Tap. Tap. Tap.
Estaba empezando
a llover. Eran cuatro gotas, pero anunciaban muchas más, así que
aligeré el paso. Tendría que haber cogido paraguas, pero
siempre lo había visto como un peso inútil. Me gustaba imaginarme como me
verían los demás. Una tarde gris, un tipo de negro y muy serio. Iba a estudiar
a la biblioteca, así que no tenía mucho sentido sonreír. Me cogió el chaparrón.
Mierda. Cuando llueve es como si los coches corriesen más. ¿Tienen prisa? Si el
que va dentro no se moja. Ya estaba llegando. Tendrían la calefacción puesta.
Mi mesa favorita
estaba vacía. Perfecto. Mirando a la entrada, pegada a un buen radiador y con
la salida de emergencia a menos de seis metros. Se estaba caliente y a gusto.
No era muy propicio para estudiar. Si más para amodorrarse. No había mucha
gente. Universitarios estudiando en ese mundillo naranja. Qué iluminación más
cálida. Saco mis apuntes y leo. Releo. Vuelvo a releer. Apasionante. Un amigo
dice que lo más apasionante en esos momentos aburridos es que cayese un avión
en ese lugar, en ese momento. Lo siento por los pasajeros, pero ahora mismo eso
me animaría.
TAC. TAC. TAC.
¿Quién cojones
lleva tacones a la biblioteca? Levanto la vista y las veo. Dos chicas. Una no
está mal. Pero el feto caminante que es su amiga es horrendo, y es la de los
tacones. Sólo por tu puta amiga no me casaré contigo. O al menos no hoy. Se
sientan en una mesa que hay en frente mía. Cuchichean. Alguien chista. Se
quedan cinco minutos calladas y vuelven a cuchichear, y encima no es sobre mí.
-
¿Os podéis callar, por favor? –dice un chaval.
-
Sí, sí. Perdón –contestó la guapa. La fea no sabrá ni
hablar. No creo que haya nadie capaz de educar a esa cosa.
Podía ser muy
guapa esa chica, pero ella y su amiga me estaban poniendo de los nervios.
Cuchicheaban más bajo aún. Me puse a dibujar en un folio. La tinta azul era
valiosa, así que cogí el bolígrafo rojo. Empecé a hacer líneas sin sentido en
el papel. Cada vez más y más nervioso. Cuchicheos y chistidos de fondo. De vez
en cuando pasos. Entra gente. Sale gente.
TAC. TAC. TAC.
Cada vez más
tacones. Me empezó a doler la cabeza y no podía concentrarme. La fea soltó una
carcajada, se tapó la boca y se puso roja mientras intentaba aguantarse. Ojala
explotase.
-
¿Está libre? ¿Me puedo sentar? –me preguntó un chico
castaño y delgado señalando un hueco vacío en la mesa.
-
No si valoras el poder caminar.
Me salió solo. Yo
no solía ser tan borde. La chica guapa y su amiga me debieron escuchar decirle
eso al chico. Se me quedaron mirando y volvieron a cuchichear. No aguantaba
más. Cogí el bolígrafo rojo con todas mis fuerzas.
-
¡Eres una jodida puta fea! ¡Cállate de una vez, zorra!
–y le clavé el bolígrafo a la fea en el ojo. Toda la biblioteca me estaba
mirando. Su amiga, la guapa se puso de pie, llorando, gritando. Estaba
colorada. Intentó huir-. ¿Dónde crees que vas?
Corrí detrás de
ella y la empujé de boca contra el suelo. La gente de la biblioteca me miraba
pero no hacían nada. O estaban asustados o era su héroe. Podrían estudiar en
paz. La chica, en el suelo, se giró. Le sangraba la nariz y me pedía perdón. Yo
tenía la mano llena de sangre de su amiga fea. Espero que no me salgan
verrugas. No me gustaba la gente llorona.
-
¡Tú y la puta de tu amiga os lo habéis buscado! –y
levanté la pierna para poder darle una patada en la cara. Pero un golpe me lo
impidió. El hijo de puta de seguridad me había dado una hostia con una porra.
-
¡Quédate donde estás chaval! Ya viene la policía.
-
Tú serás el siguiente, cabrón. Te voy a acuchillar
hasta que tu sangre oxide mi cuchillo.
Y salí corriendo.
Por eso es importante para mí estar cerca de la salida de emergencia.
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