Brilla. Resplandece. Un halo plateado bordea todo su cuerpo. Si pudiese verle se quedaría ciega. Pero no, no puede. Ella sólo ve su otra versión. La inerte, sin vida en el suelo. Lleno de heridas y moratones. Con la mirada clavada en el infinito que se corta solo por un beso que no pudo sentir.
El fantasma la observa desde detrás de su hombro. Él no creía en fantasmas, hasta que se convirtió en uno de ellos. Y allí estaba, como la nada en el todo, y el todo era un descampado cualquiera, donde ella cavaba un agujero para enterrarle.
- En qué maldita hora pensé en matarte- decía pausadamente a causa del cansancio-. En qué puta hora. Sí, te digo a ti. No me mires así. No sé ni por qué espero que me contestes.
- ¿Acaso no ves que me has matado? Si hablase ahora mismo te morirías de miedo, lo cual estaría bien, así podríamos comunicarnos en nuestra forma de fantasma. No sé ni para qué te contesto, si no puedes oírme.
Ella seguía cavando y lo que el fantasma acababa de decir sólo fue viento. A él le gustaba verla en ese estado, al menos se esforzaba por algo que tenía que ver con su especie de relación. Cada gota de sudor era un poco de sacrificio que ella hacía por ocultar sus sentimientos. Cada mota de barro en sus manos y zapatos era un poco de redención hacia ellos.
Cuando el agujero fue lo bastante grande, lo metió dentro a patadas.
- Porque no te quiero dejar de joder ni aunque estés muerto. ¡Idiota!- y escupió encima del cuerpo.
- Traduciré esa falta de respeto hacia mi cadáver como rabia por no volver a saber nada de mí en cuanto me entierres.
- Este viento me pone los pelos de punta- dijo ella al aire.
- ¿Y qué pasaría si te tocase?
Y el fantasma alargó su mano hasta el hombro de la chica, que solo sintió un frío intenso en la zona. Típico, pero emocional. Tal vez empezaría a creer que algo le seguiría de por vida. ¿Acaso los fantasmas que persiguen a los atormentados no son más que remordimientos?
Fuera lo que fuese, ella sacó un pequeño puñal de plata, y antes de cubrir el cuerpo con vergüenza en forma de tierra, rajó el pecho al chico. No sangró, todo se había quedado en las amapolas de su cuarto. Pero si encontró allí el corazón. No le dio asco cogerlo. En el último momento de pedir clemencia a su cerebro no había nada de exquisiteces.
- Tal vez…- y se paró, no muy segura de qué hacer-. Tal vez… sí… lo quemo.
- ¿Quemarlo, para qué?- preguntó el fantasma, sólo para que algo de viento hiciese recapacitar a la chica-. Aunque bueno, ahí dentro ya no me va a servir de mucho. Además, sabes que era tuyo desde el principio.
- El viento, me lo dice el viento. El fuego ayuda a cicatrizar, y mi herida es más grande que tu muerte, pedazo de gilipollas.
Lloraba, o reía. No se sabía. Estaba loca como ella sola podía estarlo. Al lado del cuerpo aún sin enterrar del todo, hizo una pequeña fogata. Sin pensárselo dos veces, arrojó el corazón a ella.
- Adiós- dijo.
El crepitar del fuego acompañaba el ritmo de paladas que daba. Algo estaba ocurriendo. El fantasma empezó a dejar de brillar. Se quedaba sin halo. Suponía que solo le quedaba desaparecer. Empezó a gritar, lo que causó que se levantara una ventolera alrededor de la chica. Pero no, no era eso…
- ¿Qué haces tú aquí?- tenía los ojos como platos y la cara desencajada en una mueca de terror mezclada con asombro-. Yo te maté.
- Pero te equivocaste. La muerte no es la mejor manera de sacarme de tu vida. Si no, la gente no echaría de menos a los que se van. Y el fuego no sirve para quemar recuerdos, todo lo contrario. La llama los aviva, los hace brillar más.
- En ese caso, tendré que rendirme.
- Ya te habías rendido mucho antes.
Y los dos empezaron a brillar y a resplandecer. Se cogieron de la mano, se mezclaron sus halos de plata y juntos iluminaron en la oscuridad una luz que nadie vería, pero que sentirían a través del viento.
Nota: Como creo que a esto le quedan dos telediarios, vamos a ir terminando con todo. Así acaba verde y amapolas en versión prosa, próximamente en verso, con mensaje de despedida y esas mierdas. A cuidarse.
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