sábado, 31 de octubre de 2015

La maté porque (no) era mía

     Era la noche perfecta. Todos liberamos el monstruo que llevamos dentro la noche de Halloween, y yo no iba a ser menos. Pobres estúpidos desperdiciando sangre falsa en cuchillos de plástico. Pobres asesinos desperdiciando sangre real en un cuchillo de verdad. Pobre de ella si me la encuentro...

     American Psycho se ha convertido en un libro/película muy popular, de modo que ahora puedes ir en traje con un impermeable transparente encima y decir que vas de Patrick Bateman. Me puse un traje negro con rayas, camisa azul claro y una corbata roja. Estaba hecho. El impermeable costó encontrarlo, pero encontré uno en una tienda de caza en el centro de la ciudad. Seleccioné el cuchillo más afilado que había en mi cocina. Si el aire sangrase, lo haría cada vez que agitase el cuchillo. Salí a divertirme. El Independance Club parecía buen lugar, o al menos era el único que soportaría, porque la música era de lo más decente, pop-rock indie y sangre.

     Fui pronto para no tener que esperar mucha cola, pero se ve que no fui el único que pensó así. Me situé entre un grupo de calaveras mexicanas muy originales y otro de personajes Disney versión zombie, más originales aún. Tenía ganas de sacar el cuchillo a pasear mientras los focos me deslumbraban y la música me poseía. Ya dentro, fui a por la consumición y un chupito de “sangre” que regalaban. Ron en mano la divisé, la vi como si nunca hubiese dejado de verla y la recordé como si nunca la hubiese olvidado. Iba disfrazada de Axl Rose zombie, o lo mismo de Axl Rose en vida, tal y como está ahora no sé si habría mucha diferencia, tal vez los kilos. Había pasado el tiempo y ambos estábamos muy cambiados, y entre el tumulto las luces y el alcohol tal vez no me reconociese, pero lo hizo, me miró y su boca dibujó una O. Como si fuese un imán, el cuchillo voló a mi mano. Nadie se percató. Ella simplemente desapareció en medio de la pista central mientras sonaba Long Before Rock 'n' Roll de Mando Diao. La quería a ella. Como un radar, como una brújula, la punta del cuchillo apuntaba hacia la masa que bailaba, saltaba y de repente sangraba. Sí, sangraba. Mi mano, poseída, iba asestando puñaladas a todo aquel que se encontraba, pero no parecían darse cuenta. El cuchillo entraba en sus cuerpos como un hilo entra en el ojo de una aguja, con paciencia y correctamente. Las luces moradas y verdes destellaban sobre el cabello pelirrojo de mi víctima predilecta. A mi alrededor ya muchas calaveras mexicanas se estaban desangrando, la gente se daba cuenta de que algo no iba bien. Muñecos de Saw, Eduardos Manostijeras, y hasta una Dora la Exploradora, tenían cara de asustados. Esto era Halloween. Mi impermeable estaba lleno de gotas de sangre, y la gente entre la que pasaba, acababan llenos de ella, pegajosos. Algunos se apartaban, otros se enfrentaban al cuchillo. Entonces la tuve delante de mí. La agarré del cuello y no me miró con miedo, sino con deseo. Alcé el cuchillo y ella lamió la sangre que goteaba de él. La solté y como un loco me puse a acuchillar a todos los que nos rodeaban. La sangre salía a chorros, nos bañaba. El Dj paró la música y Julian Casablancas se quedó a medias del Under Cover of Darkness, los que podían, huían mientras gritaban, pero me daba igual. Me subí a una tarima, cubierto de sangre, ella se subió conmigo, y nos besamos, nos comimos. Entre sus labios y los míos había una película pegajosa de sangre oxidada. Levanté su kilt, bajé mis pantalones, y juntamos nuestras partes aún secas, limpias, color carne, sin sangre de por medio. Se escuchaban sirenas fuera de la discoteca, pero nosotros estábamos follando cubiertos de sangre, no era la nuestra, pero esta también agitaba nuestros corazones.

     Llegando al gran momento, me separé de ella y la degollé con un rápido movimiento. Echó su cabeza hacia atrás y dejé que ahora fuese su sangre la que me bañase mientras su cuerpo inerte quedaba cubierto de esperma. Se cayó de la tarima encima de otros cuerpos apuñalados. Me desnudé y me embadurné todo de sangre, y me tiré sobre ella, esperando ahogarme en su cuerpo.


miércoles, 28 de octubre de 2015

Victoria

Creímos ganar persiguiendo nubes
pero sólo corríamos bajo su sombra.
No volveríamos a ver las luces
y ahí murieron todas las rosas.

A veces perder es la mejor victoria
y eso aprendió mi corazón contigo.
Si desde entonces se me mueren las horas,
contaré el tiempo en besos y olvidos.

Creí llorar en aquella orilla,
pero sólo era el mar salpicando.
No volveré a verte en la vida
y ahí abrimos todos los regalos.

A veces perder es la mejor victoria
y eso aprendió mi corazón contigo.
Si desde entonces se me mueren las horas,
que nadie me despierte con susurros al oído.


viernes, 23 de octubre de 2015

Mi ojo izquierdo

     Me duele el ojo izquierdo. Seguramente sea por las lentillas, pero no sería un buen escritor si dejase que se quedase ahí la cosa. Hay que desarrollar, aunque tampoco lo haré mucho, porque la pantalla del ordenador me está destrozando. Podría decir que me duele por todo lo que ve, por todo el mal que hay en el mundo y esas cosas, pero no me apetece contar miserias universales que no nos llevan a ninguna parte. No se puede cambiar el mundo escribiendo sobre lo que va mal. Seguramente me duele por lo que no ve, duele porque echa de menos muchas cosas, y llora. Es muy raro tener la mitad derecha de la cara seca y la mitad izquierda empapada. Sucede cada media hora o así, me empieza a arder el ojo, parpadeo, y ahí están las lágrimas, y en cada una de ellas, reflejadas, están las cosas que mi ojo no ve. No ve alegría, no ve felicidad, no ve bien el mundo porque mi ojo izquierdo no duerme, ni sueña. Si pudiese me sacaría el ojo izquierdo con una cucharilla de café, pero seguramente eso dolería más. Si pudiese me lo sacaría, me lo arrancaría, y lo lanzaría lejos, y mi ojo izquierdo, rodando por el mundo, vería las cosas que echa de menos, vería gente feliz, alegre, por una parte puede que te viese, pero por otra no te vería, y prefiero verte, así que me lo dejo puesto, aunque duela. Pero estaría bien que mi ojo izquierdo rodase por el mundo y se curase viendo lo que quiere ver. Esto es el resto de mi cuerpo contra mi ojo, y evidentemente ganan el corazón y el cerebro (me sobra el resto del cuerpo).

     Si tengo sed, sólo tengo que esperar a llorar un poco y probar el mar de mis ojos. A veces siento que me duele todo el cuerpo por culpa de mi ojo izquierdo, que se extiende el dolor y me duele mi ser, y eso no me lo puedo arrancar, pero tú lo puedes curar.


lunes, 12 de octubre de 2015

Guerra

En tus ojos están todos los colores del mar,
pero en los míos sólo se ve la ceniza
que quedó después de luchar
en nuestra guerra enfermiza.

Y ahora dos cuerpos llenos de sangre
se preguntan quién fue el culpable,
quién disparó primero, no sé si mis manos,
no sé si tu pelo, pero nos destrozamos.

En mi cama están todas las estatuas en recuerdo
de las promesas que nos hicimos
pero que tras la guerra han muerto
y su réquiem es todo lo que no nos dijimos.

Y ahora dos cuerpos llenos de sangre
se preguntan quién fue el culpable,
quién disparó primero, no sé si mis labios,
no sé si tus besos, pero no aguantamos.

Y ahora dos cuerpos llenos de heridas
se preguntan dónde se fue la vida.
Sólo sé que desde que no te tocan
mis manos hacen de los cordones una soga,
porque nuestra guerra dejó secuelas,
los dos tenemos cicatrices
pero ninguno se las venda.




martes, 6 de octubre de 2015

Un poco de juego

     Hank vivía al final de la calle. No era una gran calle, ni una calle bonita. Tampoco era muy segura a partir de ciertas horas de la noche, pero era la calle en la que él vivía. En su portal me encontré a un yonki durmiendo, pero fue fácil de saltar. Subí al tercer piso fijándome en las paredes del rellano, no sé si era por la luz o por el color, pero parecían enmohecidas, y seguramente lo estuviesen. Tuve suerte de que todas las bombillas funcionasen. Su puerta estaba bastante desconchada, como su corazón. Como nuestro corazón. No tuve que llamar, la puerta estaba medio entornada. Allí estaba Hank, viejo, con una camisa medio desabrochada y con manchas de vómito, en calzoncillos, mostrando unas fuertes piernas. Llevaba calcetines que sorprendentemente iban a juego, por lo que supuse que se los había puesto antes de beber. Debía llevar un par de semanas sin afeitarse, y sin ducharse incluso. Pero así era Hank. Cuando entré levantó la cabeza de entre sus papeles, me miró, señaló a la cocina y siguió escribiendo. Fui a la cocina y cogí dos vasos y una botella de vino. Yo no entendía de vino, pero sabía que si él lo tenía allí, no era malo, aunque seguramente tampoco era bueno. Puse dos vasos y me senté a su lado.

     –¿Qué escribes, Hanky?
     –Lo de siempre, zorras y carreras de caballos. ¿Quieres que vayamos a apostar?
     –Vivo apostando, Hank, vivo apostando.
     –¿Y ganas alguna vez?
     –Depende, ¿a qué le llamas ganar?
     –A no tener ese sentimiento de tristeza. Puedes ganar si tu caballo gana, pero también puedes ganar si, aunque tu caballo pierda, eres feliz en las carreras, pasas el rato... ganas en felicidad, si es que eso existe.
     –Entonces vivo perdiendo, Hanky –bebí, él bebió y siguió escribiendo–. Tengo buen ojo para los caballos perdedores.
     –Bueno, al menos te fijas en los caballos. Peor sería no jugártela y quedarte en casa esperando morir, sin saber si puedes ganar o perder. Aunque en cierto modo, eso es una derrota. Es LA derrota. ¿Te han derrotado alguna vez?
     –Cada vez que he apostado. Nunca he perdido, me he ganado la derrota.

     No dijo nada, sino que se levantó y se fue a su cuarto. Eché un ojo a lo que estaba escribiendo:

     “Entró en mi casa como si nada. Yo estaba medio desnudo, pero no nos incomodaba. Le mandé a la cocina a por un poco de ese vino barato que entra mejor que muchas mujeres más caras. Me preguntó por lo que escribía. Odiaba que me llamase Hanky, pero diablos, le tenía algo de cariño a ese chico. Empezamos a hablar de carreras de caballos, pero la gente no es gilipollas. El juego es la metáfora más acertada para hablar del amor, y su caballo estaba cojo y viejo, pero podría ser peor, podría estar muerto. Cada vez que abría la boca veía como su alma se le escapaba un poco, desgarrándose la voz, el eco pronunciaba el nombre de una chica. Me levanté cansado de tristezas y fui a vestirme

     Hank salió de la habitación.

     –¿Nos vamos a las carreras? –me preguntó.
     –Prefiero un poco de juego.