Hay, o siento, un desarraigo de la realidad cuando me tocas, y eso que apenas ha sido un roce leve, suave, severo, pero no tengo cortinas en el salón y está bien que las personas del edificio de enfrente puedan ver algo más que a un tipo en bata escribiendo de vez en cuando; y han podido ver ese roce lacónico, sensible, de los que pueden acabar con tus talones sobre mis hombros. Pero solo sonríes y miras a la televisión, y no sé si está encendida y estás saliendo tú en esa película o está apagada y estás saliendo tú en el reflejo negro, orgullosa de las dos cosas. Sonríes y se te alzan (más) los pómulos blancos, sonrojados, afilados, y con los ojos me preguntas porque tú también te lo has preguntado alguna vez que por qué todo es desde el punto de vista del escritor y nunca desde el de la amante. Me miras con una necesidad imperiosa de soledad al ver que esto va a ser más de lo mismo, más de lo de siempre. O no.
Perderemos el miedo porque nos amaremos un instante y volverá en cuanto nos amemos despegados, perdidos y lejanos, porque este sofá níveo y perlado en mitad del salón es más grande que un mundo y que el miedo, y es tan alto si yo quiero que pierdo el vértigo como lo haría Sabine Moreau, que es un nombre que va contigo, con tu cara, con tus pómulos, y miras la pantalla, que esta sí está encendida, y no ves tu reflejo, no ves tu cara ni tus pómulos, ¿tienes los dientes un poco separados? pero ves tu gesto, tu caricia y tus talones, ves este salón y a veces hay ilusión. Llueve pero tú no ves que esté lloviendo. Me miras y la mirada me pide que siga, no sé si escribiendo o con tu piel. Llaman a la puerta.
Me he puesto de pie y me has dicho que escribo bien, o decentemente, y claro, si no lo hiciera no estarías aquí. Tienes miedo, no sé si de la sinceridad o de que esto sí es desde el punto de vista de la amante, no tanto del escritor, pero sí su voz, y mucho menos del amor, pero amantes somos todos y tienes miedo, tardo unos siete segundos en abrir la puerta y entiendo tu miedo, porque esto trata sobre amantes y reconoces las voces, los nudillos y no sé si el olor. Y te levantas y te tapas y él y yo te miramos, él enfadado y yo triste, él porque estabas destapada y yo porque te tapas y es que vestirte es ponerle techo al invierno y callar las chimeneas, pero te tapas y hay, o siento, un puñetazo de realidad, y de piel, huesos y rabia de dentro hacia fuera. Y estás viendo cómo está terminando todo, y por eso casi nunca es sobre los amantes y es más sobre el escritor, que yo hubiese seguido con la lluvia ahora que te has percatado de que llueve, de que no tengo cortinas y de todo lo que se ve y han podido ver las personas, del larguísimo sofá blanco y por supuesto que hubiese sido de ti, sobre ti y desde ti.
Saldría tu susurro erizante en mi oído, el roce sería más que un roce pero es que ha sido un puñetazo y yo me río y me acuerdo de esa frase de James Bond. Pero nosotros no seremos porque te quieres ir pero él ha entrado y me gustaría arrepentirme pero no funciona, cómo hacerlo con esa mirada, ese roce, esos pómulos, esa sonrisa, sí, tienes los dientes un poco separados y él lo sabe y grita, pero llueve, los dos lo sabemos ya y bueno, hemos sido valientes un tiempo. Y lo seremos. Y sube y baja, como siempre algo lo hace en este salón, y la vida es en parte buscar placer y hallar dolor. Fuera está lloviendo pero yo siento el agua aquí, porque se ha ido, te has ido pero me has dejado de recuerdo la necesidad imperiosa de soledad.