasa,
que eso del amar
son cuatro letras
y tienen fin.
La gente me rodeará
y mientras lloran, dirán,
aquí ha muerto un hombre solo,
como solo fue su vivir.
Aquí yace un corazón roto,
como roto fue su dormir.
Aquí descansa el cuerpo de un loco
como loco fue su soñar,
que creyó que el amor era para todos,
pero todos eran los demás.


martes, 5 de abril de 2016

Así se hacen los cuervos

     Llegaba tarde. No sabía dónde iba, pero llegaría tarde. Sacó su reloj de bolsillo y marcaba más de las 25:00. Era tan tarde que se había salido del tiempo. Volvió a guardar el reloj, dejando fuera la cadena. A simple vista parecía una cadena de plata, pero no era sino puro cristal, que le recordaba siempre la fragilidad del tiempo. En el otro bolsillo llevaba dos margaritas con pétalos infinitos por si nunca se decide a querer a nadie. Sacó una y apuró el paso mientras la deshojaba, pero no terminó de arrancar ni cinco pétalos cuando un graznido sonó encima de él, que no encima suya, no porque un adverbio no deba ir con un posesivo, sino porque el espacio no era suyo. El cuervo le adelantó y fue dejando un rastro de plumas negras.

     –Lo mismo es un fénix pardo –dijo.
     –¿Con quién hablas?

     Eso digo yo, si estaba solo. Siguió el rastro de plumas mientras las recogía. Eran más negras que sus ojos. Podía sembrar nubes grises con ellas, seguro. Así se hacían las nubes. No se había dado cuenta del paisaje que le rodeaba, pero estaba caminando junto a un playa. En lugar de arena, las olas iban a morir a un campo salado de orquídeas y violetas. El cuervo se había posado en una estatua de una diosa de la que ya se ha hablado antes. En su azul pudo ver todo lo que se ha callado. Cuando el cuervo le vio, echó a volar también a la vez que graznó otra vez. Y otra vez todo lleno de plumas negras. El cierzo que sopló le envolvió con ellas, no podía ver nada, así que echó a correr a ciegas hasta que se dio con un ciprés en la cara.

     –Ya he llegado.

     No se levantó, se quedó tumbado intentando mirar al cielo, pero sólo veía copas de árboles, repletas de vino unas, de ginebra otras, y las había también con ron. Vaya piratas los árboles. El chocar de sus ramas hacían del silencio algo tranquilizador y no supo si era lluvia o que se volcaba el contenido de las copas, pero algo en estado líquido cayó sobre él. Las plumas se le quedaban pegadas, tan pegadas que dolían. Se las intentaba quitar pero le arañaban la piel como un tren arañó el paisaje a lo lejos y le dio de fumar a la luna, que empezaba a salir. Gritaba. Consiguió quitarse unas cuantas. Estaba tan ensangrentado que pensó en morirse, ya nada más podía hacer...

     Las plumas con sangre empezaron a brillar cuando salió el sol, tan rápido que ya eran más de las 33:75, como si el tiempo se hubiese ido a la mierda con el tren, las olas y sólo le estuviese esperando la estatua. Las plumas se empezaron a deshacer y de ellas salieron cuervos pequeños. Dos de ellos volaron haciendo un corazón en el aire, ya que allí eran más libres que un sentimiento. Llegó lo que los separó, la vida. Uno de ellos se fue por la izquierda y otro por la derecha.

     Un ornitólogo muy orgulloso de su red con hilos rojos del destino paseaba también por esos parajes sin señas. Escuchó graznar un cuervo y lo atrapó con ella. Vio en los ojos negros del cuervo todo lo que se había callado. Lo enmarcó en un marco verde.

     –No le han salido las cosas a derechas.

     El otro cuervo cuervo siguió volando libre. El viento le despeinaba las plumas, incluso se las arrancaba. Vio abajo cómo un chico con unas margaritas las recogía.

     –Se ha levantado con el pie izquierdo.  


jueves, 10 de marzo de 2016

In memoriam

     Han pasado 22 años desde que el viejo Chinaski nos dejó. El bueno de Hank. El loco de Henry. El genio de Bukowski. Una noche como esa no podía quedarme en casa sin hacer nada. Abrí mi armario y saqué unos pantalones, seguramente ya puestos de una vez, una camisa con el cuello algo amarillento y unas botas. La intención era beber hasta que el asqueroso mundo en el que vivía se me olvidara. Caminé por una calle del centro hasta que un bar abierto apareció ante mí, con su cartel luminoso fundido, como si fuese un corazón.

     –¿Celebra algo? –preguntó el camarero mientras me servía vino.
     –La vida.
     –Buen motivo entonces.
     –Sí, porque no es la mía –y era cierto, no celebraba la mía, celebrara la ausencia de ella, pero aquel camarero ya tenía bastante con tener su bar abierto un miércoles por la noche, así que me terminé el vino, le pagué y me fui.

     El invierno había llegado más tarde de lo habitual, y se notaba. En marzo helaba, pero para las chicas de la calle Montera siempre era verano y tenían mil soles naranjas. Esta noche no. Esta noche era para mí y mi amigo. Nadie sabrá nunca lo triste que estaba, igual que nadie sabrá lo triste que estaba yo por no encontrar nada, como si esa calle fuese mi vida. Compré una botella en un 24 horas y me senté las escaleras de entrada de un cine. En Madrid, las únicas estrellas que iba a ver esa noche estaban en esos carteles.

     –Es increíble, Hank, la cantidad de veces que la gente confunde las historias de soledad con las historias de amor. Mírate, tantas mujeres, y parecías tan solo... que mírame, mujeres, las justas, y a veces buscando tanto esa soledad... que este vino va a parecerme vinagre.
     –Bebiendo en la calle y hablando solo... muy bien –un simpático policía vino a hacerme compañía–. Documentación, por favor.

     No comprendí el intercambio que hice con ese señor. Yo le daba la botella y él me daba un papel con un número.

     –¿Esto qué es? ¿La dirección de la casa de tu madre? ¿O es otro bar?
     –Vaya, tenemos un gracioso.

     El golpe que me llevé no era nada comparado con otros que me había llevado, pero claro, un miércoles a esas horas y con la calle vacía, la brutalidad policial no existía. Me dejaron ir con la receta y el cuerpo algo magullado. Pude dar unos pasos más hasta que un banco me llamó la atención. Pasó un asiático vendiendo latas, y yo iba a vinos, pero la cerveza no era mala opción. Bukowski se sentó a mi lado.

     –No tienes ni puta idea, chico. Esta noche, yo me hubiese ido con la de las tetas grandes de Montera, después hubiese pegado al policía y ahora estaría en el calabozo, pensando en el amor, en la soledad, o intentando dormir.
     –Eso hago yo en este banco.
     –Yo estaría más caliente.

     Me quitó la cerveza y se fue. No habrá nadie como él, pensé, ni aunque lo intentemos mil años, siempre estaremos mejor/peor que él.      

        

domingo, 28 de febrero de 2016

A qué se dedican

Es el pozo de tu piel, insondable;
el camino de tus pies, intransitable.
Qué podrían decir de tu aire las aves,
si tu respiración sabe a lo que no sabes.
A qué se dedican los poetas que ya no dicen
lo de deben decir pero no escriben.

Es la fuerza de tu boca, inquebrantable;
tu cara hecha de rosas, insoportable.
Qué podrían cantar de voz los cantantes,
si tus palabras tan pronto entran como salen.
A qué se dedican los poetas que ya no escriben
las palabras que quieren decir pero no sirven.

A qué se dedican los poetas si ya no existe
la poesía que hable de amantes que se desvisten.
Versos como los de antes que hablaban de un corazón
que busca una casita nueva para vivir sin su dolor.

A qué se dedican los poetas si no son como los de antes,
que te escriben que son libres, que también son navegantes.
Versos con el amor por bandera con dos huesos cruzados,
llorando una calavera sobre un sueño morado.

Tengo muchas servilletas llenas de garabatos,
de cuando tus tetas me quitaban los quebrantos.
Miles de hojas rotas con versos inacabados,
a qué me dedico ahora que no soy poeta ni enamorado.

Ríos secos de palabras que no fluyen como antaño,
cuando el lazo de tus bragas se deshacía bailando.
Una espalda que tiene tinta en lugar de arañazos,
a qué dedico mi vida si no soy poeta ni enamorado.

A qué se dedican los poetas si ya no existes,
no te escriben poemas de cómo te desvistes.
A qué se dedican los poetas si no eres como antes,
cuando antes de ser libre, éramos dos amantes.
Versos con el amor por bandera con nuestros cuerpos cruzados,
follando dos calaveras sobre tu cuarto morado.


lunes, 8 de febrero de 2016

D de...

     Hay dos tipos de noches, las que son contigo y las que paso solo, y el resto me da igual. No me importa si fuera llueve, si hace viento, si hace frío, si hace calor o si se está acabando el mundo. Me importa lo que tengo al lado. Aproveché que me había desvelado y que la persiana estaba algo subida para ver si estabas ahí, pero no, la luz de la farola no coloreaba de naranja tu espalda. Me levanté a mear, pasé por la cocina, abrí la nevera, no tomé nada y volví a la cama. No quise mirar el reloj para no activar ese mecanismo universal que hace que en cuanto mires la hora de madrugada, amanece, y estaba hasta los cojones de los amaneceres sin ti. Intenté dormir, pero sólo di vueltas en la cama. No pude más y me levanté. Miré la hora a propósito y sí, quedaban unos veinte minutos para que empezase a salir el sol.

     Como todos los días, no tenía nada que hacer. Dejé la cafetera trabajando mientras me daba una ducha. No sé cuánto tiempo estuve allí. Hay dos tipos de duchas, las que son contigo y las que sirven para pensar. Salí y me dolía la cabeza. Odiaba la televisión a esas horas, las noticias no cuentan cosas importantes porque aún no ha pasado nada. Me senté delante del ordenador dispuesto a que el amanecer fuese mi hora inspiradora para escribir. Puse la taza de café a mi izquierda, en ella se podía leer “Si echo humo, estoy trabajando”. El humo me recordó a ti, no sé por qué, porque tú no te evaporas. Pero podía empezar a escribir por ahí. El humo me recordó a ti, y digo recordó porque es lo que queda después del incendio que fuiste.

     No le veía futuro. Seguí embobado mirando el humo. Miré el teléfono. Aún tenía tu número guardado, y era en mañanas como esas en las que me apetecía llamarte, pensando en que podían pasar dos cosas, que me dijesen que te habías muerto o que me dijeses que estabas bien. No sabía cuál era la mejor opción. Di vueltas por mi cabeza intentando descubrirlo y te llamé. En cuanto dio señal colgué, acojonado. Mierda. Ahora verías la llamada, y la devolverás. Tiré el móvil en un cajón. Lo mejor sería explicarte todo a la cara. Me vestí y salí de casa. Dejé el café entero, echando humo.

     Seguía siendo pronto. Llegué a tu puerta y llamé. Podrías estar durmiendo, abrirme y cagarte en mis muertos, o podrías estar preparándote para irte a trabajar, y te cagarías en mis muertos igual. Sea como fuere, no acababa bien para mí. Abriste la puerta.

     –¿Qué hay para desayunar?
     –Me cago en tus muertos, gilipollas.

     Estaba más pálida de lo habitual, sus ojeras eran encantadoras y el camisón blanco era horrendo. Noté su aliento apestoso y el pelo tenía tantos nudos como tuve yo en la garganta cada vez que me decía “Te quiero”. Me la hubiese tirado ahí mismo, en la puerta de su casa, si no me la hubiese cerrado en las narices. Volví a llamar y abrió la puerta para dejarme entrar, pero no dijo nada. Tal vez el frío y la lluvia de fuera tuvieran algo que ver.

     –¿Qué quieres?
     –¿Querer? ¿Es que dos personas que han compartido tanto no pueden seguir en contacto después de que se termine lo que tanto han compartido? ¿Firmamos algo así?
     –Por desgracia, no.
     –¿Echas de menos algo? –pregunté mientras me dejaba caer sobre su sofá.
     –Pues sí, lo tranquila que estaba hace cinco minutos.
     –Sé un modo para que te relajes.
     –¿Es lo único que echas tú de menos?
     –Lo echo todo de menos. Todo contigo era como el sexo, menos el sexo, eso era amor. Y ahora es cuando me doy cuenta de que lo que era como el sexo, también era amor. O sea, que no tuvimos sexo, porque desde el primer momento contigo ya supe que todo iba a ser amor.
     –Y lo que tenías con las demás, ¿qué era?
     –Un tremendo desamor.

     Me levanté y fui hacia ella, que estaba callada.

     –¿Aún me quieres? –le pregunté cogiendo su cara.
     –Sí. Vete.

     No me tomé ni un café caliente.    


martes, 2 de febrero de 2016

Escribir(te) [Verso]

Cuántos telares vas a coser sin saber
que me estás esperando, mirando las cortinas.
Átate el peplo, cúbrete el pecho, si me ves volver,
que tengo tu imagen en mí como una ninfa.

El tiempo ya nos ha dejado ciegos
y no sé qué le pasa a mi voz.
Quiere llamarte y sólo me sale fuego,
pero es lo único que le arranco al corazón.

No sé a qué juegan los dioses con las estrellas,
mira cómo están clavadas en el cielo.
Parece que las han puesto sin fuerzas,
como yo al escribirte después de un tiempo.

Cuántos laberintos vas a correr sin temer
que el monstruo del que huyes es tu recuerdo.
Corta el hilo, corta la vida, empieza a creer
que puedes volar y ser un sol en el firmamento.

El mar ya te ha pegado el azul,
sólo hay que ver tu mirada.
Quiero remar en tus ojos, pero tú
pestañeas y me llevas a las rocas de tu cara.

No sé a qué juegan los cíclopes con las ovejas,
mira cómo están paciendo en el campo.
Parece que las empujan con fuerza,
como yo al escribirte palabras después de tanto.



Escribirte es respirar en el desierto,
me siento caliente y seco.
Escribirte es nadar en un pantano,
tengo miedo, sólo hay vacío abajo.
Escribirte es hablar dormido,
no soy consciente, no es bonito.
Escribirte es arrepentirse de lo escrito,
que dije que no volvía, que era un río.

Escribirte es más libertad que un beso,
mata de envidia a la primavera,
avergüenza a las ramas por enredar tu pelo,
clama por la paz de tus piernas.
Escribirte es volar en tu pecho,
tener vértigo en tus caderas,
asesina a los que ya lo han hecho
y no han respetado mis señas.
Escribirte es salvaje como un lecho,
alumbra y oscurece la selva.
Grita que hay más palabras que tengo
y que ojalá todas fuesen poemas.



Voy a escribirte como punto de partida
sabiendo que el punto final es el fin del mundo,
y que si no vivo escribiéndote el resto de mi vida,
no me merece la pena escribirte ni un segundo.

Voy a escribirte como quien respira
sabiendo que me sale sin querer,
y que si no lo hiciese me arrepentiría
como el cartero que no llama una segunda vez.



Escribirte es un grito desesperado
que me mata si no viste a los cuatro vientos.
Es coser todos los pedazos
de las bragas que le dedicaste al suelo.
Es morirme si no no lo hago
y la tormenta será la paz del infierno.
Es llorar hacia tus brazos
que bucean al aire sorteando el vuelo.



Cuántas rocas no vas a dejar de subir,
no ves que el barril no se llena.
Es lo mismo que estar esperándote venir
después de cómo terminó nuestra odisea.

No sé a qué juegan los reyes con la guerra,
mira cómo se llenan los cetros de sangre.
Parece que la causa, como siempre, es la belleza,
como yo al escribirte después de tantas tardes.


domingo, 17 de enero de 2016

Crónica morada [1]

     Estaba durmiendo cuando pasó y, evidentemente, me desperté. Intenté respirar, pero apenas pude. Mis manos rodearon mi cuello, como si pudieran arañar la piel y entrar dentro de mi garganta. Abrí tanto los ojos que las lágrimas salían solas. Mientras se escurrían por mi cara se mezclaban con el sudor frío que brotaba de mi piel.Me revolví, y lo único que conseguí fue enredarme más en el amasijo de sábanas en el que me encontraba. Quise gritar, pero el sonido ronco que me salió no llegó mucho más lejos de mi boca. Estaba a oscuras, pero supuse que mi cara estaba adquiriendo color morado. Estaba a oscuras, pero supuse que estaba empezando a ver borroso. Estaba a oscuras, y así me quedé para siempre.

     Según dicen, me mató el orgullo que no pude tragarme, o que no pude vomitarte.


jueves, 7 de enero de 2016

Tópico, típico.

Dicen que pueden caminar por tus lunares,
dicen que tus dientes brillan más que el sol,
dicen que tus ojos son como mares
y que puedo nadar en su color.
Dicen eso de que tus besos vuelven loco,
dicen que tu lengua juega al escondite,
dicen que tus labios son un infierno rojo
y que si los pruebo no hay dios que me libre.
Dicen que hueles mejor que la primavera,
dicen que hay que besar por donde pisas,
dicen que tus piernas son escaleras
y que si las subo, encontraré tu risa.
Dicen que te bajan las estrellas del cielo,
dicen que te harán una cama de nubes,
dicen que ellos no duermen y tú eres su sueño
y que si me despierto, veré que te tuve.
Dicen todos muchas cosas y que yo las repito,
dicen que son tópicos, típicos, palabras en ristre,
y yo les digo que no, que no es lo mismo,
sino que ahora que te conozco, comprendo lo que dicen.