jueves, 10 de marzo de 2016

In memoriam

     Han pasado 22 años desde que el viejo Chinaski nos dejó. El bueno de Hank. El loco de Henry. El genio de Bukowski. Una noche como esa no podía quedarme en casa sin hacer nada. Abrí mi armario y saqué unos pantalones, seguramente ya puestos de una vez, una camisa con el cuello algo amarillento y unas botas. La intención era beber hasta que el asqueroso mundo en el que vivía se me olvidara. Caminé por una calle del centro hasta que un bar abierto apareció ante mí, con su cartel luminoso fundido, como si fuese un corazón.

     –¿Celebra algo? –preguntó el camarero mientras me servía vino.
     –La vida.
     –Buen motivo entonces.
     –Sí, porque no es la mía –y era cierto, no celebraba la mía, celebrara la ausencia de ella, pero aquel camarero ya tenía bastante con tener su bar abierto un miércoles por la noche, así que me terminé el vino, le pagué y me fui.

     El invierno había llegado más tarde de lo habitual, y se notaba. En marzo helaba, pero para las chicas de la calle Montera siempre era verano y tenían mil soles naranjas. Esta noche no. Esta noche era para mí y mi amigo. Nadie sabrá nunca lo triste que estaba, igual que nadie sabrá lo triste que estaba yo por no encontrar nada, como si esa calle fuese mi vida. Compré una botella en un 24 horas y me senté las escaleras de entrada de un cine. En Madrid, las únicas estrellas que iba a ver esa noche estaban en esos carteles.

     –Es increíble, Hank, la cantidad de veces que la gente confunde las historias de soledad con las historias de amor. Mírate, tantas mujeres, y parecías tan solo... que mírame, mujeres, las justas, y a veces buscando tanto esa soledad... que este vino va a parecerme vinagre.
     –Bebiendo en la calle y hablando solo... muy bien –un simpático policía vino a hacerme compañía–. Documentación, por favor.

     No comprendí el intercambio que hice con ese señor. Yo le daba la botella y él me daba un papel con un número.

     –¿Esto qué es? ¿La dirección de la casa de tu madre? ¿O es otro bar?
     –Vaya, tenemos un gracioso.

     El golpe que me llevé no era nada comparado con otros que me había llevado, pero claro, un miércoles a esas horas y con la calle vacía, la brutalidad policial no existía. Me dejaron ir con la receta y el cuerpo algo magullado. Pude dar unos pasos más hasta que un banco me llamó la atención. Pasó un asiático vendiendo latas, y yo iba a vinos, pero la cerveza no era mala opción. Bukowski se sentó a mi lado.

     –No tienes ni puta idea, chico. Esta noche, yo me hubiese ido con la de las tetas grandes de Montera, después hubiese pegado al policía y ahora estaría en el calabozo, pensando en el amor, en la soledad, o intentando dormir.
     –Eso hago yo en este banco.
     –Yo estaría más caliente.

     Me quitó la cerveza y se fue. No habrá nadie como él, pensé, ni aunque lo intentemos mil años, siempre estaremos mejor/peor que él.