Aquí hemos vuelto con un poema dividido en seis partes. Para que no se os atragante porque es un poco largo os ayudo un poco:
I. El amanecer necio: la introducción en la que se plantea la tesis, la distancia.
II. Símbolo compartido: una serie de elementos que han vertebrado la poesía de varios autores y que me permiten unos juegos de palabras que ayudan a profundizar en el tema.
III. Socolar y no plantar: cómo afecta a la tierra.
IV. Clavar el remo: aceptación de la separación y cómo afecta al mar.
V. Las últimas balas de Tacitus Kilgore: tratamiento de la distancia desde la aceptación.
VI. Que todos los hombres deben morir: muerte después de la vida plena con algún recuerdo agridulce.
I. El amanecer necio (introducción de por la mañana)
Por qué están tan calladas tus noches,
yo me las paso descosiendo
por si vinieras, que sepas que te quiero
aunque barro solo sea y tú seas las flores;
que por eso estarán tan calladas tus noches.
Por qué está por salir el sol,
yo me estaba preguntando qué duele más:
saber que llegarás tarde (mi pecho lo sabe) y esperar;
o tener la incertidumbre de si vendrás o no;
y por eso a la lumbre está por salir el sol.
Yo no controlo mi naturaleza,
es una ley no escrita para nosotros:
vivir a pesar de la tragedia
y morir cuando muera en tus ojos.
Por qué ha estado tan callada tu noche,
no te toco ni en canciones,
pero si vinieras, que sepas que está tu hueco,
siempre me ha pesado más tu recuerdo
que haberte besado todo el cuerpo.
Y ya ha salido el sol,
ha sido un amanecer necio sin encontrarnos a los dos,
porque no has llegado a llenar el mundo,
y yo sigo desnudo, y sigo siendo yo.
Yo no controlo la naturaleza,
es una ley no escrita de los dioses:
que las noches dolerán más por la ausencia
y que la mañana llegará aunque no me toques.
II. Símbolo compartido
Humo,
hoy seremos solo nudos
unidos por la distancia;
midiendo el aire entre las palabras
olvidando lo que hicimos juntos.
Ruido,
repican las agujas en mis tejidos
unidos por la sangre;
impulsos de un amor tan grande
dormido, cansado y perdido,
olvidando todo lo que vivimos.
Caballos,
caricias salvajes por las líneas de mis manos
alientan el galope hacia ti;
búscame cuando quieras salir.
Amaneceremos compartidos
los labios y su sabor desprendido,
la cama y la huella de tu culo
ofrecido a doce dioses furibundos
sabiendo el sabor a prohibido.
Luna,
luz de tu cuerpo cuando aúlla
una vez que fue la vida,
nunca la muerte y solo mía;
adorar la belleza y tu hermosura.
Y puede que sea un día perdido,
puede que sea que no haya estado contigo.
Tenemos en común
este símbolo compartido
colgando del cuello de un cisne descolorido
que halló su belleza en su quietud.
Suelo,
solo somos dos sueños
urdidos por alguien que no duerme
esperando a ver si vienes;
levantando los pies de este suelo
olvido tu roce si me quedo.
Agua,
a veces muero si se estanca,
gano vida si corre
uniendo mi día y tus noches
a las patas de una cama mojada.
Flores,
follando hicimos ocho revoluciones,
las tuyas y las de las estaciones;
olivos secos,
retazos de un amor tan muerto
escrito sin orden ni renglones
sobre las manos de un rey ciego,
Navajas,
nos dijeron “tres heridas bastan”
aquí, sobre las miradas,
ven, otra que no hará latir,
allí, la que nunca hará decir:
joder, qué bien,
adiós y que nunca te vuelva a ver
salvo que te pida que quieras venir.
Y puede que sea un día perdido,
este símbolo compartido
no tiene sentido
si no vuelves.
Será que no he estado contigo
al borde de los precipicios
sintiéndonos dioses caídos,
saltándonos todas sus leyes.
III. Socolar y no plantar
Dime cómo es un árbol que nunca he visto ninguno,
es que estabas a mi lado y desaparecía el mundo.
He desmochado mis campos para que nada te estorbe,
ya no quedan naranjos, ya no hay camas de girasoles.
Camíname por mis labrantíos con tus pies de plata,
haz que me vuelva un río y recorra tu espalda.
He meado en todas las flores para descalabrar su tono,
que llene mis noches de colores para nunca sentirme solo.
Poco colchón será un campo yermo
que no quise plantar después de socolar.
Si pasaste por aquí se regará de truenos
y si ha de brotar, será la nada y nada más.
Dime cómo es su tallo que nunca he visto ninguno,
si vi una flor fue en tus manos y ese era mi mundo.
He cercenado la dehesa para que nada te haga sombra,
que seas tú cada beso de la tierra y esos labios las olas.
Ándame por estas praderas con tu piel de mármol,
yo te la siembro de poemas y tú me los lees en alto
y así espantar cuervos y buitres, las patadas a estos
nubarrones,
a la primavera que se desdice y al sueño que mana de tus soles.
Poco colchón será un campo yermo
que no quise plantar después de socolar.
Por si vuelves por aquí con los brazos abiertos
está la vida sin cercar por si buscas hogar, hogar será.
Ni leyes ni toro encabritado me agarran el corazón
al saber que fuiste canción en ese remanso desbocado.
Y qué será ahora de los pasillos de este laberinto de
hiedras
con tu seno como piedra donde mi boca durmió con su cuchillo.
Se descose la tierra y trata de brotar una gota de olvido
para regar el no estar contigo y nos perdamos en la maleza.
En esta marea de porcelana no brillarán flores ni sol,
las ramas serán un abrazo de dos que crecerá en la distancia.
Poco colchón será un campo yermo
donde solo quise plantar después de
socolar
la madera más encarroñada de mi remo
que como él y el mar, tú nunca vendrás.
IV. Clavar el remo
Estaba mirando al mar por si mirases mis
ojos
lo pudieses ver tú también.
Como un cormorán con su vuelo roto
despidiendo este atardecer.
Y en la tierra escarbar buscando tu
tesoro
por si quisieras aparecer.
Y pintar todo este marrón del azul de tu vestido
que en la arena se desespera
este pobre corazón que ya ha entendido
que ni las olas te acercan.
Mis brazos el último ponto que vio tu
pelo desprendido
y lleno de nudos, sal y arena.
No tengo ni idea de cómo suena el mar
si tú estás cerca.
Yo solo quise escuchar las olas cantar
y tú me regalaste sirenas.
Pero este corazón ha dejado de llorar
porque la resaca te aleja.
Que ya me he ahogado mucho
en el mar que llevas dentro.
Nos hundiremos en este punto
suspensivo donde no nos encontraremos
porque ya no te quiero.
A veces me cuesta creer
en el universo, te ponía delante
y detrás solo el viento
y sin vela para soplar,
sin barco para navegar,
solo el remo para clavar
en un trozo de tierra que nunca
haya visto el coral de tus piernas.
Me quedaré mirando al mar guardado en mis ojos
por si no lo volviese a ver.
Seco como una flor de sal y ya solo islas
de polvo
arropadas en mi piel.
Después de tanto naufragar y hasta probar
el loto
si así tiene que acabar, aquí moriré.
Tras Circe, Calipso y Nausícaa; y vencer
mil monstruos
si no soy nadie, nadie seré.
El infierno se me hizo hogar con todos
sus rostros
y si tengo que volver, volveré
ahora que traigo la paz de un corazón que
sabe todo:
hay caminos que no se deben recorrer.
Que ya me he ahogado mucho
en el mar que llevas dentro.
Será γαλήνη este mundo
cuando por fin clave el remo.
V. Las últimas balas de Tacitus Kilgore
Tengo un abril tachado
de lo triste que es hablar del amor contigo,
en las uñas un trozo de piel arrancado
de cuando grité todo lo que te había
querido.
Y no me olvido de la luna aunque
amanezca,
ni de tus ojos, las pelis de Léa, ni de si tenías pecas.
Tengo un abril tachado
de todas las cosas que aprendí contigo,
¿tú qué serías, la luz del pasado,
un presente ciego o un futuro que no se
ha encendido?
Algunos sueños son mejores cuando acaban,
como un poema de Lorca o un cuento de Cortázar.
Y si quedase algo por decir
tendrías que venir
dispuesta a un duelo bajo el sol
cerca de ese árbol en Manzanita Post.
Tengo un abril tachado
por esa vida corta pero dulce contigo,
porque nunca nadie me ha preguntado
a dónde van tus pasos cuando te has
perdido.
De tus ojos, creo, tenía envidia la
primavera
pero eran algo fríos como ‘iceberg’ de
Leiva.
Y hay otras canciones que no dejan de
sonar
y poemas que no he vuelto a leer
porque las letras de tu nombre suelen
aparecer
y el sonido de tu voz suele doler más que sanar.
Tengo un abril tachado
de las cosas que hicieron mis manos contigo.
¿Tú qué serías, la libertad de un gaucho,
el amor de un poeta o la rebeldía de un
corsario?
Siempre cansada de caminar por mi frente
Provocando incendios en la nieve.
Y hay otras ciudades que descubrir
y labios por callar, algo de frío y
calor,
y ese sitio de la oda a un ruiseñor;
y ahora que te digo adiós, quisieras
regresar,
ya que estás aquí, nos podemos morir.
Y si quedase algo por decir
tendrías que venir
dispuesta a un duelo bajo el sol
cerca de ese árbol en Manzanita Post.
VI. Que todos los hombres deben morir
Que alguien me consuele, que alguien me
abrace,
que de donde más duele no hay quien me
saque.
De tanto escucharte te me antojaste
solo piel, sin relleno;
y si me quieres regalar algo tengo
un sueño
no cumplido, dos versos sin destino
y tres cruces sin milagros.
Leyes de dioses y de humanos.
Y tengo
estas cartas sin escribir
y sin mandar
por si quieres saber
cómo me llegué a sentir,
cómo me llegaste a matar,
cómo llegamos a morir
y aún así
sé que me hizo feliz porque lo quise repetir.
Porque fueron dulces todos los besos,
porque te fuiste, pero aquí sigue tu
nombre
y no sé si quisiera verte venir.
Y no me aflijo por quienes están muertos,
pues este es el decreto aprobado por los dioses:
que todos los hombres deben morir.